Sin tema para la columna de esta semana, releo las que escribí en los últimos meses. Si dentro de treinta y cinco años alguien las viese se preguntará:
—¿Y éste es el que escribió tal o cual libro? ¿Por qué lo habrán metido en una “página de escritores”?
Mi momentánea curiosidad por el futuro es ridícula, como todo lo que hago o me hacen. Pero jamás habría pensado en ese territorio vedado si no estuviese bajo los efectos de la lectura de las mil páginas de borradores de la biografía de Osvaldo Lamborghini que Mansalva promete publicar en los próximos meses. Desde ahora candidata a libro del año 2008, esta obra de documentación de una vida ocupó diez años de la propia vida del autor, el escritor, abogado e investigador Ricardo Strafacce. Puede ser leída como altísima literatura porque abunda en transcripciones de cartas, textos y manifestaciones de quien magnetizó el campo literario desde los setenta hasta hoy. Pero también puede ser leída como una novela: la historia de un lector consagrado a la reconstrucción de hasta los menores detalles de la vida del genio que, como a tantos de nosotros, le reveló de un plumazo la pasión por la palabra.
La comparación con los diez años de trabajo de Strafacce para componer esta historia, o con los veinticinco de autocombustión de Lamborghini para lanzar al futuro el tesoro de su obra, revela la trivialidad de mis treinta minutos semanales de hobby periodístico consagrado a lo pequeño. Hoy, mi tema podría ser el transporte. Descarrilado su tren bala, los fabricantes de bluffs se han lanzado a la epopeya de Aerolíneas, mientras la empresa del candidato presidencial chileno Sebastián Piñera se convierte en el único operador confiable para volar en la Argentina. El Estado mira impasible un paro de transporte que ahorra a las empresas los mayores costos del servicio nocturno sin merma alguna en sus subsidios. Quieren transportarnos a la modernidad holandesa con la despenalización del consumo, sin contar con recursos ni ideas para enfrentar el tráfico de drogas. Sus amigos habilitan nuevas y sofisticadas máquinas para iniciar al pueblo en el vicio del juego sin preveer sus efectos de mediano y largo plazo. Ni imaginan una política contra el alcoholismo y su promoción entre los chicos. Mantienen el precio del cigarrillo en el nivel más bajo del mundo: aquí cuesta de tres a quince veces menos contraer una EPOC y no hay recursos médicos para tratarla. Viajan y viajan, hablan y hablan, pero no quieren dialogar con el campo. Los entiendo: yo tampoco. Prefiero el campo literario.