Hace 12 días, mientras se preparaba la movilización oficialista a Tribunales para exigir la aplicación de la controvertida Ley de Medios, en PERFIL decidimos prestarle mucha atención a un acontecimiento que intuíamos masivo, si no multitudinario. En lo personal, me impulsaba una pregunta: ¿por qué razones será el kirchnerismo el único sector político capaz de regenerar activismo callejero, aun desgastado por el ejercicio del poder durante dos mandatos y criticado por sus modales hegemónicos y por las sospechas de corrupción? Me sigue pareciendo una buena pregunta, que incluso le vendría muy bien a la oposición formulársela sin nervios, a ver si descubre por qué en la vereda de enfrente les cuesta tanto que pegue el sol.
Este diario (al que nadie podría acusar de chupamedias del Gobierno) fue el que más espacio le dio a la cobertura de ese acto, a la cual se predispuso con garra, desparpajo y talento el escritor Rodolfo Fogwill. Cualquiera podrá decir, si le parece, que el texto de Fogwill estuvo sesgado por el modo de pensar de alguien que nada tiene que ver con la pingüinera. Pero también debería saberse que, con la intención de sumar puntos de vista a la interpretación del supuesto fenómeno, este diario también convocó a Horacio González, fundador del grupo de intelectuales oficialistas Carta Abierta, quien se negó y es previsible que lo hizo, precisamente, porque este diario no le chupa las medias al poder de turno.
Por desgracia para el monolítico discurso oficial, quienes más hicieron para que no se le diera al evento la bolilla que tal vez merecía no fueron los medios opositores, sino las anónimas manos (¿manoplas?) kirchneristas que decidieron ornamentar el paso de los manifestantes con esos carteles en los que se escrachaba a una docena de periodistas del Grupo Clarín. Esa terminó siendo la noticia, sólo porque los afiches estaban ahí.
Tan mal les salió el asunto que, en las últimas horas, altos exponentes K sintieron (o les fue ordenada) la necesidad de hacer cola para despegarse de semejante estupidez, por cierto peligrosa: Randazzo, Aníbal F, Pichetto y Agustín Rossi cuestionaron el atemorizante método del “escrache”.
Esta vez desentonó en el coro Gabriel Mariotto, quien consideró que esos carteles son apenas “expresiones” que él defiende como parte de la “libertad de expresión”. Al menos tuvo el tino de aclarar que las hubiera preferido firmadas, es decir, dando la cara, pero de inmediato deslizó que también hay medios que ocultan a sus verdaderos dueños. No aclaró a quiénes se refería, pero espanta que quien suele llamarse a sí mismo “la Autoridad” (como abreviatura de la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual, ex Comfer) desconozca la diferencia entre un visible acto de patoterismo y una eventual evasión impositiva. Al desconocerla, Mariotto desconoció su propia “Autoridad”, ya que si hubiera empresarios periodísticos ocultos detrás de testaferros, a él y a otros colegas del staff gubernamental se les paga por descubrirlos y sancionarlos.
Quizá Mariotto, un militante que tanto ha tenido que ver con la generación de la neomilitancia kirchnerista, debería meditar un poco mejor sobre qué es lo que está construyendo, obsesionado como está por lograr que “su” Ley de Medios se aplique de una vez.
La lógica de “juicio popular” que las Madres de Hebe de Bonafini prometen aplicar el jueves próximo contra “los periodistas que colaboraron con la dictadura” (y la cual es considerada por Mariotto como “un aporte”) es lógica de barrabravas. De justicia por mano propia. De linchamiento. Y eso no es libertad de expresión. Mucho menos una inocente bobada.
(Ayer, Mariotto salió a decir que no había dicho lo que se dice más arriba que dijo. Y llamó a “no creer nada de lo que se dice en los diarios”. Pero lo dijo. Fue el jueves en Resistencia, Chaco. Escuché la grabación, anoche).