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ambiguedad

Los dilemas de Sergio

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Tres candidaturas –Scioli, Macri y Massa– están concentrando entre ellas alrededor del 80% de las intenciones de voto. Las tres persiguen dos objetivos: capturar votos del 20% restante –los que hasta ahora se dirigen a Stolbizer, Altamira o De Gennaro, o bien son votantes indecisos– o sustraerse votos unos a otros entre ellos; o sea, agrandar la torta o repartirla de otra manera. Los candidatos apelan por un lado a la seducción de los votantes a través de ideas, emociones y posicionamiento, por otro lado a la polarización negativa (“para que no gane Sutano, vota a Fulano”) o positiva (“para el país que querés, vota a  Fulano”). Hay dos visiones de lo que está en juego en esta elección de  2015: algunos suponen que la mayoría de los votantes ya decidió que no quiere saber nada con el actual gobierno y sólo le falta ahora decidir cual es la mejor manera de sacárselo de encima –son “oposicionistas”, sólo escuchan a quienes critican al gobierno–; otros entienden que una buena masa de votantes no está tan preocupada por cambiar de
gobierno y simplemente se pregunta cual es el voto que lleva a mejorar las cosas gradualmente  –son favorables a una “continuidad”, ya sea fuerte o moderada–.

Massa no jugó bien sus cartas en esa ambigüedad entre continuismo y oposición; su porción de la torta se ha ido achicando en beneficio de la de Macri, que apunta a liderar el oposicionismo,  y la de Scioli, que representa la continuidad; éste, además, ha crecido captando indefinidos. Estos últimos son esencialmente votos no demasiado “cristinistas” ni tampoco muy opositores, que ven al gobernador con buenos ojos. Los partidarios de un acuerdo electoral entre Massa y Macri plantean que para derrotar al gobierno hace falta esa alianza. Los que se oponen al acuerdo piensan que Massa seguirá debilitándose –o se retirará– y eso facilitará que la elección presidencial se polarice y Macri se torne más competitivo. El problema es que eso también torna más competitivo a Scioli, porque para muchísimos
votantes derrotar al kirchnerismo no es el principal objetivo.

Los candidatos tienen que manejar al mismo tiempo la competencia interna dentro de sus espacios, donde se disputan candidaturas legislativas, locales y provinciales. Eso genera otros flujos que van en paralelo con los flujos de votantes: dirigentes que empiezan a buscar lugares más atractivos para no quedarse sin nada.
En otras palabras, la complejidad del proceso mueve por un lado a los votantes de acá para allá, pero por otro lado también mueve a los dirigentes de allá para acá. Las personas que piden pronósticos –y se enojan con las encuestas cuando no les gusta lo que éstas pronostican– pierden de vista que esos dos flujos –el de la demanda de los votantes y el de la oferta de candidatos– se entretejen de maneras realmente complejas: algunos votantes decidirán su voto eligiendo a un presidenciable y otros esperarán a saber a quien apoya cada candidato para gobernador o diputado o intendente. Nadie puede realmente formular pronósticos antes de que esas cosas estén más definidas.

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Tampoco Massa puede y por eso vacila. Pero así como los votantes tienen hasta el 25 de octubre, ya que nada los obliga a decidirse antes, Massa –como los demás candidatos– tiene que decidir en pocos días, porque el calendario le exige definir candidaturas ya. En esa circunstancia se agranda la otra dimensión, hasta ahora ausente: qué quedará de esta inversión que es la campaña electoral de 2015 para ser reinvertido en los años que sigan.

Ahí es donde el riesgo de perder la elección cobra importancia especial. Los candidatos que se sienten representantes de ideas pueden darse el lujo de perder una y muchas veces; ellos piensan que las ideas no se ganan o pierden contando votos y por tanto creen que siempre tienen futuro. Pero los candidatos que se sienten representantes de votantes saben que, si pierden, los derrotados son ellos y el futuro se les hace bruma.

*Sociólogo.