Extraña debilidad musical la de los Kirchner: tenía Néstor dos guitarreros declarados (pretenciosas réplicas de los gardelianos Ricardo y Barbieri), los atrevidos Alberto y Aníbal Fernández, que hasta se exponían en público con el instrumento, tiempos generosos en que los precios internacionales permitían cualquier ridículo.
Ahora ella incurre en un tercero, Amado Boudou, el “Aimée”, seudónimo que evitará pronunciar como antes repetía el “too much”, porque ya no hay precios tan favorables. El ministro se ha prometido perfeccionar el estudio de la guitarra apenas concluya la gestión en Economía. Habrá que ver cuál de las dos disciplinas, en el futuro, le agradece más su vocación.
Boudou empezó descolocado (debe recordarse que había preferencias por el regreso de Miguel Peirano o, por cuestiones de género, del ascenso de Mercedes Marcó del Pont), todavía no largó como ministro y sigue en la línea de partida, a pesar de que supo ser un protegido de la pareja, quienes tiernamente le requerían que tuviera cuidado porque –“Ay, qué loco”– alguna vez fue a la residencia de Olivos en moto, el medio de transporte que más lo seduce. Como prefiere la noche al día.
Ese favoritismo oficial respondía a ciertas cualidades técnicas y a una personalidad que desconoce la palabra “no” frente al poder. Pero también a otras razones: el propósito de castigar a quien lo había acercado al Gobierno, Sergio Massa, rompiendo una amistad –las amistades, en la política, suelen ser como las del mundo televisivo a la hora de la tarde– con un entonces jefe de Gabinete que los Kirchner observaron variar de la sumisión al disconformismo, advirtiéndolo demasiado vinculado al Grupo Clarín, a los bancos y a determinados negocios.
Para colmo, la justa electoral demostró que la mujer de Massa y él mismo capturaron votos para ganar en Tigre gracias a un deliberado distanciamiento de Néstor, quien quedó cinco puntos debajo de ellos en el distrito. Llenó su boca el perdedor con la palabra traición, desplegó la venganza –proceso aún en ciernes–, elevó a Boudou, exilió a Massa y hasta decidió ultrajarlo en una reunión (al parecer hubo un exceso en los agravios y el despedido, según mentas, podría pasar a la historia como uno de los primeros que se colgó del pescuezo del ex mandatario para sacudirlo; versión massista, claro, más meritoria –de ser cierta– por tratarse de un peso pluma frente a un semipesado).
Hora de castigos
Podría ser una anécdota si ésta no se enlazara a otro rosario de retaliaciones. Julio Alak, premiado como ministro –entre otros aportes– para borrar al intendente Pablo Bruera de La Plata. Iván Budassi, candidato a secretario de Estado para confrontar con el jefe comunal de Bahía Blanca, Cristian Breitenstein, uno que se opuso a las “testimoniales” a pesar de las intimidaciones. O perseguir a Mario Das Neves, gobernador de Chubut, por postularse sobre la carne herida o muerta, avivando adversarios en el propio territorio chubutense y con Néstor como fogonero de ese emprendimiento punitorio, mientras en Buenos Aires otros acólitos pintaban letreros o pegaban afiches con leyendas sobre Das Neves, imputándolo como ladrón (lenguaje universal) o “comeperros”, descalificación más elaborada y distrital, ya que significa arrastrado u oportunista, según el diccionario santacruceño, que además en otra definición lo señala como el aprovechador que se sienta en la mesa de póquer para sacarles plata a los pobres.
Ausente sin aviso
Ni pudo Boudou, como ministro, debutar en ese diálogo forzado, bipolar, que decretó el Gobierno: los políticos por un lado, empresarios y sindicalistas por el otro. Al último, corporativo, lo prescindieron desatinadamente –él escribiría, como si fuera Macedonio Fernández: “No hay que fiarse de que no estoy, como si fuera fácil conseguir mi ausencia”–por un entuerto imprevisto: quiso designar en su área a un confidente cuyo padre es un marino bajo proceso.
En su ingenuidad, Boudou ignoraba que existía el delito de ascendencia, habitualidad que aplican los Kirchner para vetar, echar o excomulgar gente debido a que son “hijos de” (militares, claro), aunque se olvida de esa restricción cuando elige médicos o abogados. En esos casos –salud personal, libertad– no se atienden las carpetas de la SIDE, la Federal o la Gendarmería.
Apartado, el ministro de Economía se demora en formar equipo, lo limitan con la permanencia y nuevas atribuciones a Guillermo Moreno, se le monta Aníbal Fernández –finalmente, él tambien es un contador–, debe desmentir su precoz renuncia mientras el INDEC que hubiera deseado corregir se perpetúa en la farsa (con nuevas y futuras designaciones) y el financiamiento externo que imaginaba ya se vuelve una entelequia por ciertas opiniones superiores.
Justo llega esta devaluación personal al ministro antes de entrar con el pie izquierdo en el Ministerio y cuando el país reconoce que el deterioro en ese terreno ya comienza a ser explosivo.
Verba presidencial
Sin embargo, ese diagnóstico no figura en el casete de Cristina de Kirchner, por lo menos el que divulgó a contertulios empresarios (incrédulos) y gremialistas (creyentes) con una monserga desactualizada, nutrida en los récords del pasado, casi de la última campaña electoral. Tamaño optimismo, en verdad, oculta otra sensación: en el Gobierno, al revés que en otros sectores, no vislumbran una precipitación de la crisis, entienden que ciertos índices se pueden corregir, más bien les conceden validez a algunos pronósticos que solía lanzar un razonable economista filo radical, íntimo de José Luis Machinea, llamado Miguel Bein, habitual consultor del Banco Central, quien entiende que el estallido no está a la vuelta de la esquina.
Los que iban a hablar terminaron escuchando, como siempre; y lo peor, disgustados por quien se explaya con la misma versación enciclopedista sobre todos los temas, la cosecha (“a no preocuparse, pasaremos las l00 mil toneladas”), las reservas de petróleo, la gripe porcina, el caso Bagó en la negociación con Brasil, los números electorales en cualquier distrito y, naturalmente, el color de pijama del ex presidente hondureño, Manuel Zelaya.
A la vez, no sospechó la señora del mal olor imperante ni aun cuando habituales pródigos en el elogio como Gregorio Chodos –la construcción bien vale el esfuerzo– o Adelmo Gabbi (antes referente a la hora del té con Néstor) insinuaran reservas sobre la situación y el de la Bolsa se permitiera señalar que el país ya no era emergente, sino fronterizo, como alguna nación africana.
Le bloqueaba el olfato de la dama, claro, esa aquiescencia impúdica de Hugo Moyano, quien al advertir que ella resumía inquietud por Mauricio Macri o Francisco de Narváez, la reconfortó: “En 48 horas, a esos dos nosotros los sacamos de la cancha”. Hablaba junto a tres colegas, con espíritu confrontativo, belicoso, casi antiempresa (gracias al asesoramiento de Moreyra y Schmidt), como si él no tuviera ninguna. No tuvo que recordarle a Cristina, y al gran ausente Néstor, que él ha levantado sus propias paredes a la pareja: unas horas antes había dicho que aceptaba todo dentro del peronismo, con lo cual marcaba distancias con quien se queja de la vieja política del PJ o imanta núcleos llamados sociales para construir su nueva versión kirchnerista. Entiende que esos grupos no son aliados de la CGT.
Moyano se solazó, claro, cuando Cristina le dijo a la parte empresaria de la mesa –otra vez, como su marido– que había llegado la hora de poner la mano en el bolsillo, ya que antes habían ganado mucho dinero. No está mal ganar, se corrigió, pero ahora habría que poner. Con lo cual, es de imaginar, si no hay una función benéfica, desde la Casa Rosada se impondrán tributos, confiscaciones tal vez.
No se hablaba a sí misma, quizá: son contados los empresarios que pueden presumir de haber ganado l56% en un solo año, casi sin dedicarle tiempo al negocio de compraventa, como ella y su marido lo hicieron en la última declaración jurada. Después de esa experiencia manifestada ante el fisco, el dúo presidencial tiene trabajo asegurado en el rubro financiero. ¿Quién no querrá contar en sus filas con estos expertos en ganancias?
Diálogo de sordos
Sin tensiones, unos hablaron de las exportaciones (no pago de reintegros), de falta de inversiones, y el banquero Jorge Brito, ante un reclamo de Cristina sobre las altas tasas que hoy cobran los bancos, respondió: “Si tuvieramos el riesgo país de Chile, tendríamos las tasas bajas de Chile”. Nadie sabe si la señora entendió la respuesta (tampoco pareció oír una reflexión sobre la necesidad de bajar el gasto público cuando hubo referencias a inflación y devaluación), ya que habló largamente en torno a su inquietud por los problemas en Honduras y al grave episodio de que un mandatario fuera arrancado de su casa, con la hija debajo de la cama, y trasladado a otro país.
Los empresarios, como se sabe, estaban en otro tema. Igual que Moyano. Dejaron que ella expusiera, escucharon. Más cuando ella y Moyano, ante eventuales crisis futuras, coincidían en que los argentinos se iban a acordar del kirchnerismo cuando no hubiera carne, televisores, plasma o automóviles.
Entretanto, De Vido prácticamente no participaba y Fernández actuaba casi como dueño de casa, ya que parece dispuesto a imponer su nueva autoridad como jefe de Gabinete. Parece lógico: De Vido, aunque no se diga, ha sido con Kirchner responsable de la debacle electoral, ya que ambos determinaron los ingresos y traspasos que se les giraron a los intendentes bonaerenses, caudal gigantesco de asistencia que finalmente no fue devuelto, con votos de agradecimiento, en las urnas. Casi todos los presentes, más amigos de De Vido que de Fernández, veían con desagrado esa transición en los roles.
Otro dato curioso del encuentro, al menos descubierto por los más pacatos: ella, quizá por la mayoría de hombres asistentes y esa masculinidad rayana en la grosería que suele acompañarlos en grupo, utilizó palabras no frecuentes en su boca, impropias para quienes imaginan un estricto decoro de la investidura (quilombo, pelotudez, se hacen los boludos, fueron algunas reiteraciones).
Aparte de opiniones, hubo un solo saldo: no habrá nueva reunión de estas características sin la presencia del sector agropecuario. Y, de ocurrir, no habrá otra sin que se discuta la reforma del INDEC (hasta el sindicalista Omar Viviani se refirió a la falta de credibilidad de ese organismo).
El Gobierno cede
No fue lo mismo en el otro diálogo, en el que legisladores y partidos estiman –con una perspectiva menos urgente– que el Gobierno por fin se allana a ciertas peticiones. A menos, claro, que ocurra lo que sucedió en 1955 con Juan Domingo Perón, quien, luego de los devastadores bombardeos de junio, pareció tentarse con una demanda de apertura y, por ejemplo, les concedió la posibilidad a dirigentes opositores (Balbín, Frondizi) para que expusieran su pensamiento por las radios. Duró poco ese gesto, al gobierno le costaba aceptar las críticas, entraba demasiada agua.
Esa es una cuestión pendiente para los próximos días: la dura exigencia de políticos y empresarios versus aquellos oficialistas que se imaginan en el mejor de los mundos. Y eso que uno no habla de la cotizada cajita feliz de El Calafate. ¿Hasta dónde aceptará el matrimonio ese aluvión de quejas, objeciones y pedidos que, en verdad, encierran una crítica al bovarismo oficial por haber perdido el sentido de la realidad?
Por ahora, la convocatoria logró una división en el frente opositor, desplazando a Elisa Carrió. Por no aceptar la fotografía familiar del diálogo, se ganó la afrenta hasta de sus asociados, partió de vacaciones y está fuera del pensamiento correcto. Un punto para el kirchnerismo.
Opción Santa Cruz
Pero esta vertiente oficialista padecerá lo suyo en los días venideros: sea en diminutos lares o en distritos monumentales. Vuelve Daniel Scioli, cambia ministros y tal vez se entere de que a Néstor le atribuyen, luego de que éste le transfiriera como un paquete el PJ, haber llamado a dos gobernadores, José Alperovich y Jorge Capitanich, para que no le faciliten la gestión en el partido, que lo ninguneen y, si es posible, lo marginen. Así pareció ocurrir aunque los protagonistas lo nieguen.
Si este aliado obediente comenzara a dudar, es de imaginar lo que ocurriría en Santa Cruz con el gobernador Daniel Peralta, apremiado por la oposición, el desborde sindical y un kirchnerismo salvaje que lo abandona. Y no se menciona la debilidad extrema de la economía provincial, sin plata y pidiendo un fideicomiso extraordinario. Para muchos, Peralta podría renunciar (más de uno lo pide) y sería un destino de Néstor como candidato a gobernador en Santa Cruz. “Desde aquí empezamos, desde aquí debemos volver a empezar”, pontifica uno de los pocos que están a su lado.
Desenlace singular si llegara a ocurrir: el kirchnerismo, que tanto se queja por los poderes destituyentes que presuntamente lo asuelan, en los últimos años se cargaría a tres gobernadores en su provincia natal. Y propios: primero fue Acevedo, luego Sancho y ahora Peralta está en el borde del precipicio.
Si Boudou lo piensa, quizá no le convenga empezar la carrera.