Una parte significativa de los argentinos sufre del síndrome del fatalismo. Quizás, por la frase que Ortega y Gasset le dedicó a Buenos Aires: “La capital de un imperio que nunca existió”. Aquel país de rascacielos donde –en las alturas– habría autopistas, puentes y veredas, que imaginaban desde los ilustradores hasta los lustrabotas en el Primer Centenario. El de la viñeta en Fray Mocho de 1919, en la que una dama le decía a la otra: “… hemos tenido que mudarnos al piso bajo; arriba no se puede vivir por el ruido del tráfico”. Una ciudad próspera, cosmopolita, toda hervor, optimista, cuando Argentina alucinaba proyectos. Cien años después, deliramos catástrofes.
“El futuro llegó hace rato / todo un palo, ya lo ves!”, cantó Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, treinta años atrás. No se equivocó: “Estás llamando a un gato con silbidos / ¡el futuro ya llegó!” Lo que perdura se convierte en crónico: no terminamos de aprender que, no por ser herederos, tenemos derecho a la dicha.
Esa baja autoestima nos hace maltratarnos. Y quien se maltrata, ¿cómo habría de tratar mejor a su semejante? El que piensa distinto siempre tiene un as bajo la manga, el cuchillo bajo el poncho, anidado un rencor, segundas intenciones, motivos inconfesables. Una Babel de deseos insatisfechos y ambiciones imposibles de satisfacer.
Lo que está en juego es ganarnos la probabilidad –no muy robusta– de volver a instalar el futuro en nuestra agenda de pensamiento político. Para legitimación de los representantes y beneficio de los representados, aquellos que por puro hambre tienen el largo plazo en el almuerzo, por pura urgencia el límite de sus seres queridos y por pura intemperie astillada la imposibilidad de saber qué es una expectativa, y por consiguiente de alcanzarla. “Picasso era un artista de estrategias”: no buscaba, encontraba. Pero claro, se trataba de formas y de colores, de cosas que no eran verdad, no de calorías.
El pintor tuvo sus problemas: de sus cuatro hijos, Walter se ahorcó en 1977 y Roque se disparó un tiro en 1986. Pablo, nieto del artista, se suicidó pocos días después de la muerte del pintor. Aquí es innecesaria esa cobardía que exige tanto coraje: alcanza con vivir bajo la línea de subsistencia y con ser niño.
De “ganarnos”, dije: no tenemos “la democracia que supimos conseguir” porque no la conseguimos nosotros; no tendremos la Argentina “que nos merecemos”, porque no nos merecemos otra Argentina que la que tenemos. Lo que está en juego es ganarnos la probabilidad de un futuro. Por una vez. Que no sea “ganamos” y “perdieron”, sino “perdimos” y “vamos a ganar”.
Ley de Moore mediante, “escalones de la mente” de Hawkins, “ley de rendimientos acelerados” de Kurzweil, el futuro ricotero se acelera a golpes de algoritmos.
La democracia resbala hacia la “algo-cracia”; el “calentamiento global tecnológico” debido al uso abusivo de la tecnología –al que se refirió Gustavo Béliz recientemente en la Pontificia Academia de Ciencias Sociales– poluciona con su sed desconocida, la “distribución de dividendos digitales” es una dimension nueva de la justicia social. Ebrios de autocompasión y enojo, los argentinos no hablamos de eso porque hemos elegido no hablarnos. Preferimos lastimarnos.
Lo que está en juego es extirpar la idea de que el atajo es el mejor modo de llegar de un punto a otro, mutilar la expectativa de que con una cosecha nos salvamos todos, sancionar el elogio al pícaro y entronizar la ética del tenaz. Volver a hacer cosas en lugar de “poner a trabajar el dinero”, esperar brotes verdes luego de haber sembrado con el sudor de la frente, atraer una lluvia de inversiones cuando por una década hayamos dejado de refundar la Nación con cada nuevo período presidencial, recordar que “de aquí no se va nadie”, como escribió León Felipe, ni el místico ni el suicida; “antes hay que deshacer este entuerto, antes hay que resolver este enigma. Y hay que resolverlo entre todos”.
Lo que está en juego es estar ciertos de que se cerró sin jamás haberse abierto el casting para elegir al titular del Ministerio de la Venganza. Que hemos decidido denunciar el ocultamiento de la verdad (por más dura que ésta sea) y el inmediato granizo de rumores, clamores y conjeturas, porque no hay tiempo que perder. Que la lista de voluntarios para la Conadep del Periodismo se declaró desierta por inexistencia de la institución presunta. Que el barco atiborrado de pertrechos para artillar a los gatilleros de la grasa militante no llegó ni llegará por carecer en su GPS de la República Argentina como destino. Que ya tenemos a demasiados compatriotas empujando malvas en el panteón sin culpables ni inocentes. Que nadie “viene por la República”, sino que todos vamos hacia ella, convencidos que su cobijo es el legado de Occidente más apto a nuestro alcance.
De lo contrario, y como hasta ahora, la situación seguirá siendo grave, pero no seria, como supo decirlo el guionista Ennio Flaiano.
*Abogado. Ex canciller.