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Los libros, la educación

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Uno de los aspectos que me parecen más apreciables en cada Feria del Libro es que sirve para sincerar, de manera medianamente objetiva, cuál es la relación que la gente en general mantiene con la literatura. De la literatura se dicen siempre buenas cosas y a la lectura se la recomienda siempre como el más saludable de los hábitos. Y sin embargo, muy a menudo, detrás de eso no hay nada. La Feria promueve un sinceramiento que, en lo personal, siempre valoro. Porque lleva todas las peroratas a una escala más verificable, o bien las sitúa en un terreno (el del dinero) donde muchas hipocresías claudican. Entonces sí podemos saber, entre los famosos de toda laya que convocan multitudes y entre libros de la más diversa especie, cuánto hay de auténtico interés por leer literatura.
Con la educación, a mi entender, pasa algo parecido. ¿Hay alguien que no se pronuncie a favor? La formación integral y la capacitación específica en las universidades, ¿hay alguien que las desestime? Y sin embargo, en medio de tanto palabrerío hueco, el momento de la verdad emerge. Se decide el presupuesto de este año para las universidades públicas con pautas del año anterior, lo que requirió un emparche de apuro. La reparación salarial ofrecida a los docentes universitarios, con sueldos alarmantemente estancados, fue de un 15% para mayo, un 5% en octubre y un 11% en diciembre (a cobrar el año que viene). ¿Insuficiente? No: humillante. Esa oferta tan denigrante y la obstinación demostrada ante la lucha y los reclamos nos hacen saber lo que de veras piensan de nuestro trabajo y de nuestra función en las aulas. Alaban el saber, encomian el estudio, elogian la enseñanza; en el fondo, sin embargo, nos desprecian. Y al igual que cualquier prostituyente (porque con todo se relacionan así), no pueden manifestar la verdad sino en el momento de decir cuánto están dispuestos a pagar.