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invocaciones

Lo hizo el demonio

Pina Bausch 20221008
El Ciclo Invocaciones desembarca en la sala María Guerrero del Teatro Nacional Cervantes con su Invocación XI. | Pina-bausch.de/de/

La aparición endemoniada de Pina Bausch y el Wuppertal Tanztheater atravesó a la danza pero fue también un cuchillo caliente en la manteca temblorosa del teatro. Sus aires estarán para siempre cada vez que se levante un telón. Las definiciones de “gesto humano virtual” nunca serán las mismas; Pina ha negociado que el bailarín no solo baila sino que le pasa –en ese lapso inconmensurable en que es mirado– lo mismo que al actor: actúa, encarna, convoca, singulariza. La propia idea de autor es puesta en jaque: el bailarín logra sustraerse del ballet (un colectivo codificado cultural e industrialmente) para empezar a ser coreógrafo de sí mismo, tal como un actor ya sabe que puede dirigirse. Una revolución en la cadena de producción de sentido escénico y no solo formas bellas o estilizadas.

La obra asume varias utopías contemporáneas, entre ellas la de no narrar nada

Obra del demonio, con que el Teatro Cervantes invoca el espíritu de Pina, se me antoja de visión obligatoria. El ciclo Invocaciones (ya clásico entre nos) está en manos de Mercedes Halfon y Carolina Martín Fierro. Diana Szeinblum dirige como nadie a estos demonios. Pero el negoción es que cada intérprete es coreógrafo y autor de sí mismo, de su presencia. La obra asume varias utopías contemporáneas, entre ellas la de no narrar nada (una afrenta al implacable dios del tiempo, que junta desesperadamente cosas aisladas para armar cadenas inestables de ADN), pero es ante todo un aquelarre de singularidades: cada cuerpo, cada poética, cada idea convive y se pelea con los íncubos en derredor. Los intérpretes son tan buenos que si se fueran de gira y el micro desbarrancara por obra del demonio, ya no habría nunca más danza en esta triste ciudad. Es imposible destacarlos a todos, porque además de singulares laburan como anónimos, incluso cuando Florencia Vecino invoca un final claroscuro con aires de Fritz Lang, o Diego Velázquez lucha con la definición de lo que es actuar. ¿Qué quieren que haga?, pregunta a la danza, ¿qué creen ustedes que es la actuación? Pero como aquí obra lo demoníaco, casi todas las respuestas son por la negativa: solo podemos entrever qué no es actuar; es una cosa que –si se define– se convierte en un chasco compartido.

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Había que invocarla. Una y cien veces. Porque un mundo sin Pina, acá o en el siempre sombrío valle de Wuppertal, ya no sería posible.