Hace algunos años, Italo Calvino escribió un libro en el cual reune con maravillosa maestría cuentos que, como relatos de viaje, hiciera Marco Polo a Kublai Kan, emperador de los tártaros.
El libro consta de capítulos breves, cada uno de los cuales debería servir como punto de partida de una reflexión válida para cualquier ciudad o para la ciudad en general. Y si bien su escritura escapa al registro tradicional - el lector puede saltar entre los relatos y elucubrar recorridos diferentes-, el escrito existe en sí mismo, como trama que contiene un principio y un final.
A decir, hay por un lado, el sentido que organiza la estructura de la obra; y por el otro, las trayectorias de viaje para nada improvisadas de ese afortunado mercader veneciano, personaje histórico y real, que fue Marco Polo. Lo cierto es que, de Las ciudades invisibles -obra en cuestión- uno no quiere desprenderse.
Es que en cada relato se descubren configuraciones sociales insondables. Y con ellos, la disposición de un emperador dispuesto a comprender las transformaciones de un mundo que está en ruinas y que le resulta imposible de asir, aún, habiendo acumulado para sí, fuentes inagotables de poder.
Entre los relatos más precisos y minuciosos que Marco Polo hubiese podido brindar al Gran Kan y los que el mismo Kublai Kan hubiera podido desear, hay una reiterada disposición a la reflexión. Sea porque tratan sobre ciudades desconocidas o porque están aquellas que, en el atlas del Gran Kan, se erigen como las más temibles y amenazadoras.
A contrario de la relación reflexiva entre ambos personajes y lejos de una descripción literaria sublime, el resultado de los viajes diplomáticos de nuestra Presidenta pueden recopilarse como relatos de una trayectoria locuaz. Así es que, desprovista de una disposición general a la escucha tanto como a la comprensión reflexiva de los acontecimientos, Cristina Kirchner, impone un estilo grandilocuente pero vacuo.
Como embajadora de sí misma, con vestuario, valijas, regalos y comitiva, cual mercader, sale al mundo a provocar la novedad para los jornaleros de su tierra.
El Gran Kan -en el libro- sabe, por las misiones de Marco Polo, que el mundo es una estocada de tiempo que finiquita su poder imperial. A diferencia de la sensatez de Kublai Kan y del relato veraz de su emisario; la comitiva presidencial inventa logros extraordinarios, reducidos a cronométricas reuniones con notables monaguillos de Dios, o a un prorrateo sobrevaluado de los discursos que la Presidenta sabe enrevesar, por ejemplo, en torno al éxito alcanzado, en términos comparados a nivel mundial, por las políticas sociales de lucha contra la pobreza implementadas en el país.
El Gran Kan organiza una geografía de ciudades, hasta el momento desconocidas, sólo a partir del relato de su emisario. Al contrario, la comitiva presidencial organiza una relatoría de logros inexistentes a partir de la cual establece una cartografía ficcional: la de un país que no existe, ni por la calidad de los datos que hablan de su estructura social, ni por la rigurosidad con la cual se cumple con las leyes que lo configuran como una realidad legal.
Dice Marco Polo, en un pasaje brillante del libro de Calvino, que el viajero reconoce lo poco que es suyo al descubrir lo mucho que no ha tenido y que no tendrá. Tal vez, y tan solo por ello, a Cristina Kirchner le resulte conveniente algo de buena literatura, previo a los últimos vuelos en el avión presidencial.
(*) Socióloga (UBA). Profesora ordinaria e Investigadora tiempo completo en la Universidad Nacional de la Patagonia “San Juan Bosco” (UNPSJB). Candidata a Doctora en Ciencias Sociales. Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) Argentina - tesis en evaluación-.