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Maquinarias diabólicas

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Cada tanto, Alvaro Arroba se cruza en mi vida. En estos días fue por mail, pero seguramente lo habré visto en persona para hoy, cuando esta columna se publique y nos sorprenda en pleno ajetreo del Bafici. Arroba es un cinéfilo radical: como suele ocurrir con los cinéfilos, sus dictámenes a favor o en contra de las películas son furibundos, pero Arroba se caracteriza por un entusiasmo sin igual, capaz de contagiar la necesidad de ver lo que en cada oportunidad señala como sublime (y siempre tiene algo sublime que señalar). Esta vez se trata de la retrospectiva dedicada a Rita Azevedo Gomes, cineasta portuguesa nacida en 1949 y completamente desconocida en la Argentina, de quien esta tarde se puede ver A vingança de una mulher, su última película.

Con su inimitable estilo hiperbólico, dice Arroba que las películas de Rita “son todas tan emocionantes que no se deberían ver en el formato de un festival de cine engrosando y engrasando su maquinaria diabólica”. Hasta hace un tiempo yo era un fanático de los festivales de cine, pero hoy me gustaría que Arroba desarrollara la idea. Hay algo que suena lejanamente cierto en esa afirmación tan catastrofista. Por otro lado, Arroba suele acertar con sus recomendaciones, y no sólo cinematográficas. A él le debo, por ejemplo, el interés por leer a Josep Pla, el maestro de las letras catalanas. Y esta vez tampoco se equivocó con el cine. A vingança de una mulher (no he visto las otras películas de Azevedo) es espléndida. Está basada en un relato de Las diabólicas de Barbey d’Aurevilly, un libro de 1874, y Azevedo hace algo mucho más interesante que adaptarlo al cine. Lo suyo pasa más bien por resucitar el texto, por darle una vigencia plena a una narración que tiene casi un siglo y medio. ¿Cómo lo logra? Por lo pronto, no hace ninguna concesión a la transposición de época pero tampoco se empeña en
reconstrucciones de detalle. Más bien utiliza los recursos del cine para darle frescura al teatro, y el teatro para darle economía de recursos al cine.

Estamos en el siglo XIX y una mujer de alta cuna puede dedicarse a la prostitución para vengar la muerte del amante a manos del marido. No sabemos si eso era posible en 1874, pero Azevedo lo hace posible en 2014. Es como si de Las diabólicas emergieran una verdad y una calidad en las emociones que el propio texto ignoraba.

En el Bafici 2014 hay otra película iluminadora, que merece ser vista en un contexto en el que las películas no se amontonen. Completamente distinta a la de Azevedo, se puede decir también de ella que hace aparecer una verdad de la que su tiempo no era consciente. El diálogo, de Pablo Racioppi y Carolina Azzi, muestra a Graciela Fernández Meijide y Héctor Leis conversando en Florianópolis sobre la historia argentina reciente, en especial sobre las trampas de un karma político en el que el ciclo de víctimas y verdugos se repite para ocultar la verdad. El diálogo ilumina el pasado con una luz distinta, que lo purifica de demagogia y manipulación y da lugar a emociones nuevas, ignoradas en su momento por los protagonistas y sus contemporáneos. Esas emociones permiten reconocer la razón de la sinrazón y aceptar cuán humano, pero también cuán cómodo y perverso, es aferrarse al lugar de la víctima para imponer el silencio y vivir a la sombra del poder.