COLUMNISTAS

Los inventores del punk

Hace poco el pintor y periodista Carlos Subosky me hizo conocer una pequeña maravilla de la historia del rock: Los Saicos. Fundadores absolutos del rock en castellano, creada en Lima en 1964 y disuelta en 1966, en apenas dos años la banda se encargó de transformar la apática vida limeña en algo maravilloso, visceral y rebelde.

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Hace poco el pintor y periodista Carlos Subosky me hizo conocer una pequeña maravilla de la historia del rock: Los Saicos. Fundadores absolutos del rock en castellano, creada en Lima en 1964 y disuelta en 1966, en apenas dos años la banda se encargó de transformar la apática vida limeña en algo maravilloso, visceral y rebelde. Su tema más famoso es Demolición (en YouTube puede verse un video armado a partir de fotos de la época), cuya letra repite obsesivamente estas dos frases: “Echemos abajo la estación del tren” y “Demoler” (más algunas variaciones muy parecidas). Tan sólo en los acordes iniciales la primera frase se repite cinco veces, y la siguiente palabra tres. ¡Pero qué primeros acordes! Mezcla de rockabilly con surfer y algo de banda de garaje, de fondo se escuchan unos “ta ra ta ta” y un griterío que recuerda al mejor Screamin’ Jay Hawkins, el de I put a spell on you (Screamin’ saliendo de un ataúd, con unos cuernitos en la nariz, prendiendo su boquilla, antes de ponerse a gritar enloquecidamente. Sólo que en Los Saicos no hay ni calaveras ni escatología, sino pura vitalidad adolescente.)
En realidad, si hay algo que define a Los Saicos es que fueron punk diez años antes de que existiera el punk (y veinte antes de que llegara a Buenos Aires). La alegoría de demoler la estación del tren es tan obvia como en general son las alegorías punk: la gran estación de tren, en Lima, en Buenos Aires, en Nueva York o donde sea, encarna el poder imponente de la obra moderna, el cruce entre arquitectura y tecnología, entre circulación capitalista y masificación, entre control social y disolución de la identidad.
Pero precisamente la potencia de la alegoría reside en su literalidad. La literalidad es el gran fantasma idiota de la literatura, que no sabe qué hacer con ella: si se acerca demasiado, muere en el intento. Alejarse es la única solución, eso es evidente, pero la respuesta radica en el cómo (cómo alejarse de la literalidad: otra forma de llamar al estilo, a la sintaxis, a la respiración). Extraer las consecuencias radicales de la literalidad es quizá el único aporte valioso que hizo el punk a la historia de la cultura.
Pero ¿a qué viene todo esto? Bueno, me gustó un disco que escuché. Eso ya no es poca cosa. Pero debe haber más (además de mi total desconfianza ante la noción de gusto, incluido el mío propio). Es la idea de que Los Saicos fueron punk diez años antes de que existiera el punk. ¿Qué significa no pertenecer a una época? ¿Qué relación tiene el arte con su tiempo? Visto desde el presente es muy fácil construir una genealogía, inventarse una tradición (como hace Borges en Kafka y sus precursores). Pero las cosas no son así. Al contrario, la tradición queda en el futuro, se inventa hacia delante. No es que Los Saicos llegaron diez años antes, sino que los Sex Pistols llegaron diez años después. El arte, cuando es radical, siempre está solo: adelantado a su propia época, pero envejecido ante el futuro e incomprensible frente al pasado, la dimensión instituyente del arte es la soledad. El historicismo de textos como los de Borges induce a la equivocación de priorizar las líneas de continuidad antes que las de ruptura, el proceso antes que la singularidad, y la historia de la literatura antes que la literatura que se escribe contra la historia.
Unos años después de la aparición de Demolición, en Perú tomó el poder el general Velasco Alvarado, militar nacionalista levemente apoyado por las izquierdas, quien rápidamente prohibió el rock por considerarlo alienante (¡tenía razón!). El tiempo pasó, y hace un par de años a Los Saicos los condecoraron o algo así, la municipalidad puso una placa con su nombre en una calle; esas cosas absurdas que hacen los intendentes con las calles y las placas. Tarde o temprano todo termina absorbido por el Estado, o convertido en un falso centro cultural en un shopping, como en el caso de Borges. Las cosas buenas siempre terminan mal.