Néstor Kirchner ha dicho que después de él viene el caos. Tiene razón, sabe de lo que habla. La palabra caos en lo político no se remite a su significado astrofísico. El caos del que hablamos se organiza.
Una crisis grave puede resolverse de varias maneras, una es la generación del caos. En 1989, Seineldín se encargó del caos. La hiperinflación tuvo su desfile de carapintadas. En 2001, del caos se encargaron Ruckauf y Barrionuevo, además de Duhalde.
Los asaltos a los supermercados fueron custodiados por los agentes del desorden. Las barras bravas confluyeron en los lugares dispuestos por estrategas que conocían el terreno.
Para ocultar la acción de los organizadores, se habla de espontaneidad, revuelta popular y liberación. La democracia argentina es así.
Kirchner dice que él puede generar caos después de las próximas elecciones si es que no mantiene su poder. No dice que el país se volverá ingobernable por un motivo desconocido o porque las variables se dispararán para cualquier lado. Nos amenaza con que si trabamos con votos la discrecionalidad de su poder, producirá la tercera ola caótica de la reciente democracia, y quiere hacernos creer que tiene los resortes para hacerlo.
No se trata de un error discursivo, o de una transgresión verbal. Sino de un elemento de una política de imagen (la manejará a voluntad con testaferros que suavicen o intensifiquen la amenaza) que quiere crear un clima. Y lo hace conociendo a quienes les habla.
Algunos pensadores oficialistas dicen que no hay que exagerar, que no debemos en seguida asustarnos y emplear palabras demasiado enfáticas como apocalipsis, fin del mundo o terrorismo bucal. Nos tranquilizan diciendo que en el juego de la democracia hay momentos de tensión, y en este caso hay razones de sobra para que los haya dado que nos estamos jugando el modelo. ¿Cuál modelo?: el de la apropiación ilícita de los fondos públicos con la complicidad de una red política y cultural que lleva a cabo el desmantelamiento de los organismos de control.
Cuando se dice esto último, hay quienes se ríen de la honestidad. Hay muchos que lo hacen porque dicen que eso de la honestidad es de peleles al servicio del neoliberalismo. Una vez satisfechos de la risotada, cambian de pose y se ponen serios como si tuvieran una enorme responsabilidad sobre los hombros, y nos dicen con grave preocupación que en la Argentina se vive un momento de inflexión y que las próximas elecciones son decisivas para defender, nuevamente, el famoso modelo.
Escuché también de parte de estos intelectuales que está muy mal que los argentinos que estamos en este extraño polo llamado “oposición” no hayamos estudiado la bolilla sobre la razón populista de la materia Sociología Política. No se puede aprobar el curso, nos advierten, si nos olvidamos de que en la política el conflicto es inevitable y que la práctica política se define por los antagonismos entre grupos de interés. Por eso nos recuerdan que insistir como lo hace la oposición en la necesidad de consenso y diálogo es una consigna hueca, vacía, que ignora lo que dicen los manuales del intelectual crítico.
No hay que tener pudor para enseñarnos a comprender el antagonismo. Cada vez que se tocan intereses de grupos poderosos, en la Aduana, en la política y las finanzas gremiales, en las internas policiales, en el mundo del trío droga-juego-prostitución, en relación con la recaudación política, en el poder de los clubes de fútbol, en el entramado de la corrupción entre grupos empresarios y personal gubernamental, cada vez que se pone en peligro a estas mafias corporativas, hay muertos y asesinos impunes. No hablo de la década del setenta sino de un cuarto de siglo de democracia.
Aquello que no sabemos practicar a fin de neutralizar esta violencia, y para nuestra desgracia, es una política del acuerdo y de la pluralidad concertada. La concertación no excluye las tensiones y los conflictos pero los encuadra en una legalidad de procedimientos y en un respeto a las normas de la democracia.
Ahora sí, resumanos el modelo: Hebe de Bonafini por un lado y bonos de Santa Cruz por el otro. Para el plan de viviendas de las Madres de Plaza de Mayo se destinan cuarenta millones de pesos, respecto del monto de los bonos esfumados se calculan mil millones de dólares. Les quedan a los del modelo... novecientos sesenta millones de dólares sin rendición de cuentas.
Segunda escena: viene a la Argentina un líder popular que nos vende gas. Una foto con él para la muchachada revolucionaria, otra para la esnobería étnica, y luego un rápido cambio de maquillaje para llegar a la ANSES, donde está la plata de los jubilados, cuyo uso y abuso no tiene control alguno.
Hasta allí llegó este modelo nacional y popular que nos protege de las lacras del neoliberalismo que pretende volver. ¡No pasarán!, dicen los asesores académicos. ¡La pasarán mal!, dice Kirchner.
Me decía la diputada Patricia Bullrich en un reportaje con público que entre los bloques hay temor a “acordar”. Contaba que la relación entre los partidos políticos que trabajan en las comisiones y lo que vemos los ciudadanos en la televisión y en las tribunas son como el día y la noche.
Pero no se trata de consensuar sobre mayúsculas como equidad, república y ética, o solidaridad, participación y transparencia, sino sobre problemas de hoy: dengue, ley de radiodifusión, marginalidad adolescente, fuerzas de seguridad y no sólo la 125. Si no lo hacen hoy, tampoco lo harán mañana.
¿Qué puede pasar en los próximos meses? Hagamos un poco de prospectiva. Imaginemos que el próximo congreso se equilibra. Durante un par de meses, el Gobierno se mostrará dispuesto al diálogo porque dice respetar la voz de las urnas. Poco a poco acusa al Congreso de impedirle gobernar. Luego amenaza con que si las cosas siguen así, se va. Ya estamos en marzo de 2010, se viene el Bicentenario. Es posible que los Kirchner no se lo pierdan. Después, sí, le dejan el paquete a Cobos, eso que se llama caos, y se adelantan las elecciones con un Néstor Kirchner contra un Cobos o algo parecido.
También puede pasar otra cosa. Es posible que este gobierno sea un tigre de papel, un par de timberos que gritan pero no muerden. Que le perdamos el miedo. Que no tenga tanto poder. Finalmente, un nuevo equipo político que despierte entusiasmo deberá respetar y profundizar realizaciones del actual. En lo concerniente a los derechos humanos, al Consejo de la Magistratura, en lo que respecta a las políticas sociales, a lo bien realizado y a lo mal hecho de lo bien proyectado, no tienen por qué perderse, se perderá lo malo, de lo que hay bastante. Lo que aprecian muchos podrá ser encuadrado en una nueva cultura política.
Al menos el modelo no tendrá una vitrina con bibelots progresistas, y lo nacional y popular dejará de ser una estafa barnizada para ser también una realidad republicana.
*Filósofo (www.tomasabraham.com.ar).