Varias generaciones de argentinos se formaron en la creencia de que habían tenido la fortuna de nacer en un país privilegiado por los dioses y por la naturaleza. Crecieron escuchando el eslogan de “Argentina potencia”, repetido hasta el cansancio en manuales escolares y medios de comunicación durante todo el siglo XX. La imagen de un país milagroso, llamado a liderar las naciones del mundo, no se interrumpió ni siquiera con la hecatombe de 2001, cuando pasado el estallido, lentamente, volvió aquello de que Argentina estaba “condena al éxito”. La historia, siempre fallida, demuestra, una y otra vez, que la fábula debe ser desarmada.
Un libro de reciente aparición puede ayudar a desandar el mito y señalar el rumbo. Hinde Pomenariec –la mejor periodista de política internacional de la Argentina–, y Raquel San Martín –la editora del mejor suplemento de debate y reflexión de la prensa local–, se unieron para intentar dar alguna respuesta en ¿Dónde queda el Primer Mundo? El nuevo mapa del desarrollo y el bienestar, editado este año por Aguilar. El trabajo analiza por qué algunos países son exitosos y, lo más interesante, explica cómo alcanzaron esos logros.
La tesis del libro sostiene que aunque no existe una receta inequívoca para lograr el bienestar de un país, es posible encontrar un mapa del desarrollo. “El viaje que supuso este libro, metafórica y literalmente, las voces que recogimos y las ideas que constrastamos nos permiten proponer aquí algunas de esas características que, más allá del PBI y los índices macroeconómicos, dibujan los contornos de un país bueno para vivir”, advierten Pomeraniec y San Martín.
Las autoras recorrieron todos los continentes. Viajaron a Estados Unidos, China y Europa para mostrar sus contradicciones de potencias con pies de barro. Pero también, y es este el mayor aporte del libro, recorrieron los países que no pretenden liderazgos hegemónicos, pero son verdaderos ejemplos en el mundo. Es ahí, precisamente, donde más duele la comparación: Australia y Canadá, dos países con condiciones similares a la Argentina, pero que no paran de crecer desde hace décadas; Corea del Sur, que estaba destrozado tras la guerra de la década del 50, cuando Argentina era el "granero del mundo", pero que hoy es un exportador de tecnología avanzada; Noruega que, a diferencia de Argentina, nunca dejó de apostar por la educación pública y hoy recibe los frutos de una sociedad calificada; o Israel, donde a diferencia de lo que ocurre en Argentina, la inventiva y la creatividad es traducida en ganancia para todos y no solo para unos pocos.
En un tiempo de instant book, donde se amontonan “investigaciones” fugaces, fundamentadas en periodismo googleado, este trabajo de dos años de realización representa un valioso aporte, gracias a la información y los testimonios recogidos. Y, aunque Pomeraniec y San Martín advierten que su libro no pretende ser académico, las conclusiones a las que arriban podrían generarle envidia a cualquier doctorado en ciencias sociales y relaciones internacionales de la más prestigiosa universidad.
Estas serían las recetas que permiten guiar a un país hacia el "primer mundo":
1. “Invisibildad” del gobierno. No se trata de menos Estado, sino de menos propaganda política.
2. Eficacia de los servicios públicos. Los impuestos se pagan, porque el resultado está a la vista.
3. Certidumbre sobre el futuro. Estabilidad y previsibilidad son la norma, y nunca la excepción.
4. Estabilidad de las instituciones. Respeto a ciertas reglas y el cuidado de los bienes comunes.
5. Equidad. La desigualdad económica no daña el tejido social.
6. Valores. Respeto a los derechos humanos y tolerancia cero a la corrupción.
7. Educación y ciencia. Acceso igualitario en todos los niveles educativos y recursos para la ciencia.
“El desarrollo está al alcance de los países que con realismo reconozcan sus posibilidades y límites, y elijan un destino”, concluyen Pomeraniec y San Martín.
Sin relatos ni grietas. Sin nac&pops ni segundos semestres. Sin populismos ni CEOcracias. Con un verdadero consenso social y acuerdos básicos, con responsabilidad, ética y solidaridad. Solo así se podrá lograr, en algún momento, que Argentina alcance su verdadero desarrollo.