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las entraas de la city

Literatura y política

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Muy pronto, según se anuncia, van a inaugurarse nuevas estaciones en la red de subterráneos de Buenos Aires (nuevas les dicen, aunque existen desde hace mucho). Dos de ellas están dispuestas sucesivamente sobre una misma línea (la línea B) y sobre una misma avenida (la avenida Triunvirato), aunque llevan nombres por demás contrastantes, incluso antagónicos: una se llamará Echeverría, la otra Juan Manuel de Rosas.

Otra prueba concluyente, entre tantas ya consignadas, de que nunca nos hemos salido, de que nunca habremos de salir, de ese mundo de confrontación y desborde que se llamó “El matadero”. “El matadero” no es solamente un cuento que no dejamos de leer, es también un acontecimiento que no deja de sucedernos.

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Así será, entonces: Echeverría y Rosas. Ya sabemos que, apenas terminó la guerra de Malvinas, la calle Monroe (tal vez porque nunca le dijimos “Monrou”) resistió lo que no pudo resistir la calle Canning; y si Canning cedió a la presión y acabó por ser Scalabrini Ortiz, Monroe en cambio persistió y nunca pasó a denominarse Rosas. Pues bien, ahora, eso negado retorna como retorna lo reprimido, es decir desde lo profundo, y en este caso desde el subterráneo, y a la altura de Monroe la estación de subte se va a llamar Rosas.

No es tan fácil de asumir para aquellos que, por razones generacionales, si es que no también ideológicas e historiográficas, fuimos educados en la certeza de que Juan Manuel de Rosas, ese tan sanguinario tirano, era la encarnación misma del mal. A alguno le correrá un escalofrío, algún otro dará un respingo, cada vez que se topa con un billete de veinte pesos: billete rojo, por no decir punzó, que evoca en su envés el combate de la Vuelta de Obligado (una derrota) y omite mencionar la campaña al desierto de 1833, tan ostensiblemente señalada en cambio en su reedición de 1879 en el billete dedicado a Roca.

Lo primero que ese billete dice de Rosas es que era un estanciero. En la estatua que ahora lo hace presente ahí en Palermo, en ese sitio que le perteneció por entero, va a caballo, como tantos; pero menos con la estampa del militar ecuestre que con el aire del propietario que cabalga en el espacio que es suyo. Enfrente, justo enfrente, del otro lado de la avenida y del Monumento de los Españoles, quedó Domingo Sarmiento, erguido pero de a pie, labrado por la inspiración francesa de Auguste Rodin. Guerra semiológica de lado a lado, la misma guerra muda que se produce cada vez que pagamos setenta pesos juntando un billete de veinte con otro que dice cincuenta.

Esa guerra semiológica tendrá ahora otra batalla urbana al extenderse la línea B. Porque la estación siguiente a Rosas, como digo, será Echeverría: el escritor que retrató con feroz ironía la violencia tosca que el rosismo implementó. Pero además, y por si fuera poco, apenas a una cuadra de distancia queda una estación de tren, y es la estación General Urquiza.

El vencedor de Rosas en Caseros aparece así por el otro lado (para no hablar del ferrocarril que pasa por esa estación: la línea Mitre). Caminar por estas cuadras resultará, dentro de poco, una forma de pisar las huellas de esas luchas de la historia argentina que los nombres y los signos nos extienden hasta hoy.

Por eso espero con ansiedad el discurso que pronunciará Mauricio Macri el día que le toque inaugurar la estación Echeverría, o bien la estación Juan Manuel de Rosas, si es que no las dos a la vez, en audaz simultaneidad. Presiento que podría presentar su lectura de “El matadero”: sería una ocasión ideal. Porque en todo esto, según creo, se juega lo mismo que en tantas cosas: visiones del peronismo, versiones del peronismo. Por pituco y señorito, Macri podría identificarse tal vez con el unitario del cuento, aunque acaso la amplitud de vocabulario y la notoria fluidez verbal del personaje acabarán por disuadirlo de esa idea. Qué mejor situación que ésta para ofrecernos esa lectura, y abrir de ahí en más un provechoso intercambio sobre literatura y política: que entre Rosas y Echeverría, y a propósito de “El matadero”, los diversos referentes dirigenciales, desde el gobierno o desde la oposición, nos digan cómo lo leen, esto es, qué es lo que piensan.