A Riquelme lo apretó la barra de Boca, a Gallardo lo apretó la barra de River. Y a Noriega, a Gustavo Noriega, lo apretó la barra de Nueva Chicago. ¿Qué hizo? ¿No se la pasaba al nueve? ¿No aportó para los trapos? ¿No ayuda con el viaje al Mundial? No hizo eso, hizo otra cosa: escribió un libro sobre el Indec, denunciando turbiedades con perfecto conocimiento de causa. Los barras se vinieron desde Mataderos y visitaron, no sé si por primera vez, la Feria del Libro. La idea de que las patotas son lo otro de la cultura nos viene de El matadero de Echeverría, lo que es decir, desde siempre. Y aquella designación de “patota cultural” con que en los años 80 se hostigaba al alfonsinismo no bastó para desmentir tal presunción.
¿Qué hacían, pues, en la Sala Julio Cortázar, los matones de Chicago? ¿Acaso había dado sus mejores frutos aquella campaña de repartir libritos en las canchas para que los hinchas leyeran y se cultivaran en los largos entretiempos de los partidos? No parece ser el caso. La barra brava verdinegra se apersonó, se sabe que de motu improprio, para hacerle saber a Noriega que no compartía mayormente la idea fundamental de su libro, que es que el forzamiento manipulador de las cifras del Indec implica también el forzamiento manipulador de sus trabajadores. Para desmentir la hipótesis de que hay intimidación en el Indec, se valieron de golpes, empujones y voladura surtida de sillas; paradójica refutación de la hipótesis de la intimidación, que queriendo refutarla la confirmaba.
Hay libros que tienen que esperar mucho tiempo hasta dar con la verdad que postulan. Indek, de Gustavo Noriega, la encontró prontísimo, apenas en pocos minutos. Eso sí: fueron unos pocos minutos terribles.