Las posibilidades de llegar al Palacio de Vidrio de Nueva York de la canciller argentina Susana Malcorra son escasas.
El currículum profesional de la canciller argentina es excelente, y su experiencia en la ONU como secretaria general adjunta para el apoyo a las misiones de paz y como jefa de gabinete del secretario general la destacan de los demás.
Pero entre los competidores que quedan, transcurrida la segunda votación del 5 de agosto, el favorito es el portugués Antonio Guterres, ex alto comisionado de la Acnur, la Agencia para los Refugiados, y ex primer ministro de su país: logró convencer a los 15 miembros del Consejo de Seguridad por su experiencia en temas de crisis migratorias, calentamiento global y lucha contra el terrorismo.
Lo sigue el serbio Vuk Jeremic, ex presidente de la Asamblea General y ex ministro de Relaciones Exteriores de su país, y tercera, Susana Malcorra.
¿Por qué, entonces, no ser optimista ante la posibilidad de una mujer argentina como sucesora de Ban Ki-moon? Distintas son las razones. Primero, es una mujer, y si bien en los últimos tiempos se formó un frente trasversal entre muchos países que se expresa a favor de una secretaria, Naciones Unidas es todavía una institución machista, y todo parece indicar que el manejo de la organización quedará nuevamente en manos de un varón. Ciertos aspectos culturales de los países del bloque árabe y de Africa del Norte, por ejemplo, serían obstáculos casi insuperables para una mujer como secretaria general.
El segundo motivo es su nacionalidad. Es argentina, y Rusia está presionando muy fuertemente a los otros miembros permanentes del Consejo de Seguridad para que el nuevo secretario salga de Europa Oriental, estratégica y culturalmente más cercano a Moscú. No hay una regla escrita, pero la costumbre de la ONU es una rotación por macrorregiones y después América Latina (Javier Pérez de Cuéllar), Africa (Boutros Boutros-Ghali y Kofi Annan) y Asia (Ban Ki-moon).
El tercer motivo, no menor, es el escándalo que se generó por el intento de encubrimiento de abusos de menores por parte de los Cascos Azules durante algunas misiones de paz en Africa, en las que se atribuyeron responsabilidades directas a Susana Malcorra.
Entre diciembre de 2013 y junio de 2014, en el campo de refugiados del aeropuerto de M’Poko en Bangui, la capital de la República Centroafricana, 14 militares franceses, tres chadianos y dos ecuatoguineanos de la fuerza de paz Minusca (Misión Multidimensional Integrada de Estabilización de las Naciones Unidas en la República Centroafricana) fueron responsables de por lo menos 13 episodios de violaciones de niños de entre 9 y 11 años de edad.
Luego de inútiles intentos de denunciar los hechos al interior de la misma ONU, el funcionario sueco del Alto Comisionado para los Refugiados, Anders Kompass, presentó los resultados de sus investigaciones a las autoridades francesas, acusando que Nueva York estaba más preocupada por silenciar los ecos del escándalo que por perseguir a los responsables. A fines de 2015, el comité independiente nombrado por Ban Ki-moon demostró que Susana Malcorra fue protagonista de distintos episodios destinados a deslegitimar a Kompass y tapar los hechos de Bangui.
Cuestiones de género, nacionalidad y episodios de “encubrimiento” parecerían suficientes para dejar a la canciller en el Palacio San Martín. En las semanas que vienen tendremos la tercera votación, y de ésta saldrá el único candidato para la elección formal por parte de la Asamblea General.
Pase lo que pase, el nuevo secretario o secretaria general tomará posesión de su cargo el 1º de enero de 2017 ante un escenario complejo a nivel mundial, en el que la difícil situación de los migrantes y el terrorismo dominan la agenda.
*Profesor de la Escuela de Gobierno, Política y Relaciones Internacionales de la Facultad de Derecho de la Universidad Austral.