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DEGRADACIÓN

Pandemia de imbéciles

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. | Pablo Temes

En 2016, poco antes de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, Aaron James, doctor en Filosofía por la Universidad de Harvard, publicaba un libro inspirado en Donald Trump, triunfador en aquellos comicios. Se titula Ensayo sobre la imbecilidad y su vigencia es absoluta. Jones llevaba ya tiempo, desde 2012, dedicado a una disciplina que lo tiene como mentor. La imbecilogía. Definida por él mismo, se trata del estudio de las diferentes especies que pueblan el ecosistema de imbéciles. Y describe al imbécil como “un tipo (por lo común varón) que se arroga de manera sistemática una serie de ventajas en las relaciones sociales totalmente convencido, aunque no tenga razón, de que está en su derecho, cosa que lo inmuniza ante la protesta de los demás”.

Tomando a Trump como pretexto, el libro va más allá. Tras detenerse en los que llama imbéciles comunes (los que saltan los turnos en las filas, hablan a los gritos por sus celulares en lugares cerrados y llenos de gente, estacionan en doble fila, se cruzan de carril sin avisar, atraviesan las luces rojas, maltratan a quienes les sirven en los restaurantes o en cualquier otra instancia, y que hoy podrían incluir, entre otros, a los que andan muy orondos sin barbijo, convocan o participan de fiestas clandestinas o se amontonan en bares creyéndose muy vivos), James se centra en las manifestaciones de la imbecilidad en el campo de la política y la economía. Allí el imbécil es fácilmente detectable. Quiere hacer notar su poder todo el tiempo, habla rápido y con frases llenas de contradicciones para confundir a quien lo oye, a menudo no termina una frase antes de pasar a otra, de manera que sus contradicciones quedan sin aclarar, trata de ser irónico y ocurrente en sus definiciones pasando en definitiva por alguien que está divorciado de la realidad, habla mal de sus adversarios a diestra y siniestra y trata de congraciarse a cualquier precio (incluido lógicamente el de la imbecilidad) con sus seguidores, a menudo se hace difícil saber si está hablando en serio a raíz de las cosas que dice sin ruborizarse, si alguien lo cuestiona o contradice se pone más vehemente y se afirma en su falsedad, no necesita conocer a fondo ningún tema antes de ponerse a hablar del mismo con aires de autoridad, emite opiniones simples, precarias y básicas sobre cuestiones complejas. Es difícil seguir a James sin que se configuren ante los ojos del lector los identikits de personajes que le son absolutamente cotidianos y familiares y de cuyas decisiones suele ser víctima en su calidad de ciudadano.

En política el imbécil es fácil de detectar: quiere hacer notar su poder todo el tiempo

La actual degradación de la política en todos los países hace que cualquier confrontación parezca una competencia por ganar una lucha de imbéciles, escribe James. Y plantea la relación entre imbecilidad y grieta cuando señala que “el sistema se vuelve corrupto y genera más corrupción en un proceso que se alimenta a sí mismo, y las divisiones fomentadas corroen a la sociedad en general al agriar amistades, reuniones familiares y veladas”. Muchas veces, advierte este estudioso, el imbécil suele parecer una persona sensata e inteligente hasta que comienza a defender y exponer bobadas. James señala que uno de los peligros del imbécil cuando tiene poder es que si se rebaten sus argumentos puede cambiar de estrategia y negar haber dicho lo que está grabado, filmado, escrito y documentado con sus palabras. “Lo dirá con confianza suprema, capaz de debilitar la confianza de la persona que lo escucha, quien puede llegar a pensar: ¿puede ser que yo no lo haya oído bien?”.

James considera que se ha instalado globalmente un capitalismo de la imbecilidad, que opera como “empresarialismo de mercado”. En ese capitalismo, argumenta, no hay una mano invisible, como la de Adam Smith, tratando de beneficiar a todos, sino que sus responsables buscan por cualquier medio, incluidas transacciones con los gobernantes, aumentar su poder y sus beneficios. No hay otra meta. La justificación de tales conductas suele ser (clásica argumentación imbécil) que “todos actúan así”. James es también muy crítico con la memoria colectiva, a cuya fragilidad acusa de hacer posible la llegada de imbéciles al poder. El olvido colectivo suele estar basado en conveniencias utilitarias, y cuando en una sociedad prevalece la liviandad de los principios el imbécil saca provecho y se instala. El autor invita al ciudadano a preguntarse “cuánto podemos soportar de los imbéciles sin perdernos el respeto a nosotros mismos”. Crudo interrogante que solo puede tener respuestas personales.

El capitalismo de la imbecilidad ha creado una globalización del sálvese quien pueda, apunta Aaron James, y en ese clima la desigualdad económica, la nostalgia nacionalista y la inseguridad favorecen la emergencia de los imbéciles. Entre otros antídotos propone “gobernarnos por las leyes y no por intereses particulares”, que los gobernantes respondan por sus decisiones y que los ciudadanos no dejen de inspeccionarlos y pedirles cuentas. Como cualquier virus, en fin, la imbecilidad se expande libremente y se hace pandemia si no se le opone un antitóxico.

 

*Escritor y periodista.