El periodismo es más que una profesión, un bien público vital para la democracia”, afirmó un grande, Ben Bradlee, y se llevó a la tumba los secretos de cómo enfrentar a un presidente y terminar con él (Watergate, 1974).
En nuestro país anda un virus que se descubre fácil en la pantalla del televisor. Más que una alergia primaveral es una enfermedad ya congénita. La banalidad y la superficialidad con que se tratan los temas, serios y no tan serios. Nacionales o internacionales.
La división del periodista dedicado al espectáculo versus la especialidad de política y economía ha quedado ya perdida hace tiempo. Ahora todo es o pretende ser espectáculo. Los noticieros, los ultra K o los autodenominados independientes abren con la noticia de la chica violada, morbosamente contada, cuando Dilma disputa su reinado en esos días y los uruguayos discuten sobre si conviene bajar o no la edad de imputabilidad.
Es más, los políticos eligen su participación televisiva con estos nuevos parámetros. Hasta el modelo de sus mujeres. De nada sirve la compañera de toda la vida, otrora admirada y festejada por su fidelidad y entrega. Se necesita generar algún escándalo o acto impactante que provoque la atención y la polémica. La ubicuidad y la seriedad, antes admiradas y premiadas, son hoy casi un inconveniente.
Por eso Martín ama a Jesica. Ama su crecimiento político. Un peronista, bien peronista, que tanto podría terminar en la oposición o en el oficialismo. Lo determinará el conteo de los votos. Y la TV de noticias sigue minuto a minuto la boda política del año. Inundados desolados y solos. Personajes volátiles que entran y salen de la pantalla, golpeadores, motochorros o violadas. Y Martín, de Redrado se trata, quiere lo mismo: votos. Y apuesta más fuerte. Es el vértice de un triángulo perfecto entre Luli Zalazar y Amalia Granata. Se pelean por él y él se convierte en el político más deseado del momento. Un economista que manejó los dineros del país manda a su nueva novia que detalle los pormenores de infertilidad en su relación con su ex pareja. ¿Por qué lo hace? No hay que perder ni un minuto para posicionarse en una sociedad que ya perdona, aplaude y sigue a quien no tiene problema alguno de saltar, de un bando a otro, sin interrupción y sin causa aparente. Sólo es cuestión de conveniencia. Mientras, quedan ocultos los entretelones de las elecciones de segundo término de Estados Unidos que dejaron huérfano a Obama.
De eso y muchas otras cosas en los informativos casi no se habla. Más metidos en la banalidad y la frivolidad, los periodistas se transformaron en divulgadores de noticias de la “culocracia”, así llama a este nuevo paradigma el filósofo José Pablo Feinmann.
Sumergidos en la pantalla, quien más quien menos, entrelazados entre vericuetos y culebrones, para ni enterarnos de lo que pasa más allá de nosotros y, lo que es más grave aun, adentro. Cómo vamos a salir de este atolladero. Y con quiénes. La pantalla provoca esa sensación fugaz del cuento de las buenas noches que calma, porque distrae de la incertidumbre y la desesperanza.
La sociedad, adormecida, sin voluntad de cambio y con la cabeza gacha.
Pero a pesar de que cada vez más cerramos los ojos para no ver, las decisiones políticas y económicas no vienen solas: traen cola y consecuencia en nuestra vida cotidiana y ciudadana. El futuro se delinea y se determina paso a paso, día a día, no espera las elecciones.
*Socióloga y periodista.