COLUMNISTAS
EL VIRREYNATO DE BOCA, LA FALTA DE AMOR Y EL TRISTE ADIOS DE BASILE

Los Cámporas de Charly

Involuntariamente hegelianos, los amantes del fútbol no suelen recurrir al eufemismo para hablar de sus pasiones. El club, se sabe, es sagrado y mucho más en estos tiempos de escuálida identificación política. “¿Qué es Boca para mí? ¡Todo!”, absolutizan sin pudores aquellos fanáticos que hacen de La Bombonera su templo de fe pagana. Uno de ellos es, según confiesa, Mauricio Macri.

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“Los temores, las sospechas, la frialdad, la reserva,el odio, la traición, se esconden frecuentemente bajo ese velo uniforme y pérfido de la cortesía.”
Jean Jacques Rousseau (1712-1778)

Involuntariamente hegelianos, los amantes del fútbol no suelen recurrir al eufemismo para hablar de sus pasiones. El club, se sabe, es sagrado y mucho más en estos tiempos de escuálida identificación política. “¿Qué es Boca para mí? ¡Todo!”, absolutizan sin pudores aquellos fanáticos que hacen de La Bombonera su templo de fe pagana. Uno de ellos es, según confiesa, Mauricio Macri.
“¿Qué es más difícil, gobernar Buenos Aires o a Boca?”, le preguntaron en un muy amable reportaje en TyCSports, un par de días antes de la renuncia de Basile. “Boca”, contestó Macri en un ataque de honestidad brutal, antes de recordar con nostalgia la enorme popularidad que su paso por el club le hizo vivir. Animados por una irresistible excitación psicomotriz, periodista y entrevistado redoblaron la apuesta. “Si se te cumpliera un sueño, ¿qué elegirías: ser presidente o el 9 de Boca?” Emocionado, Mauricio dejó que estallara su niño interno: “¡Ser el 9 de Boca! ¿Te imaginás? Hacer un gol y que te ovacione toda la Bombonera... Eso sí debe ser increíble”.
Ay, ay, ay, lo que puede este loco jueguito de la pelota, compatriotas. El inconciente de Macri –dicho esto con todo respeto y tono freudiano– fantasea con el clamor de las masas sudorosas, pero elige ponerse en la piel del Tula Curioni, digamos, antes que en la de Perón. Notable. El hombre podrá intimar con Aznar, Piñera, Uribe, Berlusconi y otros tantos líderes del mundo libre, pero ahora sabemos que nada le hubiese gustado más que meterla como Palermo, o cantar como Mercury (Freddie, no Osvaldo, el duhaldista). Al final, el tipo es un tierno.

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Macri duró 12 años en Boca; más que Menem, pero menos que Rosas y Grondona, que ya va por los 30. Empezó mal. No le fue bien con Bilardo ni con Veira, pero la pegó con Carlos Bianchi, que resolvió todo a fuerza de títulos. Se odiaban Bianchi y Macri, pero convivían igual, a puro éxito y sonrisas de ocasión. Cuando llegó la hora de la política, el club se sintió huérfano, ya sin su poderosa figura de caudillo conservador estilo años 30. La muerte de Pedro Pompilio finalmente dejó expuesto a Jorge Amor Ameal, un buen hombre que lo primero que dijo fue saber poco y nada de fútbol. El pecado mortal se solucionó rápido. El Virrey, poco dispuesto a manchar sus pergaminos con el barro de la historia, llegó a su auxilio, como mánager. ¿Qué hace? Nadie sabe. Pero, eso sí, maneja poder. En él se apoya este presidente para sostener su gobierno, como un Cámpora de Charly. Fue ese poder de Bianchi el que jibarizó (¿camporizó?) a su ex ayudante Ischia y a este segundo Basile. Como el perro del hortelano, no come ni deja comer. Los hinchas se ilusionan con verlo como DT, pero él se niega y juega con las palabras. Dice que “el director técnico está durmiendo la siesta”. Mirá vos.
Ese coqueteo histérico está dejando anémico a un club asolado por las internas. Abel Alves, el nuevo futuro ex, está ahora condenado al milagro o la piedad. Quedar atrapado en medio de la guerra entre las bandas del enganche melancólico y el rubio volador suele ser fatal. Y ojo: con las vedettes de la comisión directiva es peor todavía. La ecuación es una sola: o ganás o se pudre todo.

Un River lleno de adolescentes inexpertos los bailó sin piedad. Fue duro. Ahora, claro, la máquina de hacer obvios reclama jubilación inmediata para los que ayer eran la columna vertebral del Boca exitoso que solía humillar al pobre River del Sopa Aguilar. Tranquis, colegas. Ni tan tan, ni muy muy. Porque aquellos que dan la cara, pifian, pierden las marcas o dan rebotes al medio no son los únicos culpables del desastre. Eso, seguro.
No hace mucho, en una charla ocasional que tuvimos, Alfio Basile, con ironía, buena onda y tratando de halagarme, me preguntó: “Decime, vos no venís del ambiente del fútbol, ¿no?”. Se lo notaba hastiado de un ambiente caníbal, lleno de hipocresía. Así se lo vio en Mar del Plata.
Ribolzi quizá haya intentado decir algo por él. “Ahora el técnico tiene que ser el mejor, Carlos Bianchi”, sugirió con malicia. Basile no abrió la boca ni creo que lo haga. No lo hizo cuando Maradona le arruinó el equipazo que había armado para ir al Mundial 94, antes y después de la efedrina; ni cuando se fue de la Selección. Botón, never. Así es. Su lógica binaria de barrio es implacable: o estás conmigo o sos contra. Brutal, elemental, seguramente injusta, pero genuina, sin dobleces.
No sé, lo confieso, si Basile es hoy el técnico que más me gusta. Quizá sea demasiado demodé, lírico, jugadorista, cabulero, o poco sofisticado. Ya no me importa demasiado todo eso. Lo que sí me importa es que, yo, a su mesa, sí me sentaría. Aunque no haya brindis, ni nada que festejar. Aun abstemio, cafetero y outsider como soy, discutiría con él de cualquier cosa, muchachos; de la vida, la ley del offside, la noche, las minas, la música o los amigos, esos tipos de fierro que siempre están ahí, aunque afuera vengan degollando.