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AGRUPACIONES POLITICAS

Los soldaditos

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El amor por las milicias y el fanatismo demuestra un concepto que va y vuelve como tábano: una cosa es ser antimilicos (ergo: despreciar la tradición del Ejército argentino de los últimos ¿cien años?) y otra cosa es rechazar el pensamiento y la práctica militar por profundas diferencias con ese sistema de construcción de mundo. 

Quienes rechazamos la práctica militar no elegimos entre milicos buenos y milicos malos (el paradigma de esto sería milicos de la dictadura vs. milicos latinoamericanos de la patria grande, Chávez style): sencillamente despreciamos ese sistema jerárquico de órdenes, de aceptaciones, de silencios. La relación entre militancia, cuadro político y fanático ronda notablemente esa confusión y no la resuelve. Y el rechazo selectivo (doble estándar) no hace más que dar cuenta del deseo de pertenencia a ese universo. Pero, bueno: la honestidad intelectual, que sería un antídoto frente a esa medición con distinta vara, es un bien escaso en estos días.

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El desplazamiento del discurso antimilico dado por el doble estándar no hizo más que restituir y convalidar la reaparición de una semántica y una sintaxis militar (desde ya reelaboradas, desplazadas de la iconografía tradicional a la que estábamos acostumbrados) pero bajo una pátina de progresismo epidérmico, que es una moderna forma de fascismo porque habilita prácticas despreciables en función de una justificación ideológica: vigilar y reprimir por izquierda es tolerable, hacerlo por derecha, no.

Para que haya un sistema que repone los dispositivos de poder de las jerarquías militares de las orgas más siniestras tenemos que tener jefes de mando y soldaditos. Organizativamente hablando, la bajada es de los cuadros superiores con cargos políticos importantes a los militantes con voluntad de ascenso y de los militantes a los fanáticos. En este último grupo están los soldaditos, que son lo más bajo dentro del sistema de jerarquías en una orga. Son números, son masa, son pecheras, son cantidad. Son, en definitiva, fanáticos.

El fanático actúa, resuelve, es pragmático: cumple las órdenes cómo y cuando le piden. Es la consecución definitiva del lavado de cerebro que da cuenta el estado de situación de la tierra arrasada en que hemos quedado.
Hoy, frente al desmoronamiento del régimen, a los fanáticos solamente les queda la fe. La verticalidad y la fe de los soldaditos configuran un punto de no retorno, que es el de la militarización indirecta de la vida política y civil: ya sea desalojando un acampe o monopolizando una campaña de ayuda ciudadana o vigilando precios. Todavía no son comandos civiles. Pero no pidan deseos chavistas que en una de esas se cumplen.

El oficialismo no sólo nos habrá dejado la reinstalación del lenguaje militar en la vida civil (a través de la difusión de prácticas y de un lenguaje militar “pero comprometido y democrático”) sino que (tras su salida del poder) habrá logrado generar un fantástico hueco, un agujero negro de descreimiento y despolitización, derivado de la frustración militante y fanática, cuando se revele el centro vacío, la bóveda al descubierto: es duro anoticiarte de que fuiste liderado por Fujimori y Montesinos. Insisto: es sólo cuestión de tiempo ver cómo seguirán brotando los arrepentidos.
Los soldaditos son la última línea de un régimen cada vez más fascista, autoritario y militarizado, que ha tenido la cualidad extraordinaria de hacer realidad una frase que adorna las unidades básicas de La Cámpora: “Bajaste un cuadro y formaste miles”. Sí: miles de fanáticos a la espera de una orden fatal. Felicitaciones, Néstor: you did it again.

*Guionista, crítico y escritor.