Los números asustan. 20% del oxígeno y el agua de la Tierra, 10% de su biodiversidad y el hábitat de millones de especies. Esto y tanto más es lo que está en juego desde hace casi 20 días. Mientras las llamas avanzan en el Amazonas, la selva tropical más grande del mundo, la humanidad va perdiendo su capacidad pulmonar y una de sus mejores armas para contrarrestar la crisis climática.
Cuando de ecosistemas se trata, es menester comprender el delicado equilibrio en el que sostienen y el efecto mariposa que su destrucción desencadena. Germán Poveda, profesor de la Universidad Nacional de Colombia, lo explica claramente: “El vapor de agua que evapora el bosque amazónico es exportado hacia la cordillera de los Andes y vuelve a bajar por el piedemonte amazónico hasta el río de la Plata, al sur de América. Los glaciares se nutren de esas aguas amazónicas. Ya están desapareciendo gracias al calentamiento de la atmósfera y, si le quitas otra fuente de humedad, se acelera el descongelamiento. Si se sigue deforestando, se altera el ciclo hídrico completamente. Ciudades como Sao Paulo, Buenos Aires y hasta Bogotá sufrirían de escasez”.
Estamos todos conectados: lo que sucede allá tiene impacto acá y viceversa. Día a día, el fuego avanza sobre la Amazonia consumiendo la selva y toda su biodiversidad que son invaluables, para ellos, para nosotros y para el planeta entero. Por eso, esta situación no solo debe preocuparnos, sino ocuparnos. Y motivarnos a valorizar aún más los patrimonios naturales con los que contamos aquí en la Argentina.
Porque hoy todos miramos a Brasil, pero en nuestro país también hay mucho que mirar. Por caso, el Gran Chaco Americano, la ecorregión boscosa más extensa del continente tras el Amazonas y la más grande de bosques secos de América del Sur, un área clave para la conservación de la biodiversidad. Y, aún así, desde hace décadas, día a día perdemos más de este patrimonio invaluable. Las cifras también dan miedo en este caso: en los últimos 20 años, se perdió cerca del 10% de su superficie.
Uno de los pocos espacios que permanecen inalterables entre las topadoras y las llamas que avanzan son las más de 128 mil hectáreas del Parque Nacional El Impenetrable y sus 400 mil hectáreas de reservas aborígenes vecinas. No es azaroso: para proteger nuestra biodiversidad y evitar los incendios fuera de control, así como la deforestación indiscriminada, uno de los mejores caminos es poner el foco en la conservación.
Tenemos mucho más por ganar al proteger los ecosistemas naturales, que al destruirlos. La ganancia económica circunstancial y focalizada en pocas manos que deviene incendiar o cambiar el uso del suelo de (en este caso) un bosque, puede convertirse en una ganancia económica, ambiental y social colectiva y sostenible al conservarlos. Los ecosistemas naturales sanos son el hábitat de millones de especies animales y vegetales (cuya pérdida conlleva una alteración en el ecosistema global, como hemos mencionado), así como de millones de personas que hacen de ellos sus medios de subsistencia. La creación del Parque Nacional Iberá, por citar otro ejemplo, está demostrando cómo se motoriza el desarrollo económico y social de un área natural que pone el acento en la conservación. Esas oportunidades pueden ser extensivas a otras, muchas otras, áreas de la Argentina.
Todo ello sin mencionar la función vital que cumplen frente a uno de los mayores desafíos que la humanidad enfrenta en estos tiempos: la crisis climática.
La extracción de dióxido de carbono de la atmósfera es, quizá, de los servicios ecosistémicos que menos fueron referenciados en estos días. El aporte del Amazonas aquí es fundamental. Pero, también lo es el de otras áreas, como la Península Mitre en Tierra del Fuego. La biodiversidad nativa que allí se conserva (tanto continental como marina) es pródiga, pero también lo es en la captura de carbono que posibilita y que es la mayor de la Argentina. En la actualidad, se está trabajando fuertemente para lograr que sea declarada Parque Provincial y que así se asegure su conservación y un legado a las próximas generaciones.
El trabajo que se viene haciendo en la Argentina en términos de creación de áreas naturales protegidas (tanto marinas como terrestres) es notable. Sin ir más lejos, en 2018 se crearon seis nuevas: Parque Nacional Traslasierra, en Córdoba; Parque Nacional Aconquija, en Tucumán; Parque Nacional Ciervo de los Pantanos, en Buenos Aires; Parque Nacional Iberá, en Corrientes; y las Areas Marinas Protegidas Yaganes y Banco Burwood II), duplicando la superficie protegida del país y superando el récord histórico alcanzado en 1937, cuando se crearon cinco parques nacionales. No es poco, pero aún estamos lejos de cumplir con el compromiso del Convenio de Diversidad Biológica de la ONU de proteger el 17% de áreas terrestres y aguas continentales. Hoy el porcentaje alcanza el 12,78%.
Hay que ir por más. Al conservar nuestro patrimonio, conservamos la biodiversidad y los servicios ecosistémicos que ellos proveen al planeta; y, así, tenemos la oportunidad de preservar la vida en la Tierra tal como hoy la conocemos.
*Bióloga. Directora Ejecutiva de CLT Argentina y presidente de Fundación Flora y Fauna.