Doble mandato político y familiar le transfirió Néstor Krichner a su esposa antes de morir. Y sin mediar testamento. Por un lado, la responsabilidad de una tarea que parecía conjunta o con visible asistencia de su parte (completar el período constitucional, también domesticar al complejo Partido Justicialista); y por el otro, el compromiso de volver a ganar las elecciones en 2011 para concluir el “modelo” iniciado en 2003, misión que para él ya se tornaba delicada antes del trágico desenlace de esta semana. Menudo legado entonces para cualquier ser humano, razonable quizá cuando el esfuerzo se reparte de a dos, 12 horas por día cada uno, compensada una pierna en el aire cuando la otra se apoya, definitivamente titánico en cambio para el sacrificio de un alma amputada, más sola que aislada, en un desierto donde todos le dicen que la apoyan aunque, se sabe, están dispuestos a desertar ante un mohín que no les plazca, arguyendo que no se cumplen las escrituras. Herencia dramática porque el que falta puede ser irreemplazable y sus funciones múltiples no se recuperan con la firma de un decreto. De poco, para eso, sirve la presidencia. Dilema forzado y provisto por quien, en vida, impuso una conducción tan unipersonal como excluyente, arrojada ahora sobre una persona que apenas hace unos meses dialogaba con la gobernadora Fabiana Ríos, preguntándose ambas, como mujeres comunes, sobre cuándo llegaría la hora que las liberara de ese trabajo ejecutivo para el cual fueron elegidas. Esas palabras humorísticas no expresan, sin duda, el sentimiento íntimo femenino, más vinculado a la voluntad de permanecer, dirigir y mandar; pero, justo es admitirlo, tampoco nadie suelta esas expresiones al río sin que hayan sido inspiradas desde alguna profundidad.
Loba esteparia en ciernes, con la luz de ayer –diría García Lorca–, que la dejó rodeada, encima, con una corte designada a su medida, aunque ninguno llegó a esas alturas sin el consentimiento de ella. Y si bien el equipo puede responderle, cumplir, satisfacerla, resultará inevitable que busque otras consultas, tanto para lo cotidiano como para la emergencia. Nuevas figuras para la imaginación del doble mandato manifiesto y, sobre todo, para calmar rencillas internas en su gabinete y cercanía de quienes también se consideran cuotapartistas de la herencia. De ahí que más de un observador sospeche de una convocatoria, por ejemplo, para un intercambio informativo, gubernamental, de alguien como el embajador Carlos Bettini en Madrid, sea por sus vínculos personales (del rey de España a Felipe González, sin olvidar al empresario Carlos Slim) o por un conocimiento de antaño (ambos son de La Plata), incluyendo en su haber una pasada actividad política afín a los círculos que visitan la Casa Rosada (pertenece a la familia quizá más castigada y mutilada por el Proceso militar). Antes de asumir, inclusive, ella había probado sus servicios en un viaje a España, cuando se alojó con los reyes en Palma de Mallorca, infrecuente paradero que logró el diplomático. Entonces, ella habló, pensó, reforzó objetivos sobre la mejoría institucional y otro encuadramiento del país en el mundo, postulados que al regresar no siguieron la dirección expresada.
Puede ser Bettini u otro una alternativa de asistencia, uno más en la ronda para completar el entorno de los obvios: Carlos Zannini, uno de los pocos que le puede hablar a la par, Julio De Vido, quien no se incluía entre sus preferidos pero se ganó un lugar durante el último período, también el todo terreno Aníbal Fernández, ortopédica inclusión bonaerense en el universo sureño. Quedan esos otros de mirada suplicante, amigos, pero cuya talla es insuficiente (los Icazuriaga, por ejemplo). Habrá, además, promociones de su cerco mínimo, dilectos quizá como Diego Bossio, gente con experiencia limitada –al menos, para algunas de las particulares funciones que ejercía Néstor, como la negociación con intendentes, gremialistas, o para seguir ciertos trámites judiciales–, pero de ilimitada confianza. Después del episodio luctuoso, todos han elevado su categoría y nivel a causa de la repentina ausencia. Esos movimientos naturales generan complicaciones. Por otra parte, y más allá de que los fondos parecen garantizados para lo que resta del año y el venidero por la generosidad de la soja, de que la economía no debiera producir demasiados sobresaltos, antes del deceso las aguas a navegar ya venían torrentosas, en remolinos, sea por intereses sucesorios en la política, posicionamientos diversos en provincias o sectores, incluyendo imprevistos y no deseados episodios (el crimen del joven del PO) como la evolución en la Justicia de causas que parecen bombas de fragmentación. Nadie ignora que la imagen de la congoja colectiva, del respaldo popular ante el féretro, del dolor en suma, sólo ocultará por un tiempo algunas de las contingencias del trámite diario.
Hubo muestras transitorias del “apoyo a Cristina”. Empresarios como Héctor Méndez y el gremialista Hugo Moyano, por ejemplo, hace 24 horas, decidieron congelar discrepancias luego de una reunión seguramente auspiciada por De Vido, deposición de armas no sólo para cumplir con la formalidad del respeto al velatorio. Ahora se han juramentado una paz momentánea, no serán el capital y el trabajo, el trabajo y el capital, los causantes de un disgusto o de cierta inestabilidad. Aguardarán señales, en especial Moyano, hoy afectado por la versión de que él le produjo algún berrinche telefónico a Néstor cuando discutieron por distintas pesquisas, causas judiciales y el fallido alineamiento peronista en la provincia de Buenos Aires. No será demandante el jefe de la CGT por la suba del costo de vida, exhibe divisiones con los gordos y alguna inquietud por la acción de los magistrados que le revisan papeles, pero esa actitud cautelosa tampoco debe suponer una prescindencia del calor presidencial: lo necesita, quiere retribuirlo, pero no mansamente desea quedarse fuera de ciertas decisiones y, mucho menos, convertirse él o los suyos en patos de la boda política.
Debe pensar, como tantos, que no habrá cambios de rumbo ni inclinaciones manifiestas hacia un determinado sector político. Finalmente, el Gobierno es el mismo. Pero observó, como todos, el celo excesivo para impedir ingresos a la Casa de Gobierno, como si los restos fueran una propiedad escriturada para algunos laderos.