Hubo una falla elemental del Gobierno frente al último paro general: no supo leer las encuestas previas, ésas a las que ha concedido tanto presupuesto vanamente. Raro fenómeno: en el pasado, la Casa Rosada parecía experta en ese ejercicio de lectura. Y a menos que Cristina compre versiones irigoyenistas o que en su narcisismo suponga como auténtica una Hermès de La Salada, no podía ignorar que varios de estos trabajos de campo coincidían en que no llegaba al 10% de los encuestados la opinión de que, económicamente, el país estará mejor en lo que resta de 2014. Porcentaje demoledor que indica rasgos inocultables de disconformidad, la posible inclinación a considerar que una mano de pintura no le vendría mal al techo. Sin importar, siquiera, la calidad del pintor. Ni Hugo Moyano, el provisorio triunfador de la huelga, había reparado en esa tendencia o, en todo caso, se amparaba en sus propios miedos para determinar la medida que le reclamaban, hasta el hartazgo, dos socios de conveniencia como Luis Barrionuevo y Pablo Micheli. Si bien ahora disfruta de una solidaridad aplastante por el vacío de la sociedad al Gobierno –“pese a nosotros”, como lúcidamente confesó uno de los organizadores–, seguramente ya no fantasea con la eventualidad de ser un Lula doméstico, un candidato a presidente. Nunca como hoy los apoyos se han vuelto tan limitados.
Son distracciones a las que no vuelve y que, en cambio, dominan con cierta frivolidad a la administración cristinista, preocupada por cambiar en un billete a Domingo Sarmiento por el poco historiado Gauchito Rivero, por modificar el nombre del diseñador de la Panamericana por algún difunto reciente, por los imitadores que pondrá en el aire Marcelo Tinelli, o por promover la prédica de que “no todo está tan mal” luego de haber insistido en la cultura de que “nunca estuvimos mejor en los últimos 200 años”. O por premiar a Francia por los derechos humanos justo cuando se prueba la complicidad de ese país en el genocidio de Ruanda –más de un millón de asesinados en menos de cien días– o por dedicar la cadena nacional a la simpática entronización del hip-hop “nac & pop” y al gracioso stand up que ocultó el anuncio de ciertas obras importantes (a propósito de esa alocución presidencial tan controversial en los medios, ¿alguien le puede explicar a Ella lo que es un ringside?). O por dedicarse a Colón, sólo a Colón (el traslado de la estatua a cualquier punto de la ciudad para encumbrar, en su lugar frente a la Casa Rosada, la de Juana Azurduy) cada vez que habla semanalmente con Mauricio Macri por teléfono, según el jefe de Gobierno le confesó a un infidente que luego repartió ese dato a los cuatro vientos. Por no hablar de la sustancial alteración de la campaña del desendeudamiento por otra a favor del conveniente endeudamiento (ya iniciada, con bastante imprevisión, por casi todas las provincias argentinas) en vez de abandonar la “gastomanía” que, además de acechar la economía, bate todos los récords históricos en este último mes.
Si bien Cristina aboga –lo habría hecho ante el Papa– por negociaciones en Venezuela entre oficialismo y oposición, no aplicó ese mismo criterio hasta ahora en la Argentina. Al menos con el gremialismo que protagonizó el último paro. Se duda de que cambie la mandataria y, para mayor hostigamiento o indiferencia con Moyano-Barrionuevo-Micheli, le cederá a otro bando sindical el premio de reconocerle –lo que debería ser automático en cualquier manual kirchnerista– una suba del mínimo no imponible de Ganancias que, entre otras perversiones, provoca el ruego de los trabajadores para no ascender de categoría porque eso implica ganar menos. Ese dislate a corregir difícilmente reponga a figuras y grandes organizaciones enlodadas en la deserción del reclamo, sea por haberse abstenido o denunciado la huelga. Sobre todo jefes como Antonio Caló (metalúrgicos), Gerardo Martínez (construcción), José Luis Lingeri (aguas), Armando Cavalieri (comercio), Rafael Mancuso (Luz y Fuerza), Ricardo Pignanelli (mecánicos) y Sergio Palazzo (bancarios), entre otros. A cargo, todos ellos, de las grandes organizaciones que regían el campo sindical. Sin embargo, su hegemonía se desflecó, han quedado en posición prohibida y burlados por adversarios del mismo tipo. Ahora, además, soportarán una contingencia interna imprevisible: el avance amenazante de sectores más radicalizados de la izquierda que florecen en cada gremio y que, por haber acompañado a Moyano, instigan con proposiciones de más lucha, paros de superior intensidad, tomas y ocupaciones. Resulta singular que este fracaso de presuntos gigantes, enfrentados con Moyano –y no les faltan razones del pasado– por el Gobierno, deberá pugnar en otra instancia para que Moyano los asista y no aliente este tipo de obstinaciones reivindicativas. Sin querer, el Gobierno provocó esta situación. Caló, por decisión personal, es una de las mayores víctimas de ese colaboracionismo: no puede alegar que sus trabajadores perciben salarios jugosos por obra de Cristina y, sobre todo, su fidelidad oficialista hasta le enajenó la cultura heredada de Lorenzo Miguel, quien se internaba cada vez que aparecía una crisis o se iba del país dejando a uno de sus adláteres para que atravesara la vergüenza de una agachada (como hizo con Rogelio Papagno en el desbande salarial del Rodrigazo). Extraño olvido de Caló, ya que a su lado permanece Juan Belén, de centenaria continuidad en la UOM. Tan frágil e ignorante este fenómeno como los argumentos del Gobierno para emporcar a los huelguistas imputándoles cercanía con la Sociedad Rural, cuando la primera ruptura de Perón con la “oligarquía del campo” fue por el establecimiento del estatuto del peón rural, justamente los que ahora se anotaron unánimes en el paro vía Momo Venegas. Junto, además, a los productores de Eduardo Buzzi (Federación Agraria), que no se incluyen obviamente en esa sociedad rural delatada. Una entidad que, por la soja, casualmente este año le dará provisión y aire para solventar a Cristina cualquier catástrofe económica.
Y garantías a Axel Kicillof para que demande 4 o 5 mil millones de dólares para su exangüe tarjeta de crédito.