El mes pasado cinco cuadros atribuidos a Adolf Hitler que fueron subastados en Nuremberg, Alemania, no encontraron a nadie que quisiera ofertar.
Los precios iniciales de las telas rondaban entre los 19 mil y los 45 mil euros, pero nadie ofertó por ellas, ni siquiera una suma inferior a esos precios: no los querían. El New York Times cuenta que detrás de la venta de los cuadros de Hitler, más que las dudas éticas y las polémicas está el enorme riesgo de que sean falsos.
Entre los cuadros en venta en Nuremberg, en la casa de subastas Weidler, se encontraba Lugar en un lago en la montaña. Antes de la subasta, la propietaria, Kathrin Weidler, leyó en voz alta un mensaje con el que se absolvía de “las responsabilidades morales de la venta”. Christopher F. Schuetze, el periodista del New York Times que estaba presente, contó que nadie levantó la paleta para hacer una oferta, “tal vez debido a la presencia de periodistas en la sala, por el precio inicial tan alto o por las dudas de la autenticidad del cuadro”.
Dejando de lado las controversias éticas de vender o comprar un cuadro pintado por un hombre que ordenó el exterminio de millones de personas, el mercado de los cuadros de Hitler tiene otro problema: los falsos. Lo que no es algo nuevo: ya existían en los años 30, cuando Hitler llegó al poder en Alemania; la mayor parte de sus cuadros fueron pintados antes de la Primera Guerra Mundial, y una vez que se convirtió en el Führer los recuperó prácticamente a todos. Pero en las décadas que siguieron los cuadros falsos se acumularon y el mercado floreció. La razón es simple: al no tener valor artístico, no hay muchos profesionales capaces de certificarlos. Y dado que desde siempre hubo muchos falsos de Hi-tler en circulación, nadie sabe con precisión cuál era el verdadero estilo pictórico de Hitler. Solo se pueden excluir los falsos más obvios confrontándolos con las pocas pinturas que se conservan en el archivo del Estado de Baviera.
Lugar en un lago en las montañas, por ejemplo, parece el típico tipo de cuadro que uno encontraría apoyado en el suelo de una feria de pulgas, si no fuera porque al pie está la firma, y la firma dice “A. Hitler”. La policía alemana empezó a tomar precauciones con los falsos: antes de la fracasada subasta de Weidler había secuestrado 63 cuadros para verificar su autenticidad, y algunas semanas antes había interrumpido una subasta en Berlín donde se ofertaban tres presuntos cuadros de Hitler. Los resultados aún se ignoran.
El alemán Konrad Kujau fue uno de los más famosos falsificadores de las obras de Hitler. Se volvió famoso en los 80, entre otras cosas, por haber inventado los Diarios de Hitler, que durante mucho tiempo se consideraron auténticos. Los cuadros de Kujau, junto con los Diarios, terminaron formando parte del catálogo de las obras de Hitler compilado por el estadounidense Billy F. Price, luego de la autenticación del presunto experto August Priesack. Las obras que aparecían en el catálogo fueron declaradas falsas y confiscadas. Ese Priesack fue el mismo que autenticó Lugar en un lago en las montañas.
Pero lo extraño de todo esto es otra cosa: en la subasta de Weidler encontraron interesados en un jarrón de porcelana de Meissen (5.500 euros) y un mantel que habían pertenecido a Hitler (630 euros). Nadie tuvo interés en una silla de mimbre adornada con dos enormes esvásticas. Tal vez porque a simple vista se advierte que debe ser incomodísima.