Aunque algunos lo den por terminado, el kirchnerismo no cede un ápice. Fiel a su tradición, el Gobierno sigue exhibiendo un patrón común en su accionar político: invocar una causa noble que parece encubrir un fin cuestionable.
Ya ocurrió con una Ley de Medios a la que se presentó como panacea de pluralismo, pero que pareció pergeñada para acallar a los medios opositores. Antes había sucedido con la guerra del campo, un fallido intento de engrosar la caja presentado como cruzada contra la oligarquía terrateniente. Ocurrió luego con la estatización de YPF, disfrazada de símbolo de soberanía, pero que terminó opacada por claudicaciones encubiertas en oscuros contratos con una corporación paradigmática del imperialismo transnacional.
Ahora llega el turno de Argentina Digital, un proyecto al que se intenta presentar como una “Ley de Medios 2” destinada a la universalización de la información digital, pero que –al dejar sin efecto la prohibición de que las telefónicas participen en la explotación de servicios audiovisuales– parece hecha a la medida de grupos monopólicos afines.
El Gobierno también se apresta a intentar la sanción del nuevo Código Procesal Penal, un proyecto que se presentó como orientado a lograr celeridad en los juicios pero que parece encubrir un intento encaminado al control de los fiscales y de la Cámara de Casación Penal, a los efectos de asegurarse inmunidad ante eventuales juicios de corrupción futuros. Concretamente, se teme la posibilidad de que un tribunal controlado por el kirchnerismo termine desestimando las apelaciones por juicios de corrupción que pudieran enfrentar sus funcionarios cuando dejen el poder.
El caballo de Troya quizá sea el máximo arquetipo de las historias épicas. También representa una metáfora sobre la astucia y el engaño en la guerra y en la vida. Es también el ejemplo paradigmático del señuelo que esconde una trampa. Como sucede con los cantos de sirenas, alguien se deja encandilar por una tentación irrenunciable que lo conduce a una desgracia imprevista. Experto en el arte de la impostura, el kirchnerismo supo otrora seducir a más de un opositor incauto para asegurar sus fines. Ahora intenta volver a hacerlo.
A los oficialistas de culto les gusta aseverar que Néstor Kirchner reivindicó a la política como acción transformadora. En cambio, las mentes más escépticas (o las más lúcidas) entendieron que la razón kirchnerista siempre fue una impostura más cercana a la prestidigitación y el ilusionismo que una auténtica ideología inclusiva y liberadora.
Mientras la presidenta Cristina Kirchner está temporalmente ausente por razones de salud, la maquinaria del Gobierno continúa su ritmo febril. Quizás ya no logre convencer a nadie para sancionar las leyes. Pero acaso eso le importe poco mientras tenga la mayoría.
*Consultor político, director de González y Valladares.