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El hortelano en primavera

Escuela Normal Superior en Lenguas Vivas Sofía Esther Broquen de Spangenberg 20220929
Escuela Normal Superior en Lenguas Vivas Sofía Esther Broquen de Spangenberg. | Google Street View

De primavera, nada. Es lo que tiene cada 21 de septiembre. La primavera es más una palabra que otra cosa. Este año no desmalecé la huerta, ni me procuré las semillas de tomates, ni plantines, ni nada. Me quedé mirando cómo algo no sucedía, sin saber exactamente qué. Asistí impávido a la floración tardía del almendro, los perales, los ciruelos, los damascos. Los protegí con goma espuma de las laboriosas hormigas, que carecen de cambios de humor, y me fui a hacer mis otras cosas no primaverales, no regidas por cursos biológicos.

No fui el único. Esta vez los parques casi no se llenaron de estudiantes. Me dio algo de pena que ni se hablara de ello. La verdad es que el picnic del 21 me parecía abominable cuando estaba en edad de llevar los sánguches a la plaza más cercana, pero ahora mismo la merma de reunión estudiantil en torno a la primavera y todo lo que significa (flores, hormonas, futuro, melancolía) me dio qué pensar.

Tal vez la postal de esa inocencia que me retrotrae a un festejo de frío y lluvia de mi pasado quede algo rara sobreimpresa con estos estudiantes que, lejos de la figurita amanerada, defienden su juventud tomando escuelas. Allí habrá que ir a buscar la primavera; allí la esperanza y allí el cambio.

Yo creo que ya hemos escuchado suficientemente las dos campanas (si es que hay dos) y los ecos –casi siempre lamentables– de los medios, orquestados para distorsionar un reclamo justo y urgente, harán de este septiembre uno muy caliente. Las tomas de colegios secundarios no son solo por reclamos edilicios o por viandas; son una práctica de aquello que se debe (y se puede) aprender en la propia escuela: valores tales como justicia, soberanía, participación no deberían ser solo palabras de actos escolares, como le pasa a “primavera”. Las tomas ocurren porque el Gobierno no asistió a dialogar con los pedidos. En cambio, como sucedió en el Lengüitas, sí fueron solo a advertir sobre las consecuencias de la toma. Y a perseguir penalmente a padres y estudiantes (citando mal los artículos legales y policía mediante), negando el derecho constitucional a la protesta autoorganizada, al experimento cívico que solo puede darse en este laboratorio gigante que es la propia escuela. Lo agrio es que se reemplace justicia por rating: el Gobierno una vez más acude a las mediciones de opinión de los medios que ensamblan su argumentación odiosa y distorsiva. Dado que el público vota en tuits por mano dura, eso es lo que administrarán. Los que estamos del otro lado (ideológica y fácticamente) tenemos pocas voces y solemos mirar con pasmo cómo lo que es obvio deviene obtuso, con discursos llenos de grises cuando hay algo que es negro sobre blanco: el reclamo es justo. Circula, por ejemplo, como aliciente, la falaz argumentación de que las escuelas de nuestra época estaban aun peor; yo fui a una que no tenía bancos y las maestras nos pedían que lleváramos almohadones para sentarnos en el piso, pero allí y entonces todo reclamo estaba prohibido porque había una dictadura. Por suerte, ahora no. Nos gustaría poder celebrar al menos eso.