Cuando a Ernesto Guevara lo apodaron Che, lo hicieron porque era argentino. En los países centroamericanos, nos conocían como “los ches”. El che pertenecía a todos los argentinos. Lo usaban personas de todas las clases sociales y de todas las edades, y, si en aquel momento se hubiera preguntado cuál era la palabra más representativa del lenguaje de nuestro pueblo, ni los de adentro ni los de afuera hubieran vacilado en responder que era che. Se usaba también en otros países sudamericanos y su origen se atribuía al che valenciano, pero nadie discutía que era nuestro. Y, aunque ahora no se oye tanto, no ha aparecido otra palabra para ocupar esa posición que che fue perdiendo.
Cuando se realizan congresos o celebraciones de la lengua como el Día del Idioma o el Día del Español, suelen hacerse “encuestas” sobre las palabras. No son encuestas científicas, pero generalmente despiertan gran interés en el público. En 2004, con motivo del III Congreso Internacional de la Lengua Española, celebrado en Rosario, se consultó a un grupo de niños sobre la palabra más linda de nuestro idioma. La ganadora fue milanesa. Por supuesto, esos niños no pensaban en la palabra, sino en el objeto milanesa (justamente, una encuesta sobre la comida favorita de los chicos había dado el mismo resultado). Es el mismo error que cometen los que opinan que las palabras más representativas del lenguaje de los argentinos son mate y asado.
Ahora acaba de realizarse en Panamá el VI Congreso de la Lengua y esta vez la consulta la hizo el diario El País, de Madrid, que pidió a veinte escritores que dieran “el pie para crear un atlas sonoro de las palabras más autóctonas del español”. Sabrán ellos lo que quisieron decir con “las palabras más autóctonas”. Al parecer, los encuestados entendieron que les pedían las que para ellos eran las más representativas del habla de su pueblo.
Por la Argentina fue consultado Juan Gelman, que eligió la palabra boludo y lo explicó así: “Es un término muy popular y dueño de una gran ambivalencia hoy. Entraña la referencia a una persona tonta, estúpida o idiota; pero no siempre implica esa connotación de insulto o despectiva. En los últimos años me ha sorprendido la acepción o su empleo entre amigos, casi como un comodín de complicidad. Ha venido perdiendo el sentido insultante. Ha mutado a un lado más desenfadado, pero sin perder su origen”.
La observación de Gelman es acertada, pero la elección parece un tanto apresurada. Boludo es un insulto y una palabra vulgar. Y aunque haya ampliado su uso, para muchos todavía sigue siendo sólo eso. Los que la aprendimos como “mala palabra” tal vez nos atrevamos a usarla ahora un poco más libremente, pero seguiremos sintiéndola insultante y vulgar, y nunca la emplearíamos como término afectuoso. De boludo no puede decirse lo que está escrito arriba sobre che: no pertenece por igual a los argentinos de todas las edades. El mismo Gelman, con sus 83 años, observa bien el fenómeno, pero lo observa desde afuera, como un espectador, no como un participante.
La innovación lingüística generalmente empieza en los grupos más jóvenes y después se va extendiendo a las generaciones mayores. Naturalmente, a esto contribuye el hecho de que, con el pasar del tiempo, los más jóvenes ya no son tan jóvenes y los que al empezar el cambio eran viejos van desapareciendo. La innovación léxica es la más rápida y la que más fácilmente se nota. No es necesario ser lingüista para percibir la incorporación de palabras y acepciones nuevas. A veces se trata simplemente de palabras de moda, que se pierden por el camino antes de ser aceptadas por toda la comunidad hablante. No parece ser ese el caso de la ampliación del uso de boludo, que se está imponiendo con mucha fuerza. Pero todavía le falta. Y es triste pensar que, dentro de una o dos generaciones, los argentinos ya no seremos “los ches”, sino “los boludos”.
*Profesora en Letras y periodista.