El sábado 23 de agosto, esta contratapa anunció que el dinero de las jubilaciones se usaría para pagar los vencimientos de la deuda externa del año 2009.
Aquella columna de hace dos meses, titulada “Pobres jubilados post K”, explicaba que ya por entonces –antes de espiralizarse la crisis económica internacional– “de los 4 mil millones del superávit del mes de junio, anunciado con bombos y platillos por Cristina Kirchner, 2 mil millones obedecen a la caja de la ANSeS”, y como “el superávit fiscal no resulta suficiente para pagar la deuda pública que, al vencer, no tiene cómo renovarse porque ya nadie le presta (...), de manera creciente el Gobierno retira dinero de la ANSeS a cambio de bonos de deuda del propio Estado”.
La nota concluyó con este párrafo: “El uso de los aportes de los futuros jubilados para cubrir necesidades del presente muestra cómo gobiernos ideológicamente opuestos son igualmente cortoplacistas: unos endeudándose y vendiendo activos, otros consumiendo el ahorro de los ciudadanos, pero todos gastando más hoy, y que la cuenta la pague el que sigue”.
La contratapa de mañana estará dedicada a la estatización de las AFJP, pero no puedo dejar de escribir primero sobre la responsabilidad que nos cabe a los periodistas sobre lo que nos pasa a partir de este caso específico.
¿Cómo puede ser que un diario que desarrolla su cobertura periodística bajo el ostracismo oficial, especialmente castigado con la prohibición de acceso a las principales fuentes gubernamentales, anticipe con algún grado de éxito la agenda oficial estratégica?
¿La clave de sus aciertos no reside exactamente en que, al no depender de las fuentes, goza de una libertad de pensamiento que la cercanía al Gobierno necesariamente limita?
Cercanía que no significa corrupción, sobres de la SIDE con dinero, publicidad oficial, favores a los medios y los periodistas, situaciones que existen pero sería muy injusto extender como sospecha a la mayor parte del periodismo que nunca cayó en esas prácticas, sino una plaga que inunda las redacciones de todo el mundo y es la tiranía de las fuentes que, como cualquier otra tiranía, es aún más primitiva en las sociedades menos evolucionadas.
La proximidad con las fuentes envuelve al periodista en una zona de confortabilidad, facilita su tarea, brinda acceso a exclusivas y potencia el ego. Pero se cobra un precio caro. Ante cualquier condicionamiento, los seres humanos tenemos una plasticidad sensorial que nos induce a pensar lo que nos conviene. Para Thomas Kuhn, el célebre epistemólogo de las universidades de Harvard, Berkeley, Princeton y MIT, fallecido en 1996, el pensamiento no evoluciona progresivamente, sino disruptivamente: “Un viejo paradigma es sustituido por otro distinto e incompatible con él”, porque los compromisos compartidos en los grupos científicos, políticos, artísticos o profesionales arrastran a las personas hacia el pensamiento dominante, y quienes opinan distinto son relegados. Hasta que la realidad hace insostenible ese paradigma. Por eso, por ejemplo, hace algunos años parecía que todos los economistas eran de la escuela de Chicago, y luego todos keynesianos, cuando probablemente la mayoría no sea ni una cosa ni la otra, pero, seducidos por la moda y los prejuicios, sinceramente crean serlo.
Kuhn llamaba a los modelos “matrices disciplinares”. El modelo era el “aspecto metafísico del paradigma” y su función era contribuir a que la comunidad funcione como un todo. Tanto para Kuhn como para Kant, el conocimiento integra el mundo de la subjetividad. El periodismo, también.