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Libros sin salir

La nieta le respondió con un mail digno de su abuelo: “¿Por qué alguien que profesa su fe se interesa en la obra de mi abuelo?”

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Hace unos meses, en una librería de viejo de Avenida de Mayo compré Los nacionalistas, de María Inés Barbero y Fernando Devoto (CEAL, Buenos Aires, 1983). Lo tuve en la mochila unos días y después lo coloqué en la biblioteca para leerlo más adelante. Hoy, buscando otro libro, descubrí que ya lo tenía. Ya lo había comprado. Pero, ¿cuándo? ¿Dónde? ¿Cómo pude haberme olvidado? No lo sé. Evidentemente no debe de haber sido hace poco, si no lo recordaría. Teniendo en cuenta, entonces, que fue hace mucho, podría decir a mi favor que mantengo una cierta coherencia. Me interesan los mismos libros y los mismos temas durante mucho tiempo. De hecho, cierta vez logré convencer a un editor –a uno de esos vanidosos insoportables que usan remeras de Kiss o Ramones sin darse cuenta de que ya son pendeviejos ridículos, sin contar con los catálogos que arman, llenos de libros frívolos, snobs, afrancesados, pero que ellos creen que son críticos, radicales, de izquierda; por no mencionar los autores argentinos que publica, tan malos y fracasados que ni Penguin Random House piensa en robárselos, lo que ya es mucho decir porque Penguin Random House les roba a las editoriales chicas hasta el agua de las macetas–, cierta vez, entonces, convencí a un editor de que publicara una antología literaria de los nacionalistas argentinos de las primeras décadas del siglo XX.

Era un libro que dejaba afuera dos cuestiones, quizás los dos asuntos principales para ellos: el aspecto historiográfico ligado al revisionismo y las posiciones políticas (incluso racistas en algún caso). Y al contrario, debía detenerse en la escritura impecable, en la forma polémica extraordinaria, en el arte de la injuria muy superior a lo que la literatura argentina daría después, a la ironía mortal como la de Ignacio Anzoátegui sobre Alberti: “Dijo que gobernar es poblar y se quedó soltero”. Una antología de ensayos literarios del propio Anzoátegui, de Irazusta, de Ramón Doll, de algunos otros, que podría servir para reponer ese pensamiento brutal y perturbador como modo de imaginar una escena más allá del eje Florida-Boedo, que creo desemboca en herederos impensados, como el Fogwill ensayista, el que comienza un ensayo de los 80 sobre la oligarquía escribiendo: “Pronto la oligarquía se dio cuenta de que su negocio no era comprar vacas sino hombres” (cada vez creo más que Los libros de la guerra –aunque incompleto: le falta incorporar varios ensayos e intervenciones claves– es el mejor libro de Fogwill). El editor, de apellido judío, decidió comenzar la búsqueda de los derechos con la nieta de uno de los autores (no de los citados más arriba). La nieta le respondió con un mail digno de su abuelo: “¿Por qué alguien que profesa su fe se interesa en la obra de mi abuelo? (además, seguramente a propósito, escribió mal su apellido, cristianizándolo). Intentó con otros autores más, con resultados igualmente nulos. Rápidamente abandonó el proyecto (sobre la dificultad para acceder a los nacionalistas, en este caso a Anzoátegui, ver el buenísimo artículo de Juan José Becerra, en Los malditos, ediciones de la UDP, Santiago de Chile, 2011, compilado por Leila Guerriero).

El día que se haga una historia de la edición, me gustaría saber qué libros no se llegaron a publicar, qué proyectos naufragaron, qué ideas quedaron en el camino. Muchas veces los mejores libros son los que nunca existieron.

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