Cuando Cristina Kirchner deje el poder, el país entrará en una nueva etapa política. El cambio estará marcado por una sucesión de errores que ya resultan evidentes hasta para aquellos a quienes les gustaría seguir apoyándola. Para esto falta algo más de dos años, y en ese período podrían ocurrir hechos que influyan en la transición hacia el post kirchnerismo; puede ser, pero no veo señales de que vayan a producirse correcciones importantes al rumbo elegido.
La nueva etapa estará marcada en parte por la fuerza política que alcance el poder; sin embargo, el ejercicio de ese poder estará condicionado por las reacciones que en forma de apoyos, o de trabas, susciten las acciones de ese gobierno en los diversos sectores de la sociedad. Y hablo de sectores sociales y no de ciudadanos, porque esta influencia se ejerce muchas veces a través de mecanismos no institucionales. El grado de madurez y de cohesión social con que las sociedades acompañan la marcha de la política suele ser determinante en cuanto a los éxitos que se logren para avanzar superando obstáculos. En este tema, nuestra sociedad ha dado repetidas muestras de prácticas corporativistas y de un uso particularista del Estado que ponen en jaque cualquier intento de políticas que apunten al mediano o largo plazo. Sindicatos obreros, asociaciones empresariales y grupos ideológicos o religiosos presionan por medidas en su propio beneficio, junto a otros sectores que privilegian su vocación de consumo y los favores discrecionales del Estado, poniendo todos ellos sus privilegios por delante de los intereses del conjunto de la sociedad. Estos grupos hicieron posible la consolidación y el fortalecimiento del kirchnerismo, que atendió a esas demandas echando mano de un gasto púbico dispendioso y un crecimiento innecesario del Estado, comprando así todas esas voluntades al precio de desperdiciar una de las mejores oportunidades de desarrollo genuino que haya tenido el país en décadas.
Mientras duró la bonanza económica, la sociedad, en su mayoría, fue cómplice de que el kirchnerismo descuidara la educación, la seguridad, la energía, la infraestructura, el transporte y la inflación, entre otras cosas; y de que nos aislara del mundo, lo que en lugar de sustitución de importaciones nos dio falta de competitividad y de insumos para la producción, que se tradujeron en menos empleos.
Como era de esperar, ese apoyo comenzó a revisarse cuando la bonanza económica se diluyó, más por la suma de esos errores que por condiciones externas; y cuando sus efectos se hicieron sentir sobre la vida de la población, la sociedad pareció tomar nota de que no siempre las cosas que resultan más fáciles son las adecuadas: entonces el 11 de agosto votó diferente. La cuestión es saber si este cambio constituye un aprendizaje suficiente como para no inducir al futuro gobierno a cometer los mismos errores, y más aun, si evitará poner trabas a políticas que apunten a un desarrollo genuino, sin empresarios amigos, con equidad social, sin clientelismo y con respeto por las instituciones.
Para que este aprendizaje sea efectivo, la sociedad no debe olvidar que: 1) la creación abusiva de empleo público lleva a un Estado pesado e ineficiente; 2) la recuperación de la educación exige, además de aumento de presupuesto y sueldos, capacitación docente y evaluación de rendimientos de alumnos y profesores; 3) las inversiones extranjeras, debidamente reguladas y supervisadas, contribuyen a la expansión de la riqueza; 4) el gasto público debe usarse con moderación para no desatar la inflación, y con inteligencia para no descuidar las insuficiencias estructurales; 5) combatir la corrupción no debe estar supeditado a las posibilidades de consumo; 6) la postergación de las transformaciones estructurales deja más dinero para el consumo inmediato pero hipoteca el futuro.
*Sociólogo. Club Político Argentino.