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El economista de la semana

Las tres etapas de la década, ganada, empatada, ¿perdida?

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Las administraciones kirchneristas cumplirán en pocas semanas diez años de gobierno ininterrumpido, un período que la Presidenta ha llamado la “década ganada” (en contraste con la “década perdida” con que se denomina a los 80), con cierto fundamento si el análisis sólo se concentra en la comparación entre puntas del ciclo.

Pero, en el que en realidad, se han mezclado años de crecimiento vertiginoso y mejoras sociales aceleradas con otros de estancamiento en ambos terrenos, en especial en la última parte. Algo que no debería llamar la atención, atendiendo la historia económica argentina de las últimas décadas. Considerar estos últimos años como un todo y como un único esquema de política económica es, desde nuestra perspectiva, un error. Es que, de acuerdo a nuestro diagnóstico, está compuesta por tres etapas, y no sólo una. Una diferencia que no es menor, ya que los resultados a los que se llega siguiendo este camino abren un manto de dudas acerca de las bondades de la década.

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La primera etapa en la que dividimos todo el período es la de la abundancia, que abarca desde 2003 a 2007, caracterizada por un alto crecimiento en un ambiente de baja inflación. Y donde la economía mostraba fortalezas macroeconómicas inéditas. Lo que se tradujo rápidamente en una mejora de los indicadores sociales, gracias también a una política social agresiva por parte del Gobierno. Esta etapa supo aprovechar el “viento de cola externo” que favoreció a toda la región. A lo que se sumó un punto de partida pos-crisis de 2001-2002 muy favorable, con recursos productivos ociosos y un tipo de cambio real muy elevado. Lo que dio lugar a la posibilidad de crecer a tasas inéditas sin chocar con las restricciones fiscales ni externas, evitando repetir la historia de las décadas anteriores. Pero, lamentablemente, durante este período se falló en sentar las bases para sostener el crecimiento. No hubo orden fiscal, monetario ni financiero, ni estrategia de inserción en la economía global, ni se construyeron consensos distributivos compatibles con incentivos a la inversión, entre los grandes temas.

Esto dio paso a una nueva etapa, en la que en lugar de mejorar y cambiar estas cuestiones se intentó emparchar las fallas de la anterior. Una etapa donde quedó de lado la abundancia, las restricciones fiscal y externa comenzaron a operar en mayor o menor medida y, por ende, los grados de libertad de la política económica se redujeron. Así, en medio de una volatilidad más acentuada de la mano de estos menores márgenes y un contexto externo convulsionado, la economía mostró mayor heterogeneidad en materia de crecimiento (con años buenos y otros malos), con una tendencia a la desaceleración. Con una característica que distinguió a la etapa: una inflación en ascenso hasta estabilizarse en niveles elevados.

Una etapa que tuvo su final en 2011. Ese año, todos los parches a las inconsistencias arrastradas desde la etapa anterior se mostraron insuficientes para contener las presiones por todos lados a la política económica. Lo que dio comienzo a la etapa de la escasez, donde primó la estrategia de la no estrategia. Es decir, una sucesión de soluciones parciales, que muchas veces implican marchas y contramarchas sobre un mismo tema, que otras tantas son hasta contradictorias unas con otras, y que siempre han sido mal implementadas y peor comunicadas. Por lo que incluso, cuando en algún caso eran pasos en el camino correcto, no lograron tener los efectos buscados. Y que, ante la falta de un todo organizador y una línea clara a seguir, terminan sin resolver los problemas de fondo. Generando además, y por si fuera poco, conflictos adicionales que en muchos casos son aún más graves y de más difícil resolución que los anteriores. 

El resultado final de este cúmulo de medidas sin una coordinación aceitada fue un cambio de régimen. No ya modificaciones sobre una misma base de política económica, sino un cambio total de las reglas de juego. Y durante este período se apagó el crecimiento. La inversión se desplomó y la economía dejó de generar puestos de trabajo en el sector privado, poniendo en peligro los logros en inclusión social porque el empleo es el arma más poderosa para crear oportunidades de progreso, y por una inflación que deteriora el poder adquisitivo de salarios y subsidios.

La economía volvió así a entrar de lleno definitivamente a los ciclos de stop-and-go que la caracterizaron en toda la posguerra, con sucesión de recesiones y expansiones en el marco de inflación alta. Y nada va a desarticular estos ciclos de aquí en adelante, si no se desactiva primero el negativo régimen de política económica que hoy rige. Es imposible pensar en repetir los resultados exitosos de la primera etapa, si sólo hacemos cambios marginales de política económica o apostamos a la suerte (Brasil, soja, etc.). 

Por suerte, a diferencia de la experiencia de las décadas pasadas, hoy existen diferencias no menores.El contexto internacional, representado en un precio de la soja en torno a los US$ 500 por tonelada, y una presión fiscal inédita, con una recaudación que subió 10% del PBI en todos estos años. Luce prácticamente inexplicable que haya faltante de dólares y problemas fiscales en un escenario con esas dos características. Sólo la mala praxis de las autoridades puede explicar que esto suceda. Pero, además, los problemas argentinos no son tan graves como lo fueron en el pasado, aun cuando la coyuntura sea un cúmulo de malas noticias. Los fundamentals de la economía local no se encuentran tan fuera de línea, no sólo con respecto a décadas pasadas, sino también a muchos de nuestros vecinos e incluso otros mercados emergentes. Lo que sienta las bases para una salida al actual laberinto en el que la política económica nos ha puesto. Sin embargo, hasta que no haya una decisión de afrontar las causas de los problemas en lugar de las consecuencias, esta salida seguirá brillando por su ausencia. Por el momento, nada permite presumir que una decisión de este tipo esté próxima a tomarse. Por lo que deberemos seguir dependiendo de la suerte, con todo lo que eso implica en materia de resultados económicos y sociales, incluyendo tomar riesgos crecientes que lucen innecesarios.