Alberto encaró la pandemia como una mezcla de padre y profesor. Con sus filminas y su tono cansino, el presidente repitió al hartazgo que su prioridad era cuidarnos y que, bajo su comando, Argentina era un ejemplo en el Mundo. De vez en cuando sacaba a relucir un cachetazo a los medios, como para que quede claro quien manda. De a poco, su autoridad perdió lustre: no sólo daba datos erróneos de otros países, que lo refutaban, si no que sus anuncios –su política– consistía en puras renovaciones de la cuarentena, el método utilizado en la Edad Media cuando no había ciencia.
Por eso el Día del Niño fue tan especial. A la izquierda de Vizzoti, en el lugar reservado para el invitado de color (una feminista potus, el hiji de un ministro estrenando carguito estatal), había una payasa profesional acompañando el parte de muertos de Covid19. La payasa y los funcionarios hicieron una coreografía, pero sería un error creer que el mensaje estaba dirigido a los niños (ningún niño vería eso). Por el contrario, el target eran los adultos infantilizados por la cuarentena eterna. Los hijos del discurso paternalista de Alberto, que deben aceptar su palabra sin protestar ni compararla con los datos de la ciencia o el resto del mundo. Eso sí, Alberto es un padre buena onda: te deja hablar como quieras, con la e y con la i, hacer cosplay. Ni aborto, ni aumento a los sanitarios, pero sí lenguaje inclusivo en comisiones de género, y por supuesto gabinetes para la transversalización de las comisiones de género. El Estado como una mamushka constipada incapaz de abortar.
En esta gran familia argentina, donde siempre hay una Abuela alzando la voz, Cristina es la madre que trabaja, la que lleva los pantalones en la casa. Ocupada fulltime en su business (asegurar su impunidad y la de los suyos) no tiene tiempo para ver en qué andan los chicos. La política es el juego de los adultos reales, los que hacen y deshacen mientras el resto sigue en penitencia. Rebeldes, las gentes tomaron las calles: querían marcar como sea que no estaban “en casa”. El cuco ya no funcionaba.
Ahora el peronismo necesita una buena hortaliza que cuelgue delante y organice un poco el movimiento. Cristina, la madre que lleva los pantalones, es un elemento que emascula a Alberto: el poder lo tiene ella, y eso marca lo evidente: no puede tener el pene ella. Esto explica el ascenso del esforzado regordete Sergio Berni. Como ministro de Seguridad de la provincia donde desapareció a manos de la policía el joven Facundo Astudillo Castro, Berni no tiene logros que mostrar: se filma entrenando, a ver si puede convocar la fantasía del macho argentino. Recio, dispuesto a todo, el fantasma de un milico cariñoso con las armas largas.
Quedan tres años de gobierno: quizás si sigue entrenando, Berni consiga ponerse en forma. Mientras, Santi Cafiero podría ponerse a la altura y filmarse haciendo fierros sin camisa, dejar las medialunas y ensayar la coreo con Pedro Cahn y el Capitán Topa.