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Los exitosos Pell$

Marita Otero, editora jefa de Espectáculos de PERFIL, me insiste en que escriba sobre Los exitosos Pell$, la telenovela que, a poco de estrenar, este jueves le ganó al Bailando de Tinelli. La trama que atrapa al público es el detrás de escena de un canal de noticias –Mega News– donde el periodismo audiovisual es una escoria y la televisión una cloaca.

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Marita Otero, editora jefa de Espectáculos de PERFIL, me insiste en que escriba sobre Los exitosos Pell$, la telenovela que, a poco de estrenar, este jueves le ganó al Bailando de Tinelli. La trama que atrapa al público es el detrás de escena de un canal de noticias –Mega News– donde el periodismo audiovisual es una escoria y la televisión una cloaca. Marita adjuntaba una nota, donde me decía: “¿Es sólo una ficción, o hay quienes piensan que el mundo del periodismo es éso que muestran, graciosos, mentirosos e impunes? Dicen que un éxito genera identificación en el público. Y no es un secreto que una parte del periodismo ha ido perdiendo credibilidad en la última década. En especial, por la capacidad camaleónica de encolumnarse detrás de cada nuevo inquilino de Balcarce 50 a cambio de favores que se traducen en pautas publicitarias, lugares privilegiados en los pasillos del poder y otras prebendas”. Además, me envió tres DVD en los que hizo sintetizar los primeros 20 capítulos ya hechos (llevan emitidos 8 y filmados 30, sobre un total de 150). Lo que vi luce con todos los atributos necesarios para convertirse en la ficción más exitosa del año, pero no es sobre la telenovela sino sobre la televisión y el periodismo que, supone Marita, tendría yo algo que aportar. Más precisamente, ¿por qué la televisión es el medio de comunicación donde con más dificultad se desarrolla el periodismo independiente?
Trataré de responder esa pregunta. La dificultad del periodismo independiente en TV es una consecuencia de la propia falta de independencia de la TV como empresa. Aun no siendo mayoría en todos los otros medios de comunicación, quedan casos de empresas dedicadas enteramente a ese medio: hay diarios cuyos accionistas se dedican exclusivamente a ellos, editoriales de revistas donde sucede lo mismo, y también radios. Medios de comunicación que son un fin para esas empresas. En la TV argentina no es así: los canales son de empresas que no se dedican únicamente a la televisión, como lo fue en el pasado, cuando personas como el distinguido fundador de Canal 13, Goar Mestre, expandió la televisión privada en el país. Tampoco es como sucede en otros países donde, gracias al éxito de una empresa de TV, se expande comprando o desarrollando otros medios, como en el poco feliz ejemplo de Berlusconi, que se hizo el hombre más rico de Europa desde un canal de TV. Aquí es al revés: empresas de otros rubros compran los canales de televisión como un mecanismo de protección de sus intereses, para tener una herramienta de negociación con el gobierno de turno, mantener a raya a competidores o impulsar otros destinos de sus accionistas. O sea, la televisión es para ellos un medio y no un fin, como sí resulta para quien se dedica exclusivamente a una sola tarea o esa es su tarea más importante.
Desde que los canales se privatizaron, en 1990, me tocó responder muchas veces ante extranjeros la misma pregunta: “¿Por qué en la Argentina la televisión abierta no es rentable, mientras que en Brasil y México es el medio de comunicación que da más ganancias y, al revés, en Brasil y México el cable no tiene la penetración que tiene en la Argentina?”. “¿Por qué la Argentina es el único país del mundo donde la televisión pierde dinero, cuando en un país más chico, como Chile, todos los canales son rentables?”.
La respuesta está en párrafo anterior: en Brasil o en México, la televisión siempre fue privada y no se la estatizó como aquí hizo el peronismo en 1974. Hasta esa fecha, TV Globo de Brasil y Televisa de México enviaban sus ejecutivos a aprender televisión a la Argentina. Si no se hubiera roto esa continuidad, las empresas de televisión locales hubieran continuado su desarrollo y progreso. Por el opuesto, las casi dos décadas que pasaron hasta la reprivatiación completa de la TV destruyeron su posible autonomía, condenando el precio de la publicidad a valores ridículos (las pérdidas las pagaba el Estado), que luego costó y cuesta muchísimo revertir. Para dar un ejemplo: las empresas de consumo masivo (productos domésticos y alimentos) que internacionalmente deben destinar el 10% de sus ventas a pagar publicidad, en la Argentina se acostumbraron a comprar los mismos segundos de publicidad con sólo el 1% de sus ingresos por ventas.
Como la TV no puede sustentarse por sí misma, es “subvencionada”, en el mejor de los casos con dinero que los accionistas obtienen en sus otros negocios en forma de aportes de capital para cubrir las pérdidas operativas (el diario Clarín ganó un promedio de 100 millones de dólares anuales en la década del 90, mientras los cuatro canales privados de Capital Federal sumados perdieron dinero), o directamente con dinero que no obedece a la lógica de la publicidad comercial.
Alguién podría preguntarse: “¿Y qué importancia tiene que quienes paguen la cuenta sean otros, y no la publicidad y los consumidores?”. Eso hace toda la diferencia, porque, como decía la célebre directora del diario The Washington Post durante el Caso Watergate: “Es imprescindible ser rentables, porque quien no es independiente financieramente no puede serlo periodísticamente”.
Si el dueño del canal tiene otras empresas cuyas ventas son diez veces mayores que las del propio canal y usa la televisión como un medio para otros fines, que se cumplan esos fines será más importante que el canal gane 5 o 10 millones de pesos, porque ¿qué le hace esa cantidad a quien gana 50 o 100? Esa lógica inicial y parcialmente fruto de la situación en la que fueron entregados los canales cuando se reprivatizaron, arrastró a todos los demás en un círculo vicioso dependiente, porque para sobrevivir en ese medio había que tener mucho dinero para perder y, por lo tanto, dedicarse a otras actividades, o pactar con el diablo lo que en cada momento pidiera. En cualquiera de los casos, hacer periodismo, investigar o informar verdades conflictivas no podría ser prioridad.
Los Pell$ continuarán gran parte del año próximo, cuando habrá elecciones. Si mantienen este éxito, aun sin ser la intención de sus autores, podrían terminar siendo funcionales al Gobierno en su tarea de demoler la credibilidad de los medios, porque –como bien remarca Marita Otero– en esta ficción “los periodistas no tienen actitudes nobles, no se los ve persiguiendo integridad, verdad o justicia, y son presa fácil y barata por miedo a perder el trabajo”.
Quizá no sea mucho pedirles a los consagrados autores Esther Feldman y Alejandro Maci que diferencien la trastienda de una revista masculina, como en Lalola –que también ellos escribieron–, o a parte del periodismo televisivo, del periodismo en su conjunto. Y que en el futuro rediman, ante los ojos de aquella audiencia menos informada, la decencia y los valores de no pocos periodistas argentinos que hacen mucho por su profesión y su país.