El magnífico estadista (para Gran Bretaña) Winston Churchill supo decir que un fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema. Buena definición para sus propios connacionales, en la riña por hacer prevalecer sus intereses.
Un ejemplo paradigmático fue el miembro laborista del Parlamento Colin Phipps (1934-2009), amante de los Rolls-Royce y de los pisos en Kensington, un pretérito político que integró una de las misiones a las Islas en los cruciales mediados de los 70. Monotemático respecto del oro negro malvinense, promediando los 90 integró la empresa Desire Petroleum, con el propósito de explotar los recursos petroleros del Atlántico Sur, todo un ejemplo de consistencia y de inconsciente en estado explícito: “desire” en inglés, significa “deseo”.
Churchill, supremo decidor, también sentenció: “Esfuérzate por mantener las apariencias, que el mundo te abrirá crédito para todo lo demás”; no es precisamente lo que Inglaterra ha venido haciendo a propósito de las Islas Malvinas.
El biotecnólogo Federico Bernal, en un trabajo con fundamentos, sostiene que a partir de 1975 se verifica un claro punto de inflexión en la estrategia diplomática británica respecto de las Islas Malvinas, pasando de la ambigüedad a la intransigencia. El expediente consistió en incluir en la agenda la exploración y explotación de los recursos hidrocarburíferos, mineros y pesqueros del archipiélago, lo que repercutía directamente sobre los “deseos” y los “intereses” de los kelpers. Haber violado –entre otros instrumentos– la Resolución 31/49 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, que insta a ambas partes en disputa a negociar bilateralmente y a no introducir modificaciones mientras las Islas atraviesan el proceso de soberanía, descuidando las apariencias hasta el impudor, no hizo que la Rubia Albión siquiera se sonrojara.
En 1982, el año de la Guerra, trece informes científicos internacionales señalaban la importancia petrolífera de la cuenca sedimentaria de la que forman parte las Islas Malvinas, asegurando que la reserva de hidrocarburos de nuestras Islas multiplicaba por diez la del Mar Norte. La reacción de Margaret Thatcher no se debió, entonces, sólo a un desorden hormonal momentáneo causado por la osadía aborigen en un momento de debilidad política. Hacia 1993, estudios geológicos como los GravSat (búsqueda de anomalías gravitatorias regionales desde altímetros satelitales) y los del British Geological Survey relevaron la existencia de una zona de 200 mil kilómetros alrededor de las Islas con posibilidades reales de contener petróleo en cantidades comerciales.
El 27 de septiembre de 1995, se emitió la Declaración Conjunta argentino-británica de Cooperación sobre Actividades Costa Afuera en el Atlántico Sudoccidental, con la finalidad de establecer la cooperación bilateral en cuanto a la exploración y explotación de hidrocarburos. Se trató de un entendimiento provisorio bajo fórmula de soberanía. Apenas días después, los kelpers licitaron 19 áreas y concedieron 12 contratos, beneficiados por la seguridad jurídica que otorgaba el acuerdo. La Declaración… –concluida en plena época de la llamada “política de seducción” a los kelpers–, tras innumerables esfuerzos argentinos por evitar actos unilaterales británicos contrarios al mencionado instrumento, fue dada por terminada por parte del Gobierno el 27 de marzo de 2007.
Según los datos disponibles a la fecha, existen 12.950 millones de barriles de petróleo probables en las Islas Malvinas, lo que se convierte en reservas probadas (un 50% menos) de 6.475 millones de barriles; las reservas probadas del continente y la llamada Cuenca Austral suman 2.042 millones de barriles de petróleo. Estas aseguran la cobertura del consumo nacional por un lapso de 8,7 años. La suma entre las reservas probadas que están en la Argentina continental (no están en litigio) y las de las Islas extendería el actual horizonte de 8 a 27 años. Si la conservadora cifra de 6.475 millones de barriles se extendiera a 9.000 millones, como lo sugieren otros estudios, las Islas Malvinas se convertirían en la quinta potencia petrolera de América, luego de Venezuela, Estados Unidos, Brasil –sin incluir el incremento de reservas de 2009– y México. Un verdadero Golfo Pérsico austral. Los contratos firmados beneficiarán al gobierno isleño de facto con un 21% de impuestos corporativos, un 9% de regalías sobre el total extraído y un impuesto variable por arrendamiento del área de producción. Según afirma Federico Bernal, cuando a mediados de este año comience la explotación, y tomando como base la cifra menor de reservas probadas (6.475 millones de barriles), cerca de 3 mil kelpers tendrán una perspectiva económica de 34,5 millones de dólares cada uno, deviniendo según el periódico inglés The Guardian en una de las poblaciones más ricas del planeta.
El Gobierno argentino ha enviado, desde 1991, más de veinte notas de protesta al Reino Unido, más de diez a otros países que con su accionar referido a la exploración y explotación de hidrocarburos han contribuido a la prolongación de la ilegítima ocupación británica de parte de nuestro territorio, más de 200 notas de desaliento a aquellas empresas cuyas actividades se relacionan, directa o indirectamente, con dicho sector y más de 150 notas a las empresas radicadas en la Argentina continental, recordando la plena vigencia de la Resolución 407/2007, que fija sanciones para quienes mantengan una relación de beneficio con los involucrados en las actividades contrarias al derecho internacional antes mencionadas.
El secretario de Estado de Asuntos Exteriores británico David Miliband (de quien ya se ha ocupado esta columna), frente a los recientes reclamos argentinos, ha elegido la táctica del “siga, siga”, patentada por el árbitro Francisco Lamolina, bajando el nivel de una infracción que habría merecido expulsión y reclusión perpetua, con el pretexto de que la vida debe continuar. “Pienso que el Gobierno argentino tiene más áreas para cooperar con el Reino Unido que para disentir”, declaró últimamente.
Ese británico prototípico que fue Churchill dijo –también– que el precio de la grandeza es la responsabilidad. Se trata de un buen consejo. Que las Islas Malvinas recuperen su status pleno de argentinas depende de lo serios, astutos y perseverantes que seamos, así haya que esperar ardientemente cuatro, cuarenta o cuatrocientos años.