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Llamada internacional

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Después de dos décadas de interrupción del contacto, hablo con R., un economista muy interesado en la literatura y el psicoanálisis que hace décadas vive en París. No sé por qué en su momento dejó de hablar conmigo, supongo que los costos exorbitantes de las antiguas llamadas internacionales –ahora desaparecidos– hicieron lo suyo. Yo dejé de llamarlo porque me ponían nervioso sus dilaciones verbales, sus modos a la vez urgentes y poco resolutivos. La última vez que vino a Buenos Aires, en mi presencia, tardó media hora en arreglar el punto de encuentro con una amiga. El mencionaba un bar, acordaba la cita, luego se ponía a analizar la oferta del lugar, la calidad o no del café, la atención de los mozos, la iluminación del sitio, los precios, la facilidad o dificultad en el arribo al local, vacilaba, luego proponía otro, y así sucesivamente. 

Pero lo cierto es que su llamado me alegra muchísimo. A cierta altura de la vida, uno espera menos novedades que recuperación de lo perdido.

En el primer tramo, nuestra conversación recorre vidas y obras y enfermedades y muertes de amigos y conocidos comunes, la duración de la pandemia, nuestras respectivas situaciones (libros, trabajo, amor, paternidad). En un momento me cuenta que un crítico literario, G.A., le hizo un comentario sobre un libro mío. De inmediato espero la cita, que imagino elogiosa. Pero R., a cambio de abordar el punto, empieza a hablarme de cuándo y en qué circunstancia conoció a G.A., se extiende en un examen de sus libros y luego, a impulsos de la conversación, en franco tono asociativo deriva al modo en que la crítica literaria, el estructuralismo, la lingüística y la topología influyeron en la obra de Jacques Lacan. En este punto R. toma aire (se siente la fuerza de la inspiración), y me comenta que algunos entendidos en el asunto advierten la falta de eficacia del psicoanálisis lacaniano a la hora de brindar un cauce curativo, o siquiera aliviador, a las perturbaciones de los pacientes franceses, habida cuenta de la cantidad de estos que terminaron suicidándose, ya sea en tratamiento con el pope o con alguno de sus connotados discípulos. 

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Luego de este recorrido por el psicoanálisis francés, R. vuelve a tomar aire y se muestra decidido a retornar a la circunstancia argentina. Yo tiemblo, temo que hable de política. Lo supongo ignorante por distancia, y doy por hecho que él imagina lo propio en mi caso, por cercanía. Por suerte, pasamos directamente a comentar la obra de una poeta y de su hijo novelista. Comentamos los libros de manera favorable, yo me extiendo, y me exalto, hablando acerca de lo mucho que me gustó el primero del hijo y el último de la madre, ambos dedicados a la figura del extinto esposo y padre de ambos. Podríamos seguir así, pero en algún momento mi entusiasmo por la obra ajena se ve asediado por cierta urgencia. Si la llamada se corta, si a R. o a mí nos surge algo por hacer, es probable que termine sin enterarme de  lo que G.A. dijo acerca de mi libro. 

Entonces, primero tímidamente, luego con cierta urgencia, le pido a R. que vuelva al  punto. R., siguiendo el hilo de su charla, me dice: “¡Sí, sí, ya llego!”, pero continúa hablando de un nuevo tema, que ya no recuerdo. Como sea, la deriva lo acerca o lo aleja al pequeño asunto de mi interés personal, que tal vez podría resolverse con una sola frase (aunque mejor sería que fuera detallado con toda la extensión que creo merece mi obra en general y cada uno de mis libros en particular),  pero R., aunque orilla y bordea ese pequeño asunto, nunca termina de abordarlo porque siempre hay alguna otra persona o hecho de cierta pertinencia para expandir su relato pleno de subordinadas que se van encadenando sin cerrarse nunca y sin volverse nunca agramaticales. 

En la siguiente media hora mi cortesía termina por gastarse y de pronto le digo derecho viejo: “¡Tengo cosas que hacer! ¿Podrías decirme qué dijo G.A. de mi libro?”. Y R. me contesta: “Ah. Que lo había leído”. 

Entonces caigo en la cuenta: lo que durante años tomé por un síntoma es, en mi amigo R., impecable, admirable ejercicio de estilo.