OPINIóN
A los hachazos

La universidad acorralada

Ignorando su valor simbólico y su significado social, en vez de desmantelar todas las casas de altos estudios del país con ajustes periódicos hasta llegar a la inanición, el gobierno eligió la ejecución sumaria y el desguace. El solitario odiador digital enceguecido no aprecia qué es el noble sueño colectivo.

Universidad
Universidad de Buenos Aires (UBA) | Cedoc

El gobierno podría haber comenzado a ejecutar su propósito de desmantelar las universidades nacionales de manera paulatina y escalonada. En una proyección extendida a lo largo de los cuatro años que tendrá su mandato, podría haber distribuido recortes y ajustes en los diferentes rubros que hacen al funcionamiento de las casas de altos estudios, ordenarlos con cierta periodicidad, ceder en cuestiones periféricas para avanzar sobre elementos centrales. 

Una táctica precisa y una estrategia paciente para lograr que las universidades, junto con todos los valores simbólicos que ellas representan y todos los bienes sociales que ellas producen, terminaran claudicando por cansancio e inanición. 

Pero el gobierno no fue preciso, ni selectivo, ni mucho menos paciente. Hizo con las universidades lo mismo que con casi todas las otras áreas que dependen económicamente del presupuesto nacional: pautó un desfinanciamiento casi completo

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El eventual camino del desgaste, la corrosión y el debilitamiento por etapas dejaron su lugar a la ejecución sumaria. No hay forma de negar esta descripción. Los números están ahí para cualquiera que quiera verlos. Aunque nos asumamos dentro de la era de la posverdad, las fakenews yla sobreabundancia cenagosa de Twitter, alcanza con comparar presupuesto contra inflación para comprender que esta maniobra no implica una reducción profunda sino una condena a la desaparición. 

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El gobierno basó su ataque a las universidades en los mismos dos supuestos que orientan su accionar general. El primero señala que la implementación gradualista de las transformaciones que van en el sentido del ajuste estaría condenada al fracaso, lo que habría quedado demostrado con claridad durante la presidencia de Mauricio Macri. El segundo supuesto indica que la sociedad estaría harta de un Estado que falla en la prestación de servicios y en la satisfacción de demandas. El resultado electoral obtenido a partir del proselitismo de la motosierra daría cuenta de una población que no tendría ningún interés en defender las instituciones que ya no responden a sus necesidades. 

La universidad acorralada

Más allá de esto, en un plano ciertamente menos sutil, conviene tener presente que el objetivo primario que orienta al gobierno es reducir el déficit fiscal, sin importar cómo o a costa de qué. Eso lo habilita a recortar recursos como sea y de donde sea para que, en sus planillas contables, los números cierren –siempre y cuando, claro está, no se afecten los intereses económicos que ellos han venido a representar–. Un accionar de trazo grueso, grosero y brutal, orientado por la lógica del Excel mucho antes que por rencores personales, precauciones ideológicas o convicciones políticas. 

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Este trasfondo explica –aunque seguramente no de manera exhaustiva– el acorralamiento al que el gobierno empuja a las universidades nacionales haciendo efectivo su fenomenal recorte presupuestario. Ahora bien, ¿qué creía el gobierno que iba a pasar cuando las universidades se encontraran a sí mismas dentro de este encierro, cuando se reconocieran ante esta amenaza inédita? ¿Creían que los universitarios quedaríamos instalados en un cómodo estado de shock? 

¿Creían que nos conformaríamos con articular quejas meramente discursivas? ¿Creían, acaso, que la universidad iba a sentarse a un costado del camino y dejarse morir? La historia de esta disputa tiene un final abierto porque el gobierno ha decidido enfrentar a las universidades nacionales desde estimaciones que son erradas y que lo han llevado a subestimarlas.

La identificación, la pertenencia y el orgullo universitarios serán factores movilizantes

Las universidades argentinas tienen una larguísima tradición en lo que respecta a resistir ajustes. Podría señalarse que, justamente por eso, el gradualismo no parece la mejor opción si lo que se pretende es el desguace. Pero la parte del diagnóstico basada en el segundo de los supuestos mencionados antes, a saber, que no se iba a producir una defensa social de la universidad, no podría estar más errada.

Ocurre que las personas que conocen la universidad, que la habitan, que la han transitado en algún momento de sus vidas o que esperan poder transitarla en el futuro, no la piensan como un servicio que el Estado debe prestar, como si éste fuera un mero cobrador de impuestos y proveedor de mercancías que puede funcionar de un modo más o menos eficaz, más o menos deficitario. 

Por historia y por tradición, en Argentina todo lo referido al ámbito universitario tiene que ver con la dimensión de lo público, la cual supone relaciones que se diferencian mucho de aquellas que se establecen entre un proveedor y un cliente. Lo saben bien todos los funcionarios del gobierno que fueron formados en las universidades nacionales, aunque según parece, han decidido olvidarlo.

Aquel ¬sujeto frío, indiferente, desmovilizado, odiador digital, consumidor encerrado en su burbuja, aquel “individuo tirano” descripto por Eric Sadin para caracterizar nuestra actualidad, no se verifica en la generalidad del ámbito universitario. Allí, la pertenencia a un colectivo es parte de lo buscado, de lo deseado. Y esto se debe a que, en definitiva, la universidad es un modo de vida. 

Quienes se suman al sistema universitario lo hacen por decisión, y también por convicción. Eligen un camino que, se sabe, será largo y será esforzado, cualidades ambas que resultan muy contrarias a las tendencias facilistas que pugnan por signar nuestra época. Teniendo por base la consideración de ese esfuerzo y de esa exigencia, la universidad argentina genera no sólo identificación y sentido de pertenencia, sino además orgullo. 

El gobierno subestima la potencia política de estos tres elementos, o bien porque los desconoce –sus capacidades de percepción no llegan a registrarlos–, o bien porque los desprecia –no están a su alcance–. 

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La identificación, la pertenencia y el orgullo universitarios serán factores movilizantes. Estos factores se refuerzan cada vez que escuchamos que tal o cual universidad ocupa un lugar destacado en algún ranking internacional. Pero se acrecientan todavía más cuando se considera lo que la universidad representa fronteras adentro, lo que supone para el proyecto de cada persona que la elije, de cada padre y cada madre que puede sustentar a su familia a partir de las herramientas que la universidad les brindó, de cada hijo y de cada hija que se acercan a sus aulas persiguiendo un sueño. 

Crecen cuando se piensa en las formas de socialización que en ella reverberan y el tipo de lazos que ella fomenta. Se agigantan cuando se constata la enorme cantidad de bienes sociales que se generan a partir de la existencia de un sistema público de formación de profesionales y de producción de conocimientos. 

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Ante el acorralamiento que le toca enfrentar, la universidad hará lo único que puede hacer: salir peleando hacia adelante. Se abrirá camino. Luchará por su libertad, por esa libertad en la que cree efectivamente, que es aquella que se construye y se conquista junto con otros. 

El próximo martes 23 de abril tendrá lugar la Marcha Federal Universitaria convocada multisectorialmente. Habrá movilizaciones en diferentes puntos del país. Pero la tendencia será única y unívoca. Se tratará de una marcha de esas que no pueden negarse, esconderse ni taparse, una marcha en la que quedará clara la expresión de una voluntad colectiva que no podrá ser ignorada. En ella se verificará con claridad meridiana que por historia, por impronta y por propia definición, las universidades nacionales siempre serán un factor fundamental en la construcción de una Argentina de todos y para todos. 

*Profesor en Filosofía y Doctor en Ciencias Sociales. Docente en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Nacional de Tres de Febrero. Investigador del Centro de Estudios sobre el Mundo Contemporáneo UNTreF.