Sigue de ayer: "Cambio época (I). Llegó el turno de Venezuela"
Así como las guerras mundiales en el siglo XX crearon las condiciones de posibilidad para liderazgos como el de Perón y Getulio Vargas, y en el siglo XXI el fin de la Guerra Fría hizo posibles los de Chávez, Lula y Kirchner (en ambos siglos por desacople coyuntural entre la oferta y la demanda de materias primas y su consiguiente encarecimiento), también en los países desarrollados las grandes guerras modificaron su economía y su política.
Theresa May y Maduro son espejos invertidos, May sin poder resolver el Brexit y Maduro, su crisis institucional. También Trump, en las antípodas de la sobria Theresa May y con más puntos de contacto con Maduro, es consecuencia de ese mismo nuevo orden. Que aunque en el siglo XXI se exprese con otras categorías: populismo nacionalista en las democracias occidentales y capitalismo con partido único en los países ex comunistas, en todo el mundo la disputa sigue siendo la misma de siempre: igualdad versus libertad.
Las guerras resuelven una tensión preexistente. Y como en una discusión donde gana el que pierde, al incorporar la razón del que gana, al igual que Alemania y Japón, que perdieron la Segunda Guerra Mundial pero surgieron favorecidos al incorporar la lógica de la democracia liberal de los Aliados, especialmente China, y en alguna proporción Rusia, salieron beneficiadas de su derrota en la Guerra Fría al incorporar el capitalismo.
Al demostrar China que sin una democracia liberal el capitalismo podía funcionar e incluso generar mayores frutos económicos, puso en discusión los valores de la división de poderes y la prensa libre. China hizo exitosa la democracia iliberal, donde el valor del voto de cada uno es igual para elegir los representantes al partido pero no hay libertad de votar por representantes de otro partido, ni tampoco Justicia y periodismo independientes que viabilicen la existencia de oposición y alternancia de partidos en el poder, influyendo sobre los países donde la tradición democrática liberal estaba consolidada inspirando a líderes que critican a la Justicia y al periodismo independientes. Aunque desde la derecha eso es lo que intenta Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil, Erdogan en Turquía, el gobierno del Partido de la Ley y Justicia en Polonia y su equivalente de ultraderecha en Hungría, Salvini en Italia y la posibilidad no tan lejana de que Marine Le Pen un día sea presidenta de Francia.
Hasta el promedio de vida de los blancos en EE.UU. decrece. En China, además del PBI, aumenta la longevidad
Es la consecuencia de que en las tradicionales democracias liberales el sistema se fue pervirtiendo: hay libertad pero no democracia, es decir, hay división de poderes, prensa y Justicia independientes más alternancia de partidos en el poder, pero el pueblo, la mayoría de la población, no progresa económicamente al últimamente, hacer a los ricos más ricos y a los pobres más pobres, aumentando la injusticia social, que antes era característica de las no democracias.
Mientras China viene creciendo a un promedio del 7% anual desde hace cuatro décadas, Estados Unidos creció solo 2% durante los últimos veinte años, la mitad de cuando, en la posguerra, crecía al 4% anual; y Europa de la posguerra, que crecía al 5% anual, ahora lo hace solo al 1,5%. La diferencia entre crecer al 1,5% en lugar del 5% es tres veces más el primer año pero en la vida laboral completa de una persona, a lo largo de cincuenta años, hace que sus ingresos se dupliquen al 1,5% anual o pasen a ser más de diez veces mayores creciendo al 5%, y si se creciera como China, al 7%, a lo largo de una vida laboral se multiplicarían treinta veces.
Esto tiene muy claro el gobierno chino: la legitimidad de su régimen se sostiene en la medida en que mejore constantemente la vida de su pueblo. Y eso significa democracia para China: votar dirigentes que mejoren la vida de la mayoría, el pueblo.
Lo mismo había sucedido en Estados Unidos e Inglaterra durante la mayor parte del siglo XX, haciendo que sus poblaciones apoyaran decididamente el sistema democrático liberal, el que luego de la Segunda Guerra Mundial exportaron a Europa continental. La mejor síntesis es que nueve de cada diez norteamericanos nacidos en 1940 al cumplir treinta años duplicaban lo que ganaban sus padres a la misma edad, mientras que hoy uno de cada dos gana menos que sus padres a su misma edad.
Occidente tendrá que volver a mejorar la vida de sus habitantes como lo hizo al competir con la ex Unión Soviética
No es casual que tanto en Alemania, España e Italia, países que antes de la Segunda Guerra no tenían democracias liberales, las adoptaron en las últimas décadas mientras sus economías florecían, se creaba el Estado de bienestar y se alternaban en el poder la democracia cristiana y la socialdemocracia (o sus equivalentes del PP y el PSOE en España) copiando el bipartidismo norteamericano. Y tampoco es casual que desde la crisis de 2008 la suma de ambos partidos antes, que obtenía alrededor del 80% de los votos en las elecciones de los tres países, haya descendido a menos del 50%, emergiendo partidos antisistema o iliberales.
Tanto en Estados Unidos como en Europa, al estancamiento del crecimiento económico se sumó el aumento de la desigualdad producido por el traslado de trabajos de los países desarrollados a los países emergentes, especialmente China, que al bajar los costos de las empresas multinacionales generó más rentabilidad en ellas haciendo a sus accionistas más ricos y, fundamentalmente, por la revolución tecnológica que, gracias a la automatización de determinadas actividades con costo marginal igual a cero, produjo ganancias inimaginables para un pequeño grupo de personas. Si la torta no se agrandó en los países desarrollados y encima el 1% más rico de esos países se lleva el doble de su porción de la torta, la mayoría de la clase media se empobreció, transformando en estas últimas décadas a la democracia liberal en antidemocrática porque le falta cumplir el requisito de mejorar la vida de la mayoría y no de una minoría.
Es el estancamiento y el deterioro de las economías lo que hace caer a Maduro (el petróleo en 2016 bajó hasta la cuarta parte del precio del mejor momento de Chávez), es lo que hace a los ingleses ilusionarse creyendo que su problema es la Unión Europea y votar el Brexit, y a los norteamericanos votar a Trump para probar un cambio porque “con los políticos tradicionales no nos va bien”. Chávez, o en los años 60 Kennedy, tenían legitimidad porque mejoraban la vida de sus habitantes y la perdieron sus herederos, Maduro y Clinton, cuando la empeoraron.
Los ciudadanos desarrollan lealtad a su sistema político mientras este les devuelva satisfacciones. El Partido Comunista chino sostiene que su sistema es más democrático que el occidental porque genera más movilidad social ascendente. Hay tantas definiciones de democracia como pensadores políticos. En la democracia de Atenas solo un puñado de sus habitantes era considerado ciudadano con derecho a voto, no solo no votaban las mujeres ni los esclavos sino tampoco la mayoría de la población, porque la ciudadanía era un derecho exclusivo de los descendientes de los primeros habitantes de la ciudad; con los años se extendió a hijos de madre y padre ateniense pero ni Aristóteles ni Diógenes, por ejemplo, tenían derecho a voto. Y aunque un poco más abierta, en la República de Roma no eran ciudadanos los nacidos más allá del Lacio, como si en Argentina fueran ciudadanos con derecho a voto solo los nacidos dentro de la Pampa Húmeda. Ejemplo que sigue Trump al proponer reducir el derecho a que sean norteamericanos los nacidos en Estados Unidos de padres inmigrantes. También el no querer compartir la ciudadanía con extranjeros influyó en la motivación a favor del Brexit.
En Atenas la democracia podía ser directa porque los pocos que tenían derecho a voto vivían cerca y se podía reunir en el Agora, y al tener esclavos que se dedicaran a la producción podían abocarse a discutir asuntos de Estado. La democracia representativa, con un Congreso de representantes, fue necesaria porque era imposible reunir a todos los habitantes de un país al mismo tiempo, algo que las redes sociales hoy están permitiendo. La tendencia a los referendos (el Brexit, por ejemplo) empatiza con esa cultura de redes. Pero la democracia liberal prohibía que el pueblo gobernara directamente (“el pueblo solo gobierna a través de sus representantes”) y dividía el poder en tres instituciones con el auxilio de la prensa para que tampoco ningún representante pudiera, al estilo de Trump con Twitter, arrogarse ser la voluntad del pueblo. Esto está cambiando, por el éxito de la democracia con igualdad pero sin libertad de China y por el fracaso de la democracia con libertad pero sin igualdad de Estados Unidos y Europa.
La única solución será que la democracia liberal le gane en crecimiento económico a su adversario, China, como ya lo hizo con la ex Unión Soviética, y vuelvan a reunirse libertad e igualdad en la misma democracia.