Un editor argentino visita la Biblioteca Nacional de Praga. Revisando estanterías encuentra los informes anuales que, en su carácter de abogado de la Compañía de Seguros contra Accidentes de Trabajo, escribió Franz Kafka entre 1908 y 1918 para la empresa. El editor ha leído biografías sobre el autor y sabe que esa tarea (de la que Kafka se quejaba constantemente) le fue útil para escribir, por ejemplo, En la colonia penitenciaria (así como El artista del hambre nace de su experiencia agónica con los alimentos, cuando ya no podía pasarlos debido a que la tuberculosis le había tomado la laringe). Le llama la atención uno de esos informes, titulado “Reglas de la prevención de accidentes para máquinas de cepillado de madera”, que recomienda el empleo de determinado tipo de maquinarias y se ilustra con imágenes de manos mutiladas.
El editor reúne esos informes –descartes de un autor que fascinan a los expertos en literatura forense junto con desperdicios como diarios íntimos, textos incompletos, cartas de amor, listas de compras del supermercado, poemas de adolescencia, etc.– y los publica en una edición anotada, con prólogo de especialista en la literatura del Imperio Austrohúngaro y fotos inéditas de Kafka en su oficina, en el templo, en el prostíbulo, etc. Gran éxito internacional. El editor se compra su soñada casa en la playa.
Un escritor argentino va a una librería, anota los títulos de los diez informes, no compra ni lee el libro. Después vuelve a su casa e inventa sus propios informes a partir del título. Desde luego, no conoce nada de la materia ni cree en un milagro que dé por resultado textos similares. Sabe que no puede escribir algo a la altura de El proceso, pero quiere comprobar si su ficción supera al menos la calidad de esos informes detestados por el autor. Escribe, da lo mejor de sí con los títulos de otro. Una vez escritos, coteja su obra con la original. Se asombra por el resultado.