COLUMNISTAS

Lotería crónica

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Desde hace varias semanas vengo jugando al loto, sin suerte por ahora. No lo hago con la intención de volverme millonario, o mejor dicho, sí: hacerme rico pero para armar un proyecto: quiero fundar una editorial que publique solamente libros de Carlos Monsiváis. Ahora mismo acabo de terminar de leer Maravillas que son, sombras que fueron. La fotografía en México, libro reciente que compila, de manera póstuma, todo lo que Monsiváis escribió sobre fotografía mexicana. Me lo regaló, no hace mucho, mi amiga B.L. una tarde en la que fuimos a la bella librería La Jicara, en Oaxaca (al mismo tiempo que unos amigos en común hacían poco menos que un papelón jugando al básquet contra un equipo de niños, pero ése es otro tema). El libro, como de costumbre en Monsiváis, está lleno de frases perfectas (“ante un nuevo medio expresivo, todos actúan de acuerdo a intereses previos”) en medio de una erudición que, también como de costumbre en él, es sorprendente. Pero antes de querer fundar mi editorial me enteré –como de costumbre en mí– de casualidad que una editorial porteña publicó hace un par de años una gran antología con lo mejor de su obra. Averigüé la dirección y me dirigí a su sede –en el barrio de Almagro– dispuesto a contarles mi proyecto y buscar, tal vez, asociarme a ellos. Me recibió el editor, un verdadero shleper, vestido con una remera raída que decía “Star Wars”, el pelo sin peinar y un look de cuarentón/cincuentón al que le gusta hacerse el pendeviejo. Patético. La conversación fue extremadamente breve (por supuesto, el proyecto no prosperó), pero al pasar me dijo que su Antología esencial había tenido una gran recepción en la crítica, aunque bastante menos en las ventas. Cuánto vende un libro es un tema que no tiene la menor importancia (sólo les importa a los editores). No obstante, mientras tomaba el subte en una estación Medrano asfixiante de carteles de propaganda del gobierno de Macri (¡en nada estoy yo!) pensé en cómo se estaría leyendo hoy a Monsiváis, en quiénes lo leen, de qué modo, por qué razones. Monsiváis coloca la crónica en el vértice de la experiencia de la situación a cronicar y de una formidable biblioteca personal. La crónica es un género erudito y a la vez ligero, irónico pero no por eso menos profundo, y sobre todo –sí, sobre todo– un género inadecuado y menor. El cronista no es alguien adaptado, se mantiene en un margen, hace crujir toda autoridad; y la crónica es un género menor, que desea permanecer en ese lugar, en el sitio excéntrico de lo pequeño. A veces tengo la impresión de que hoy ser cronista se volvió una ambición mayor. Y la adaptación a lo dado (a las colecciones de crónicas de las grandes y pequeñas editoriales que una y otra vez se lanzan y una y otra vez fracasan, a los formatos mainstream de los suplementos culturales, a las becas de formación en no sabemos qué, con nombres sospechosos como García Márquez, etc.), la adecuación, digo, parece ser el horizonte del cronista actual. Quizás por eso Monsiváis huela a viejo: por ser demasiado erudito, demasiado irónico, demasiado inclasificable, demasiado raro. Hay un costado salvaje de la crónica que parece haberse perdido en nombre de efectos de amabilidad, golpes bajos sensibleros y “temas interesantes”. Hoy sin falta le juego al 38, año de nacimiento de Monsiváis.