Pienso en dos políticos que desde mi punto de vista tienen mucho que aportar al bien común pero que no logran superar dificultades debidas a errores propios y a circunstancias extrañas. Sus trayectorias políticas tienden a confluir a pesar de la distancia que los separa. Provienen de un mismo origen. Ninguno lidera la agrupación en la que milita y deben conformarse con un segundo puesto.
Patricia Bullrich y Felipe Solá se inician en la política con el peronismo. En una charla que tuve con la primera le hice una pregunta que tuvo una respuesta sobre la que vale la pena reflexionar porque nos ofrece un síntoma de lo que sucede en el campo político argentino.
Señalé que su figura despierta antipatía en mucha gente por haber estado con Dios y María Santísima –sin agregar al diablo, que también cuenta– entre los que protagonizaron la escena política nacional.
Su militancia revolucionaria, montonera o no, jotapé en todo caso, es lo que menos se le objeta. Entre los setentistas aquello es una medalla dorada, aunque en su caso no es pertinente, ya que ha sido degradada y expulsada del club de la juventud maravillosa.
Lo que no se le perdona es haber sido parte de la lista de Erman González, de aliarse con Gustavo Beliz, y de haber ejercido funciones en el gobierno de De la Rúa. En mi intervención le agregué al listado, una participación durante la gestión de Duhalde en la provincia de Buenos Aires.
Esta trayectoria significa la excomulgación de la buena conciencia nacional, popular y progresista y su nombre forma parte del index de los vicarios de la revolución. Su actual papel dirigencial en la Coalición Cívica no hace más que sumarle denuestos a los ya depositados hasta la fecha.
Me dijo que debía comprender lo que significa iniciarse en la militancia peronista en la adolescencia. Después de años de lucha por lo que consideraba una gesta por la justicia social, debe abandonar el país. Al volver luego de años de exilio, es parte de la línea que sigue a Antonio Cafiero. Al asumir Menem, critica a la administración Grosso acusándola de corrupción. Se presenta para diputada en la lista encabezada por Erman González. Después de un tiempo deja el peronismo.
Le pregunté por qué no lo dejó antes. Me dijo que eran diecisiete los diputados críticos del modo en que se conducía al justicialismo. Lo pensó mucho antes de irse, finalmente lo hizo sola, los otros dieciséis se quedaron.
Una vez afuera se dio cuenta de que no tenía a nadie, ni nadie la esperaba. Mujer política, su vida está dedicada a la militancia. Quiso que comprendiera lo que significa irse del peronismo. Una vida, lo que significa amigos, compañeros muertos, novios y ex novios, lazos de solidaridad y una sociabilidad integradora, le dan un sentido al despertar de todos los días. No hay otra cosa. Lo mismo debían sentir los militantes comunistas expulsados o quienes rompían con el partido. Conocemos esas vidas quebradas por la melancolía.
El movimiento es madre y padre. Recuerdo la película de Favio Soñar soñar, cuando Carlos Monzón, en su papel de cadete municipal, no quiere ir a Buenos Aires y dejar su puesto en la intendencia porque el municipio era su mamá.
Hay militantes que son como internos de una institución total. Desde la adolescencia hasta la tercera edad su referencia es el partido o el movimiento. Patricia Bullrich me decía que su deseo de seguir haciendo política y luchar por sus ideales no tenía lugar. Es muy difícil hacérselo sin historia, aparato, jefes, protectores, circuitos de influencia, y dinero. Más aún cuando se viene de un movimiento de masas que le deja a uno una identidad que abre todas las puertas. “Soy peronista” es la contraseña patriótica que nos une a la gesta nacional y popular.
Me aclaró su intervención en la gobernación Duhalde ya que estuvo limitada a organizar un sistema de seguridad comunal con los vecinos de Hurlingham.
Dijo además que consideraba injusto que se la trate de veleta porque es una descalificación que siempre se usa con los protagonistas secundarios de la política. No se la usa con los líderes, con los Kirchner que estuvieron como reyes en el lugar que ahora repudian, con todo el aparato del PJ que se bambolea de un lado para otro sin pudor ninguno, con los radicales que pasan del yrigoyenismo al Consenso de Washington, con los ideólogos de la UCD y afines que aprenden la marchita de apuro.
Por otra parte, Felipe Solá paga el costo de su enfrentamiento al aparato, pero también de sus errores políticos. El entramado soñado por Duhalde de confeccionar un peronismo alternativo con líderes de la libre empresa que no tienen otra idea que la del éxito personal, mezclados con justicialistas desplazados, ofendidos y lastimados por el kirchnerismo, anda a los tumbos. La retórica de buenas costumbres con que el macrismo habla de la gente y de los vecinos, queda corta en la Provincia. No alcanza. Es difícil hacer peronismo con las mismas consignas que usaba Blumberg por un lado, y agregarle ingredientes populistas por el otro. No se entiende lo que estos señores quieren y parece que tampoco lo tienen claro ellos mismos.
Solá, que fue una alternativa positiva al siniestro Ruckauf, también se quedó sin justicialismo. La crisis del campo le fue saludable por un lado, porque dejó ese lugar algo apagado que tenía aún en la gobernación de la Provincia, pero lo cegó de ambiciones. En seguida se vio presidenciable, se dejó encantar por Duhalde y su afán de revancha, se unió a Macri, con el que hasta ese momento nada lo unía; en fin, el protagonismo le jugó una mala pasada. De todos modos, hasta el 28 de junio nada está jugado, puede ser que el peronismo disidente saque muchos votos, pero pensando en el día después, esa nueva agrupación de ucedeístas y peronistas no da la sensación de esa plebiscitada armonía que supo darle Menem y que ahora muchos olvidan pero añoran.
Estar fuera del aparato peronista tiene un alto precio en la Argentina. Para quien tiene ambiciones de poder en nuestro país, anotarse en una unidad básica es imprescindible. Para un justicialista no hay problemas de derechas e izquierdas, de lealtades y traiciones, de entreguismo y nacionalismo: mientras se es peronista los trescientos sesenta grados del abanico político están a su disposición.
Ahora sí, para los de afuera, la máquina de detecciones ideológicas siempre funciona. No faltan empleados en las cabinas de peaje doctrinario. Ni qué decir del conocido gorila que abraza a cualquiera que no se someta al Jefe. A aquellos peronistas que han dejado el movimiento nacional justicialista y lo critican desde afuera, además, se los condena por traidores.
Aunque parezca lo contrario, es muy difícil ser peronista en la Argentina.
*Filósofo (www.tomasabraham.com.ar).