Como buen noventista, Scioli debe recordar los últimos segundos de aquel inolvidable Estudiantes-Racing de 1995: cuando parecía que todo estaba perdido, Chiquito Bossio corrió hasta el área rival, conectó un cabezazo y empató un partido que pasó a la historia. Eso sí que fue magia, casi un milagro. Algo parecido necesita él para dar vuelta la impiadosa inercia actual, lograr hoy una performance formidable en el debate, recuperar la iniciativa en la semana final de esta larga y extenuante campaña y ganarles a todos, a los que desconfiaron y desconfían, a los que nunca creyeron en él, a ella, incluso tal vez a sí mismo.
No abundan los goles de los arqueros en tiempo de descuento. A menudo los últimos minutos de un partido de fútbol son el momento de los comportamientos desesperados, de buscar el cambio salvador, de poblar el área de delanteros. Alguno tiene que mandar un centro, y eso no parece ocurrir en estos días de tan intenso fuego amigo. Alguien recordaba esta semana que también en los 90, en aquella fatídica goleada contra Colombia, con el partido 0-3 abajo, el inefable Coco Basile llamó al Turco García, que estaba en el banco de suplentes, y le comunicó su táctica para dar vuelta la taba: “Entrá por el medio y hacé quilombo”. Algo parecido ocurre ahora con la campaña del FpV, tratando de cazar algún voto en lo que el equipo de Massa categorizó como “la gran avenida del medio”. No se lo ve cómodo a Scioli en su papel de challenger. Desde la noche del 25 de octubre está en un laberinto, muy lejos de su zona de confort.
Parece que finalmente ahora, en los días que restan para el ballottage, consiguió que le dejen definir el tono de la campaña. ¿Alcanzará? Parece demasiado poco, y se está haciendo demasiado tarde. Tiene el infinito desafío de convencer a un electorado desconfiado y renuente. Eligió el camino de la polarización, de la simpleza en el mensaje: él o yo, el ajuste o el crecimiento. Quiere convertir a Macri en el Angeloz del siglo XXI. Por ahí hasta le regala esta noche un gigantesco lápiz rojo para que haga su ajuste. Quizás le funcione y el final sea peleado. O no le alcance y dentro de un tiempo comprenda que se demoró mucho en asumir plenamente el control y el desarrollo de la estrategia electoral.
Comportamientos. Tarde también, pero seguro, diversos actores se comportan de acuerdo a los principios que siempre (des)ordenaron la vida política nacional y que, durante esta abrasiva docena de años K, algunos pensaban (¿Cristina misma?) que ya no tenían la misma vigencia que antaño. Por ejemplo, el axioma según el cual “el peronismo te acompaña hasta la puerta del cementerio, pero ni un paso más”. En efecto, el pavoroso resultado que obtuvo el pasado 25 de octubre el hasta ahora oficialismo en la provincia de Buenos Aires sugiere lo contrario. Las últimas imágenes de ese naufragio no son para nada edificantes: la marginalidad organizada que el Gobierno, en esa notable política pública que epitomiza la concepción K de la recuperación del Estado y la autoridad presidencial, se encargó desprolijamente de ocultar con la destrucción de las estadísticas oficiales, avanzando sobre la propiedad privada con el estudiado método de las tomas coordinadas tipo Indoamericano. Aún recordamos aquel fatídico diciembre de 2010, poco tiempo después de la muerte de Néstor, poco tiempo antes de la absurda negociación con el régimen negacionista de Mahmoud Ahmadinejah, cuando irrumpió Berni con esa chequera prodigiosa para calmar de a poco los ánimos, cuando algunos buscaban desalentar la eventual candidatura de Macri en las elecciones presidenciales de 2011. En medio del duelo presidencial comenzaba sigilosamente el “vamos por todo”, la caribeñización tardía de la Argentina, la profundización final del modelo destartalado, antes del cepo, con la eternización de Ella y el culto de Estado sobre El. Oh, esa época dorada donde todavía había lugar para las utopías, donde aún era factible soñar. Están a la vista de todos las consecuencias de este quinquenio caracterizado por la pésima praxis de la inflación, el clientelismo y la dilapidación del gasto público. Aquí estamos con esas patéticas postales bonaerenses: sin tierra, sin trabajo y sin capital.
El liderazgo de Cristina se está evaporando, lo que sugiere la inconsistencia y la ingenuidad de toda su estrategia de blindaje judicial e instalación de enclaves autoritarios en diferentes dependencias estatales, aun antes de entregar el poder y morder el duro polvo de la derrota que el cuestionado triunfo de Alicia (¿en el país de las maravillas?) no logra disimular. Y así es que se multiplican los desafíos: todos se le animan. Los últimos fallos de la Corte Suprema, pregúntenle si no a Hebe, parecen diseñados para hacer más rengo al pato, adornando con guirnaldas el demorado fin de ciclo. Abarcan al viejo enemigo mediático que vuelve engolado, también al crítico contrato entre YPF y Chevron, ni hablar de los jueces subrogantes. Hasta busca apoyo entre sus fiscales la propia Gils Carbó, invocando la supuesta independencia y apartidización de una función y un sistema que el propio concepto de Justicia Legítima se encargó durante años de cuestionar: esos conceptos y esas prácticas regresan ahora como boomerangs. Por eso tiembla Vanoli en el Banco Central, mirándose en el espejo de Redrado, pensando a futuro con más preocupación por las cajas de cartón para embalar sus pertenencias que por la eventual cotización del dólar. Todo lo que fue sólido se desvanece, una vez más, en el aire. Y, para colmo, Juan Manuel Urtubey mandó a la senadora Cristina Fiore a prender el ventilador. Tú también, Brutus.
En estos momentos, en Cambiemos se nota una fuerte sensación de triunfalismo, con actores que hace mucho que no disfrutan de las mieles del poder y creen que ganaron antes de ganar, imaginan lugares en el gabinete y se reparten espacios de poder. Una ley no escrita dice que no se debe festejar el triunfo antes de que el árbitro toque el silbato. La elección continúa hasta que se cuente el último voto: el riesgo de fraude sigue latente, a pesar de la sensación de morigeración que produjo la ausencia de escándalos en la primera vuelta. Habrá que ver si el nivel de participación ciudadana, que aumentó un 7% en relación con las PASO, se ratifica o si hay gente que, pensando que el partido ya está resuelto, prefiere quedarse en la casa. La lección que dejó Chiquito es que hay que concentrarse y defenderse hasta el último segundo si no se quieren perder puntos valiosos. El peor enemigo de Cambiemos es el reloj: esta semana será eterna.
Muchas veces, ante la derrota inminente, la hinchada del perdedor produce desmanes para que el partido se suspenda. Nadie parece estar conteniendo a la tropa para que no haga macanas de último momento. Esperemos que prevalezca la cordura. Esa virtud tan poco argentina.