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Los estados universales

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“Los presidentes andan de cumbre en cumbre y los pueblos de abismo en abismo”. La fina ironía de Hugo Chávez era un lugar común en cada una de las citas regionales que se realizaban en torno a las Cumbres de las Américas. Curiosamente, la Alianza del Pacífico, el flamante bloque regional, pareciera tener objetivos similares a aquel espacio creado para instaurar el ALCA. Pero, a diferencia del espacio nacido en tiempos del Consenso de Washington, el club formado por México, Chile, Colombia y Perú podría tener un futuro mucho más promisorio que el imaginado por Estados Unidos en los 90.

¿Cuál será el futuro de la Alianza del Pacífico? ¿Reemplazará al Mercosur? ¿Qué pasará ahora con el siempre autoproclamado intento de liderazgo regional de Brasil y Argentina frente a la avanzada de México? Las preguntas se acumulan en momentos en los que, incluso, la propia raíz filosófica de la integración regional se puso en duda desde que la Unión Europea –el bloque que hasta hace algunos años era el horizonte a replicar– se tambalea por el estallido de la burbuja financiera y la posterior crisis de endeudamiento.

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La historia de las alianzas por bloque de países desvela a los cientistas sociales desde hace mucho tiempo. En Estudio de la historia, Arnold Toynbee puso en duda el concepto de Estado-nación concebido tras el Tratado de Westfalia de 1648. En su trabajo, publicado a principios del siglo XX, el historiador británico advierte que es imposible concebir la historia nacional sin atender las relaciones que se establecen con otros países dentro de un marco de creencias básicas. Algunos politólogos encuentran en este trabajo uno de los fundamentos básicos del proceso de integración.

Pero es en la La paz perpetua, el célebre ensayo de Immanuel Kant publicado en 1795, donde se establece la necesidad de realizar un acuerdo supranacional que genere un proceso de prosperidad internacional. El gran filósofo alemán publicó su estudio presentando un tratado que permitiría articular una estructura de gobierno mundial que favoreciera a la paz.

Pero Toynbee y Kant también alertaron sobre los problemas que podría ocasionar este período asociativo. El primero señaló que los “estados universales” pueden expandirse de tal forma que terminarían perjudicando a la civilización si no lograran readaptarse a nuevos desafíos. Mientas que el segundo censuró las alianzas que se celebraban en contra de otro país. Kant tomó el concepto de “paz perpetua” de una imagen que muestra a un cementerio: un entorno sin violencia pero plagado de muertos.

La Alianza del Pacífico reúne el 40% del PIB de Latinoamérica, son la novena economía del mundo y exportaron cerca de 445 mil millones de dólares en 2010, casi 60% más que las exportaciones del Mercosur en el mismo año. El bloque también es el séptimo receptor de Inversión Extranjera Directa (IED) mundial, con una participación del 3,2% de inversiones globales.

Uruguay y Paraguay, los socios “menores” del Mercosur, son miembros observadores de la Alianza del Pacífico. Y amenazan cambiar de bando. Si Montevideo y Asunción pegan el portazo y deciden cambiar de equipo, el efecto para el espacio motorizado por Argentina y Brasil sería tremendo.

“Sudamérica tiene la capacidad necesaria para mover el tablero político de todo el mundo en beneficio de nuestras naciones”. Lula da Silva no evitó la retórica en la presentación de la Unasur en 2008. Rodeado de todos los presidentes del subcontinente había imaginado un lugar de importancia para el bloque que estaba naciendo. Pero la mayor apuesta regional de Brasilia quedó en promesas. Y el destino del Mercosur también parece oscuro. Mientras la integración impulsada por Brasil y Argentina hiberna, la que motoriza el Pacífico despierta.