La reacción de Massa ante la difusión de que habrían baleado su camioneta en Vicente López en las inmediaciones del restaurante La Calesita, publicada ayer por PERFIL, es un síntoma.
Massa puso especial énfasis en desmentirlo y luego se preocupó por minimizar la verosimilitud del hecho haciendo certificar por escribano público que sus vehículos no tenían huellas de ningún impacto. El mismo método que utilizó para comprometerse a no votar en el Congreso a favor de una re-reelección de Cristina Kirchner.
Otros políticos no se hubieran hecho tanto problema por el tema y muchos hubieran salido a promocionarse con lo sucedido. Que ése sea el comportamiento habitual de los candidatos justificó a Verbitsky para sospechar que había sido el propio Massa quien había planificado el robo de su casa hace tres semanas para victimizarse y sacar el máximo rédito electoral haciéndolo conocer recién poco antes de las PASO. Pero esa conjetura no estuvo definitivamente guiada por la lógica: el prefecto está preso.
El actual esmero de Massa por desmentir que hubieran baleado su camioneta puede resignificar las motivaciones que lo llevaron antes a no difundir que habían robado su casa siendo ya candidato.
Inicialmente se podía suponer que quien encabeza las encuestas quiere el statu quo. No quiere debatir y no quiere que nada cambie porque cualquier novedad impone un riesgo: ¿aumentará los votos ser víctima de un kirchnerismo mafioso? ¿O los disminuirá aparecer como el sheriff al que le roban su pistola (“ser un boludo” como lo acusa Moreno)? Ante la duda, lo ideal sería que nada hubiera sucedido, y quizás eso explique la actitud pública de Massa tras el robo.
Lo que no lo eximiría del error de creer que se podía mantener secreto y de asumir una actitud poco transparente. Alguien que aspira a la presidencia debe entender que hasta sus exámenes de orina serán públicos. Peor aún el argumento de que los casos policiales no debieran tener difusión pública para no entorpecer la investigación judicial justo con el rey de las cámaras y la difusión de lo que ellas filman por televisión.
La hipótesis de un Massa preocupado para que el robo a su casa no trascendiera, o lo hiciera lo menos posible, encuentra otra justificación al observarse que el diario Clarín no publicó una línea sobre el robo a la casa de Massa el lunes pasado, cuando ya era el tema del día y había explotado en todos los medios. ¿Pedido de Massa y otro ingenuo intento de tapar el sol con la mano?
Pero hay otra hipótesis que, no siendo excluyente con la anterior, puede ser la más determinante y que tiene que ver con la psicología de Massa, su entorno familiar y la fragilidad de su armado político.
Massa dice que es David contra Goliat, que ni siquiera tiene helicóptero para hacer su campaña y que hasta para llegar desde Tigre hasta el Centro de Buenos Aires a veces pierde dos horas. Quizá sólo esté pudiendo enfrentar al aparato del Gobierno porque el sistema de las PASO lo ayudó a tener una campaña cortísima, de sólo siete semanas, que no dio tiempo al Gobierno a esmerilarlo tanto y por eso, astutamente, mantuvo en secreto su decisión de presentarse hasta el límite del cierre de listas, el 22 de junio. Y que el resultado en las PASO (cuyo costo organizacional paga el Estado) será su trampolín porque saliendo vencedor de ellas se le sumarán todos los clásicos “amigos del campeón” más todos los recursos que hoy le faltan.
Pero mientras tanto, no puede mostrar debilidad porque muchos de los que se fueron sumando estas semanas podrían no haberlo hecho si lo veían frágil o si temían ser también ellos víctimas de operaciones o hechos de violencia. El rejunte de candidatos y apoyos habría sido resultado de la maestría de Massa en explotar egos y vanidades de personas contrapuestas entre sí, que serían sus escalones para llegar.
Y la kriptonita de Massa hubiera sido parecer un “Tigre de papel” (como tituló Verbitsky una de sus columnas) porque habría desaparecido su poder seductor para sumar voluntades. También le fue funcional mantener la expectativa de que Scioli podría sumársele o subir legisladores del PRO a su lista y exhibir un acuerdo con Macri para mostrar que contaba con toda la fuerza.
Otro síntoma emergió cuando la esposa de Massa declaró: “¿Quién puede ser el hijo de puta que pueda creer que esto me benefició?” (en primera persona del singular), y dos días después llamó a Scioli “pedazo de forro, con vos para el orto”, preanunciando el complicado frente familiar que tiene Massa al contar con una esposa tan vehemente que a la vez es cabeza de su lista en Tigre. A lo que se agrega una suegra, que es ex diputada, también locuaz y que encabeza su lista en San Isidro, más un cuñado (un clásico) también candidato.
La historia muestra que toda persona que llega a presidente precisa una pareja especial o termina con su pareja. Massa tiene sólo 41 años y su esposa, 38; difícil que a esa edad la energía no se cobre el precio de algún efecto secundario por ansiedad (a los 60 son más difíciles los ataques de pánico u otro tipo de conversiones psicosomáticas) cuando las tensiones se extreman por algún conflicto serio.
Malena Galmarini fue secretaria del centro de estudiantes de su colegio secundario, subdirectora de la Juventud a nivel nacional a los 22 años, y desde los 32 es secretaria de Políticas Sanitarias y Desarrollo Humano del gobierno de Tigre. Si Massa alcanzara la presidencia, difícilmente su posición fuera la de una primera dama social al estilo de Karina Rabolini. También en este punto la cuestión generacional juega un papel disruptivo.
Tampoco es lo mismo que los hijos de un candidato a presidente sean adolescentes que chicos que promedian el colegio primario, como los hijos de Massa. Esto vale tanto para el efecto que el peligro tiene sobre la madre, Malena Galmarini, como sobre la abuela, la ex diputada Marcela Dirrieu.
Y para completar la constelación familiar, queda Fernando Galmarini, el ex secretario de Deportes de Menem, que no es candidato, pero alguna autoridad informal le otorgará ser el suegro de Massa si es que su yerno llegara muy alto.
Hace diez días, Massa difundió por televisión un aviso titulado “Pelear”, donde decía: “Si quieren pelear, vamos a pelear”. mientras se quitaba el saco y se arremangaba la camisa en un claro gesto de devolver algún ataque. Al conocerse el robo en su casa, es válido preguntarse si el aviso está relacionado con el robo y si se trata de una respuesta a alguien.
El ladrón de la casa de Massa no es un cabo de la Prefectura que estaba haciendo horas extras como vigilador de un country, es un prefecto, lo que en los escalafones de la Prefectura sería equivalente jerárquicamente a un mayor en el Ejército o a un comisario en la Policía. Después de las PASO, ¿este prefecto preso hablará?