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Literatura de la sociología

¿Escribió Lévi-Strauss sobre la escritura? Sí, por supuesto, en Mirar, escuchar, leer, y en muchos otros libros. Pero sobre todo se ocupó de la escritura escribiendo bien, o mejor dicho, extraordinariamente bien, hasta el punto en que no se puede discernir dónde termina su escritura y dónde comienzan sus teorías.

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¿Escribió Lévi-Strauss sobre la escritura? Sí, por supuesto, en Mirar, escuchar, leer, y en muchos otros libros. Pero sobre todo se ocupó de la escritura escribiendo bien, o mejor dicho, extraordinariamente bien, hasta el punto en que no se puede discernir dónde termina su escritura y dónde comienzan sus teorías: todo ocurre como si en Lévi-Strauss no hubiera hipótesis previas al acto de escribir, como si escribir y pensar fueran una misma cosa. Esta afirmación llama a la pregunta por la escritura, por el estilo literario en las ciencias sociales, un tema no demasiado tratado, o tratado a veces de un modo lateral. Clifford Geertz (que también escribe muy bien: su descripción de las riñas de gallo en Bali en La interpretación de las culturas es una obra literaria mayor) le dedicó un bello libro al asunto, llamado El antropólogo como autor, donde no pudo dejar de ocuparse de Lévi-Strauss. De hecho, ambos, Lévi-Strauss y Geertz, con todas sus diferencias conceptuales (la idea de interpretación densa en Geertz pone de relieve una dimensión de la historia ausente en Lévi-Strauss), fueron muchas veces criticados por ser demasiado literarios, por su excesiva cercanía con la literatura. Pero, más que rebatir esas insolencias, es cuestión de descifrar de dónde provienen: generalmente de las ciencias sociales más reaccionarias, del empirismo más ramplón. Sin embargo hay que tomar esas críticas como un síntoma: pensar la escritura en las ciencias sociales no deja de ser problemático, aún hoy, incluso después de autores como Lévi-Strauss o Geertz.

Pensaba en todo esto, mientras releía un viejo y querido libro de Robert Nisbet llamado La sociología como forma de arte. Publicado originalmente en 1976, al castellano fue traducido apenas tres años después en la editorial Espasa-Calpe (hoy agotado, no creo que libro haya sido reeditado; si trabajase en una editorial de ciencias sociales sin duda propondría su publicación). Nisbet es un sociólogo norteamericano, muerto a mediados de los 90, autor de Historia de la idea del progreso, seguramente su libro más conocido. Pero La sociología como forma de arte, especie de libro menor en su trayectoria, es –quizá por eso mismo– un texto inteligente y agudo, lleno de ejemplos y contraejemplos inesperados sobre la forma en que se escribe en las ciencias sociales: “El retrato es también una de las formas principales de expresión de la sociología en el siglo XIX, aunque los principales sociólogos responsables, como Marx y Weber, no se consideraron muy a menudo adscriptos a este género. Baste decir que los retratos que surgen de la literatura sociológica –el burgués, el obrero, el burócrata, y el intelectual– pueden fácilmente ocupar un puesto entre las obras de artistas como Mollet y Daumier, y los memorables retratos políticos que nos brindan algunos novelistas como Kingsley, entre otros”. A partir de esa primera definición, el libro avanza no sólo en la descripción magistral de esos retratos (“lo que hizo Marx fue infundir en el retrato del trabajador la intuición de un destino”, o “Marx creó el retrato de la burguesía que ha perdurado hasta hoy”) sino también en los “temas y estilos” (el individuo, el orden, la libertad y el cambio) y en los “paisajes sociológicos” (las masas, las fábricas, la ciudad), para terminar convirtiéndose en un texto de crítica literaria aplicada a la sociología, o en una sociología de la crítica aplicada a la literatura.

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En otro pasaje, Nisbet agrega una frase que, desde entonces, pasó a ser una de mis favoritas para entender no a la sociología (me parece que la frase es errónea y hasta levemente conservadora para las ciencias sociales) pero sí a la propia literatura: “Tomemos los aforismos del poeta Blake: ‘el arte y la ciencia no pueden existir más que en sus particularidades minuciosamente organizadas. Generalizar es ser idiota. Particularizar es la única distinción del mérito’”.