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CAMBIO DE EPOCA (I)

Llegó el turno de Venezuela

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Dos “presidentes”. Maduro y Guaidó. | AFP

Ahora le tocó a Venezuela. Lula tenía razón cuando le dijo a Scioli en plena campaña presidencial, hace tres años: “Si usted pierde, caerán uno a uno los gobiernos de izquierda sudamericanos”. Pero la derrota del kirchnerismo en 2015 no fue la causa del posterior corrimiento a la derecha de todos los países, cada uno en su grado, a excepción de Bolivia (¿por ahora?) y el interregno de Venezuela. El triunfo de Macri fue apenas la consecuencia de cambios en el mundo, al igual que la caída del PT en Brasil.

El futuro electoral de Cristina Kirchner se ve afectado por el epílogo chavista y su crisis terminal

Argentina no podía ser Venezuela, ni Venezuela ser Cuba, por cuestiones históricas, culturales y económicas. Pero tampoco Cuba hubiera podido ser esta Cuba sin la Guerra Fría y la ex Unión Soviética. Ni Perón, o Getulio Vargas en Brasil, el populismo de mediados del siglo pasado, hubieran sido posibles sin las guerras mundiales que empoderaron a Latinoamérica y también hicieron subir los precios de las materias primas, generando recursos adicionales extraordinarios para distribuir. Como volvió a suceder en la primera década del siglo XXI por el fin de otra guerra, la Guerra Fría, con China pasando al capitalismo y generando un súbito aumento de demanda de materias primas por mayor consumo. Al revés, durante las guerras mundiales del siglo XX el desacople entre oferta y demanda lo produjo la súbita caída de la oferta porque la producción se orientaba a fines bélicos o sufría sus consecuencias, pero generando la misma subida de precios por escasez.

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 Fue en la primera década del siglo XXI cuando Sudamérica gozó del vertiginoso aumento del precio de las materias primas. Se desplomó en la segunda década y la estela positiva de sus efectos se fue apagando progresivamente. Consciente o inconscientemente, Cristina Kirchner podría no querer que ganase Scioli porque la economía que se podría hacer no era más distribucionista. Dejar que fuese Macri quien realizara el ajuste sin desgastar su espacio político y volver en 2019 hubiera sido una estrategia genial si no fuera por su miopía internacional: se quedaría sola porque los países no están aislados en su juego, nunca lo estuvieron y cada vez lo están menos.

En 1960, solo un 25% del producto bruto mundial estaba relacionado con el comercio exterior mientras que a comienzos de este siglo más de la mitad del producto bruto mundial es comercio transfronterizo. Lo mismo sucede con la inversión; en el año 2000, la inversión extranjera en todos los países del mundo representaba un 10% de la inversión total y actualmente es el 30% de la inversión total. Otro ejemplo, todavía a mediados del siglo XX, países como Japón o Taiwán podían incubar exitosas industrias nacionales como la automovilística o la electrónica, protegiéndolas durante un tiempo de la competencia internacional, como había hecho Estados Unidos en el siglo XIX con el acero. Pero en el mundo actual, solo adhiriendo a las normas de la Organización Mundial del Comercio, OMC, o a la mayoría de los tratados internacionales, esas prácticas quedan prohibidas.

Si Macri fuera reelecto en 2019, no lo sería por sus dotes de gobernante sino por haber estado en el lugar correcto en el momento correcto, al igual que el kirchnerismo fue reelecto en 2007 y 2011 también por ser empático con la corriente dominante de la época. Sin quitarles mérito a ambos de saber estar donde había que hacerlo. Como Lula o Chávez, quien asumió con el precio del barril del petróleo a 12 dólares y años después llegó a superar los 100 dólares, o sea ocho veces más.

Pero el momento distribucionista concluyó y con él las condiciones de posibilidad de gobiernos como los de Chávez, Kirchner y Lula o sus herederos. Con el cronocentrismo de los líderes narcisistas, Chávez creyó que estaba creando con el socialismo bolivariano un nuevo sistema político, lo mismo Lula tratando de ser un actor internacional con el BRIC e interviniendo en el conflicto de Medio Oriente a favor de Palestina o Irán, o Néstor Kirchner y Correa creando la Unasur para reemplazar a la OEA con su epicentro en la IV Cumbre de las Américas en Mar del Plata en 2005, diciendo: “ALCA, al carajo” a Bush. Ese orden bolivariano se desconsolidó con la desaparición de los recursos económicos que lo sustentaban. La era de “dictadores positivos” como Chávez, que mejoraban el nivel de vida de la población, entró en su ciclo de “crisis de rendimiento”: ya no lo mejoran. La economía de Venezuela incrementó el consumo de la clase baja hasta 2010 y ahora está peor que cuando Chávez asumió, en 1999.

La crisis del gobierno de Maduro en Venezuela es una mala noticia para las aspiraciones electorales de Cristina Kirchner y, al igual que la asunción de Bolsonaro en Brasil, una suerte para Macri.

Pero ¿es legítimo el gobierno de Maduro surgido de recientes elecciones donde votó solo el 20% de los venezolanos?

En Januschau, la antigua Prusia Oriental, después de un siglo de tener súbditos, la familia Oldenburg decidió “modernizarse” y el mayoral de la dinastía decidió llamar a elecciones, dándole a cada campesino un sobre cerrado y sellado para que colocara en la urnas. Y cuando uno de los campesinos decidió abrir su sobre, el señor Oldenburg lo golpeó con un bastón al grito de: “¡Cerdo, el voto es secreto!”.

La pregunta es si hubo “competencia desleal” de Maduro en las elecciones que ganó. No es extraño que Putin y Xi Jinping, más allá de sus intereses económicos y geopolíticos, consideren que Maduro salió victorioso de elecciones válidas porque en Rusia y en China la democracia es sin libertad mientras que en Occidente, para que haya democracia, además de elecciones el gobierno debe permitir que jueces y fiscales independientes juzguen a los funcionarios del gobierno en ejercicio sin ser destituidos, que se tolere la crítica de la prensa sin censurarla o cerrarla y que, pasado un período razonable, sus dirigentes sean sustituidos en el gobierno por líderes de otros partidos, lo que no sucedió en Venezuela. Sin estos atributos no hay democracia aunque haya elecciones porque, si se le quita a la democracia el componente de la división de poderes y la libertad de prensa, lo que se obtiene es una semidemocracia.

Ni Argentina iba a ser Venezuela ni Venezuela será Cuba. Tampoco Cuba sería Cuba sin la ex Unión Soviética

Pero el modelo chino o el ruso están siendo cada vez más populares en los países occidentales también como parte del mismo fenómeno del cambio mundial que afecta en forma diferente a países desarrollados pero produce efectos disruptivos igualmente comparables a los del fin del ciclo de gobiernos de izquierda en Sudamérica.

Sigue mañana con: "Cambio de época (II). Democracia: igualdad versus libertad".