Cada vez subrayo menos. De hecho, nunca subrayé una novela o un texto de ficción, en cambio no puedo leer un ensayo sin un lápiz negro en la mano. ¿Será un resto de alguna vida académica tan antigua que ya ni recuerdo? ¿Una muestra de excesivo respeto (o irrespeto, quién sabe) por la novela? Imposible adivinarlo. Sé, en cambio, que sigo leyendo ensayos listo para un subrayado que ya casi no llega. Recuerdo ahora algunos subrayados de fin de adolescencia: El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, de Marx, comprado hacia 1983 en la librería Premier: hay páginas que tienen más subrayados que líneas en blanco. Por supuesto que este alejamiento del recalcado en lápiz no tiene relación alguna con la valoración que pueda suscitarme un libro. Por ejemplo, Zonas Ciegas. Populismos y experimentos culturales en Argentina, de Graciela Montaldo, recientemente publicado por Fondo de Cultura Económica, me parece un texto muy agudo, lleno de pensamientos disruptivos y a contracorriente del modo en que muchas veces se pensó la modernidad argentina, e incluso interesante aún en los momentos en que, en mi opinión, el resultado puede ser algo forzado (no estoy muy seguro de la productividad de Laclau aplicado al campo cultural). Y sin embargo, sólo subrayé dos frases. Una, bien al comienzo: “En el experimento como acto gratuito o fallido”. La otra, casi al final: “Por ejemplo, La novela luminosa (2005), de Mario Levrero (Uruguay, 1940-2004), que resultó muy leída en Argentina”. La primera frase, levemente programática, encierra en sí misma toda una teoría sobre la cultura argentina y da una clave de lectura para el libro. La segunda, en cambio, es una afirmación algo enigmática, que permite pensar más allá de ella, más allá del texto de Montaldo.
¿Qué significa que un libro “resultó muy leído”? No soy el editor de la edición en la Argentina de La novela luminosa, pero trabajé algunos años en la pequeña editorial que publicó en Buenos Aires El discurso vacío, novela inmediatamente anterior de Levrero (más breve, puede leerse como una magistral preparación para las casi 600 páginas de la La novela luminosa). La edición porteña de El discurso vacío contribuyó decisivamente al relanzamiento de la obra de Levrero, a modificar la valoración global de sus textos, y también a un reposicionamiento de la crítica literaria, que se ocupó de sus libros como nunca antes; situación que derivó en que luego, como ya es conocido, el grueso de su obra pasara a la editorial multinacional Random House/Mondadori, tanto en España como en América Latina. Todo esto viene a cuento de que conozco bien las cifras de ventas de El discurso vacío, que, siendo buenas para las expectativas modestas de una pequeña editorial independiente, no se parecen en nada a un boom de ventas. ¿Vendió mucho más La novela luminosa? Intuyo que no. En todo caso, no he visto en la librerías fajas que hablen de una tercera o cuarta edición.
Y sin embargo, la frase de Montaldo me parece de una pertinencia impecable, de una agudeza extrema. Efectivamente, más allá de las ventas, La novela luminosa resultó muy leída en la Argentina. Y no sólo ese libro: también El discurso vacío, y muchos otros libros de muchos otros autores. Ocurre que hay una tensión evidente entre venta y lectura. Mientras que la venta es una cifra, un número, la base material de una información económica; la lectura es una experiencia, la huella de una marca, un modo radical de pensar el mundo. Tiene razón Montaldo: pocos libros han sido tan leídos en la Argentina reciente como los de Levrero. Los efectos de las ventas ya los conocemos: los libros se reeditan (o no), las editorial abren, cierran, cambian de dueño. Los efectos de lectura, en cambio, son profundos e impredecibles. Y los de Levrero, recién comienzan.