Hay dos 24 de marzo. Uno es el hecho histórico, el otro su conmemoración posterior. Sobre el acontecimiento de 1976 parece que sólo cabe hacer pedagogía para las futuras generaciones, “mantener viva la memoria” y estremecerse ante los relatos. Con aquel día sucede algo único: los argentinos parecemos estar de acuerdo. Nos conmocionan la palabra de los jóvenes, las movilizaciones y el simple hecho del aparente consenso.
Ese acuerdo se sostiene sobre la base, al menos, de dos olvidos. Uno, en 1976 hubo amplios sectores que apoyaron el golpe y una impresionante colaboración civil con la dictadura cívico-militar. Obviamente muchos no sabían que se estaba inaugurando un Estado terrorista que destruyó la vida, la seguridad, la libertad y la economía. Dos, el olvido de los sucesos anteriores al 24, el año 1975, la intervención del Ejército en Tucumán, la Triple A y cualquier balance de la violencia política en Argentina.
La memoria siempre implica selección, no hay memorias sin elegir olvidos. Culturalmente debemos preguntarnos qué implicancias tienen los distintos recuerdos y sus silencios, especialmente en la Argentina de 2016.
El otro 24 de marzo son las sucesivas conmemoraciones realizadas en estas décadas. Mientras hay otras sociedades en las cuales fechas similares, como el 11 de septiembre en Chile, son momentos de intensa división de la sociedad, en Argentina el 24 sólo se escucha la voz de la memoria, la indignación y el Nunca Más. No es que no existan los otros. Pero el 24 de marzo los otros de callan.
El 24 de marzo no siempre fue una fecha consensual, ni el día principal de movilización sobre derechos humanos. Durante los años 80 las fechas más importantes fueron otras. No eran rituales, la confrontación con los militares no era algo del pasado: estaban el juicio a las juntas, los levantamientos de Semana Santa de 1987 y estaban vivas las Marchas de la Resistencia, realizadas en diciembre de cada año. Estas últimas, con el protagonismo de los pañuelos blancos, comenzaron en 1981 y la última se realizó en 2006.
Durante los años 90 el 24 de marzo fue emergiendo como una fecha que permitía una confluencia. No sólo de aquellos que estaban contra la dictadura, sino también a favor de la memoria. Era una movilización contra el menemismo que había indultado y que dejaba fuera a los sectores radicales favorables a la “obediencia debida”. Los 25 años se cumplieron en marzo de 2001. Probablemente, aquélla fue la primera movilizaron multitudinaria de aquel año también emblemático para la Argentina. Una sociedad que aún no sabía cómo resolver sus ambivalencias con la convertibilidad, en cambio sí podía gritar por la memoria en la Plaza de Mayo.
En 2006, con amplia polémica, se convirtió en día feriado. Un colectivo de estudiosos argentinos y de otros países analizaron las celebraciones de estos días “in-felices”: días muy tristes y muy alegres al mismo tiempo.
El 40º aniversario tiene un sabor muy diferente para los participantes. El giro político argentino cambia el foco. Al haber coincidido con la visita del presidente Obama, nuevos espesores semióticos se le agregan al aniversario. La desclasificación, reclamada hace años por los organismos, es una intervención en ese cuadro simbólico.
Los consensos alcanzados sobre el 24 no son un punto de llegada, sino una circunstancia histórica de una sociedad que no sólo en parte apoyó el ’76, sino también el indulto y después votó a los indultadores. Sus heridas son tan profundas que aparece como un tema K el reclamo porque un funcionario dice que la cifra de los desaparecidos se inventó en una mesa para distribuir subsidios.
Así, los dos 24 de marzo, el de la historia de 1976 y el de la memoria de las décadas posteriores, son objeto de disputas culturales y políticas. Podríamos decir que la tensión se concentra ahora acerca del significado del “Nunca más”.
*Antropólogo.