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Maldiciones, deseos y destinos

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Maldiciones, deseos y destinos. | cedoc

A pesar de ser antigua y conocida hay una maldición china que suele ser olvidada. Es la que dice: “Ojalá te toque vivir tiempos interesantes”. Alguien, por razones desconocidas, debe de haberla pronunciado a finales de 2019 en la ciudad de Wuhan, capital de Hubei, región densamente poblada en el centro de la República Popular China, antes de echarla al mundo entero, junto con el coronavirus. Y, al igual que las sentencias de Confucio, las del I Ching o las de Lao Tse (filósofo y poeta de improbable existencia, que pudo haber vivido en el siglo VI antes de Cristo, y a quien se atribuye la autoría del Tao Te King, o Camino de la Virtud), también este aforismo chino parece encerrar verdad y misterio, además de cumplirse. Para quienes hoy poblamos el planeta 2020 fue, sin dudas, un año interesante. En términos colectivos el más interesante de nuestras vidas, al margen de los años que cada uno destaque o recuerde especialmente en el plano personal.

Sea cual fuere la razón por la que fuimos maldecidos, lo mejor que podemos desearnos unos a otros en el inicio de 2021 es que sea un año aburrido, carente de interés, opaco y mediocre. Aunque corremos el peligro de que entonces nos alcance otra vieja maldición china. En este caso la que dice: “Ojalá se cumplan tus deseos”. No hay salida.

Ante esta perspectiva, cobra relieve un pensamiento fundamental del médico y pensador austríaco Víktor Frankl (1905-1997), padre de la logoterapia, a la que él llamaba “pastoral médica” orientada a la sanación mental y espiritual a través de la búsqueda del sentido de la propia vida. En varias de sus obras (En el principio fue el sentido, El hombre doliente, Psicoterapia y existencialismo, Psicoterapia y humanismo, La Voluntad de sentido, entre otras), Frankl plantea que el ser humano “no está libre de circunstancias biológicas, psicológicas y sociológicas, pero siempre es y será libre para adoptar una postura frente a todas estas condiciones y circunstancias, ya sea resignándose a ellas o ya sea superándolas, haciendo uso del poder de obstinación de la mente”. La propuesta existencialista de Frankl no era una construcción teórica elaborada en el vacío. Él vivió la guerra en cuatro diferentes campos de concentración nazis, en los que perdió a toda su familia, en los que vio morir y vivir de manera indigna a miles de compañeros de infortunio, y nunca dejó de preguntarse la razón de su propia supervivencia. La respuesta está en su libro El hombre en busca de sentido. Había encontrado un para qué. Buscar el sentido de su existencia, aún en las peores condiciones. En la vida no se trata de dar sentido, sino de encontrarlo, decía. Ligaba la noción de sentido a los valores (no hay sentido en una vida carente de estos y en una vida que no los convierta en actitudes y acciones), y señalaba que quien intuye o vislumbra el sentido de su existencia, encuentra un modo de plasmarlo. Sabía de lo que hablaba y convirtió esa certeza en un modo de ayudar a mucha gente a explorar el sentido de sus vidas, a valorizarlas y trascender hacia otros.

Cada uno es responsable de su vida y de sus horas. Esta es la época y este es el país en que nos tocó vivir.

Regresemos desde ahí a 2021 y su perspectiva. Cada uno de nosotros es responsable de su vida. El destino no está prefijado. Como sabían los antiguos griegos, el destino solo se conoce al final de la vida. Es lo que hicimos con ella tomando decisiones y haciendo elecciones ante cada circunstancia. Aunque maldigamos a otros, aunque busquemos culpables hasta debajo de la cama, siempre somos responsables de lo que decidimos, elegimos e hicimos ante las situaciones que se nos plantearon. ¿Pasaremos 2021 esperando que gobernantes que nadan cómodamente entre la mentira, la corrupción, la ineficiencia, la impunidad y la mala praxis acierten en algo a favor de nosotros, los ciudadanos? ¿Lo haremos gastando tiempo en la esperanza de que opositores poco menos que impresentables desde donde se los mire sean capaces de encender una vela en medio de la oscuridad? ¿Perderemos parte de nuestra vida rogando por alguna vacuna que de verdad resulte mágica y nos devuelva a la vieja y tóxica normalidad? ¿Desperdiciaremos precioso tiempo existencial en banales e interminables conversaciones acerca del Covid-19 y sus circunstancias? ¿Vamos a despilfarrar horas y horas escuchando o leyendo a “expertos” en política, economía, ciencia y futurología que analizarán con total trivialidad los hechos de la semana y pronosticarán de modo fallido eventos que jamás ocurrirán, sin rectificarse ni disculparse nunca? ¿Vamos a vivir aterrorizados, recluidos mental, emocional y espiritualmente en un auto confinamiento paranoico?

Cada uno es responsable de su vida y de sus horas. Esta es la época y este es el país en que nos tocó vivir. Que sean tiempos interesantes por razones diferentes a las de la maldición china, depende de nuestras acciones, decisiones y elecciones. Quizás ayude en ese camino otra reflexión de Víktor Frankl: “Cuando ya no podemos cambiar una situación, tenemos el desafío de cambiarnos a nosotros mismos”. Nuestra vida es demasiado valiosa para dejarla en manos de quienes a veces las dejamos, aunque ellos digan o finjan protegerla.

*Escritor y periodista.