COLUMNISTAS
Eterno estudiante

Lecciones que aprendí en la pandemia

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Sin gente. La pandemia obligó a vivir la religiosidad de otra manera. | PABLO CUARTEROLO

En un reciente artículo en Scientific American, Avi Loeb, astrónomo de Harvard, escribe que las/os científicas/os jamás deben dejar de ser estudiantes. La vida, con sus crisis, nos da algunas oportunidades para seguir siendo estudiantes, aunque a veces el aprendizaje es doloroso. Aquí resumo tres lecciones que aprendí en este tiempo de pandemia y que comparto con la esperanza de que puedan ser de ayuda. 

1. Aceptar la realidad. Como científico y filósofo siempre me pregunto por las causas de alguna situación desafiante que la realidad me impone. Hoy no me resulta manifiesto el origen del covid-19, y, dejando de lado las teorías conspirativas, imagino que en un futuro no muy lejano lo conoceremos a través de alguna docuserie de alguna de las plataformas de entretenimiento digital. Mientras, me ayuda pensar que hubo un accidente global llamado covid-19 del cual no conocemos aún claramente sus causas y sus consecuencias. Durante el aislamiento estricto vi la miniserie Chernobyl. Me parece una buena metáfora para describir la pandemia. Hay distintos niveles de lectura, desde lo que hace el gobierno para manejar la crisis hasta los héroes y las heroínas que emergen en medio de la angustia y el dolor. Una primera lección es reconocer que nos enfrentamos a una crisis de la cual no se vislumbra una pronta salida. Me parece que suma más aceptar que la pandemia es inmanejable y proponer soluciones que lanzar acusaciones cruzadas que solo fomentan el miedo y la angustia. 

2. Ser profundos. La sabiduría humana nos enseña que a veces es bueno echar raíces. La querida María Elena Walsh en Sapo Fierro nos recuerda que “cuanto más fijo mejor, que al sapo muy picaflor lo cazan como chorlito” y que “no es lo mismo ser profundo que haberse venido abajo”. Vivimos en una modernidad líquida según la categoría de Zygmunt Bauman que la pandemia ha licuado más aún. Aunque la sociedad argentina nunca fue del todo “sólida” en el sentido de predecible, la gran ola del tsunami covid-19 se ha llevado consigo nuestras frágiles seguridades. En particular ha puesto en patente evidencia la carencia de liderazgos “sólidos” en el sentido de “profundos” en todos los ámbitos de nuestra sociedad. Necesitamos buenos líderes, y los buenos líderes no vendrán de Marte con el rover Perseverance. Las y los líderes surgen del tejido social, de nuestras familias, colegios, universidades.

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3.  Dios es más grande que nuestra conciencia. También he aprendido cómo vivir mi religiosidad en modo no presencial. La pandemia ha obligado a que por un tiempo suspendiéramos nuestras celebraciones religiosas presenciales. Hemos tenido que atravesar un desierto que nos apremia a llevar solo la mochila de lo esencial de nuestros ritos permitidos por los protocolos sanitarios. Creo que la pandemia nos ha interpelado para vivir una Iglesia menos clerical, menos dependiente del cura, por ejemplo, en la celebración de la misa y los sacramentos. Esto ya ocurrió en la historia de la Iglesia en Japón en 1600. Debido a la persecución de los cristianos, ya no había sacerdotes, y fueron los/as laicos/as quienes transmitieron la fe a través de la administración del bautismo y de la enseñanza del catecismo. Como dijo a sus feligreses aquel párroco que se iba unas semanas de vacaciones: “Si alguien se muere mientras yo no estoy, van a tener que dejarlo a la misericordia de Dios”. A pesar de todos nuestros esfuerzos e iniciativas, vamos a tener que dejar a la humanidad a la misericordia de Dios.

* Jesuita, doctor en Astronomía, investigador de Conicet-Universidad Católica de Córdoba, Ex director del Observatorio Vaticano.