COLUMNISTAS

Mentira y política

La crisis no se terminó. El conflicto con el campo pasó a otra fase, no se extinguió. Para comprobarlo, basta volver a ver el discurso de Cristina Kirchner anunciando que remite las retenciones al Congreso pero sin audio. La decisión que transmitía la Presidenta era conciliadora; sus ademanes, no. Los médicos sostienen que si la madre le dice a un niño que lo quiere, pero no lo abraza, el niño percibirá que no lo quiere, porque es más verosímil el mensaje analógico de los gestos que el digital de las palabras.

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La crisis no se terminó. El conflicto con el campo pasó a otra fase, no se extinguió. Para comprobarlo, basta volver a ver el discurso de Cristina Kirchner anunciando que remite las retenciones al Congreso pero sin audio. La decisión que transmitía la Presidenta era conciliadora; sus ademanes, no. Los médicos sostienen que si la madre le dice a un niño que lo quiere, pero no lo abraza, el niño percibirá que no lo quiere, porque es más verosímil el mensaje analógico de los gestos que el digital de las palabras.   
 Nuevamente, ayer, mientras la Presidenta invitaba al diálogo a los ruralistas, su marido armaba una carpa frente al Congreso para ganarle de mano a De Angeli. El lenguaje del matrimonio presidencial acumuló fama de ser especialmente esquizofrénico. Como dicen en el campo, “pone el huevo en un lugar y pega el grito en el otro”. Son tan afectos a la teatralidad política que han logrado que la sobreactuación se transforme en su talón de Aquiles, porque cuando la audiencia descubre la técnica ya no cree más nada. Nadie necesita preguntarse dónde quedaron los hospitales que hace dos semanas se anunciaron que se iban a construir con el dinero de las retenciones ahora en debate legislativo.
A regañadientes, y sólo por la indisimulable explosión de cacerolas, tuvieron que aceptar enviar las retenciones al Congreso; pero no hubo signos de reconocimiento de un error al que se buscaba reparar, sino, por el contrario, Cristina dijo que quienes se equivocaban eran los caceroleros, porque “la clase media lucha en contra de sus intereses”.
Cuando el otro está incapacitado para decidir lo que le conviene, como sería la situación de la clase media a los ojos presidenciales, necesita tutela; es como un chico. En esos casos, la mentira tiene justificaciones. Rousseau afirmaba que la literatura de ficción no miente, porque no perjudica al otro. No se miente cuando se miente por el interés de aquel a quien se está mintiendo, como habitualmente hacemos los adultos con los niños en alguna etapa de su crecimiento. Ese acto se incluiría dentro de la mentira útil, sobre la que tanto opinaron Platón y San Agustín. 
 
La mentira es un arma. La mentira no está recomendada para las relaciones pacíficas, pero si la ruptura con el otro fuera definitiva e irreconciliable, si un abismo irremediable separara a quienes ya no son adversarios sino enemigos, como sucede en épocas de guerra, la falsedad hacia ellos se convertiría en una regla de conducta. No resulta muy difícil imaginar a Néstor Kirchner considerando que el discurso político se sitúa más allá de la verdad o la mentira, que guerra y política no son a veces sólo metáforas sino siempre metonimias, y que en esta disputa con el campo apenas se perdió una batalla. Quizá hasta haga suya la frase que Jean de La Fontaine puso en boca de uno de sus personajes: “La masa es hielo ante la verdad y fuego frente a la mentira”.
En la contratapa de ayer sábado cité el video que difundió perfil.com, cuya dirección abreviada es http://fon.gs/retenciones/. Vale la pena ver como el entonces gobernador de Santa Cruz, en campaña para Presidente, les explica a los productores rurales de Las Parejas, capital de la Pyme Agroindustrial de Santa Fe, por qué estaba en contra de las retenciones y sus “diferencias” con el presidente Duhalde por introducirlas.
Algo que sí resiste el paso del tiempo en política es  lo que escribió en el siglo XVII Jonathan Swift en su libro El arte de la mentira política: “La naturaleza de la mentira política debe ser mudable y efímera para poder irse acomodando a todo tiempo y circunstancia. Por idéntico motivo, tampoco es recomendable insistir demasiado en una misma mentira si ésta ya ha cumplido su cometido, pues se arriesga a creerse sus propias mentiras; condición de engañado, ésta, que inhabilita al propio político para ejercer como tal, pues difícilmente podrá ocultar verdad alguna aquél que la desconoce o que se ha olvidado de ella”.
Después de cinco años de negociar con funcionarios kirchneristas, los dirigentes rurales saben desconfiar de las promesas del Gobierno mejor que nadie. También saben que apenas ganaron “una batalla”, y se preparan para otro tipo de variados enfrentamientos. Su primer gran desafío será controlar a las bases, alzadas e inexpertas, para que no cometan abusos que predispongan a la opinión pública en su contra. No es fácil disciplinar orgánicamente a personas cuya actividad los acostumbró a pasar gran parte del día en soledad, siendo jefe, juez o policía del territorio donde trabaja.
Como ya pudo percibir el vicepresidente Cobos, existe un abismo entre lo que se dice y se hace: dos tercios de los gobernadores de provincias agropecuarias cancelaron su visita al Congreso por expreso pedido del Gobierno. Pero aun así, mañana comienza un camino plagado de obstáculos, pero en el que por primera vez en cinco años toda la clase política tendrá algún grado de participación.
La discusión en el Congreso sobre las retenciones móviles puede resultar un caballo de Troya que abra el debate parlamentario sobre el contrapeso entre la Nación y las provincias, lo que directamente significa el equilibrio de poder entre la Presidenta y los gobernadores, e indirectamente entre el Poder Ejecutivo y el Legislativo.
Tácita o expresamente, se discutirá sobre el sistema presidencialista. Por eso los temores del Gobierno a haber abierto la caja de Pandora, su desesperada búsqueda por simplificar el trámite reduciéndolo a un “referéndum legislativo” por sí o por no sobre el proyecto del Ejecutivo, y su renovado intento de negociar directamente con “los cuatro que nadie votó”.
En cualquiera de los casos, el enfrentamiento del Gobierno con el campo marcó un punto de inflexión cuyas consecuencias trascendieron al sector en conflicto y alteraron el sistema político.
Así como las cacerolas de 2001 anunciaron el ocaso del radicalismo y el fin del bipartidismo, las cacerolas del lunes pasado –por lo menos en esta etapa– podrían estar preanunciando el fin del peronismo tal como se ha dado desde la recuperación de la democracia.
Desde la perspectiva del Partido Socialista de Santa Fe, Hermes Binner vaticinó que el sistema presidencialista cumplió su ciclo en la Argentina. El bipartidismo es funcional al presidencialismo, así como el parlamentarismo o el presidencialismo atenuado lo es a un sistema político con más de dos partidos importantes.
En 2003, Néstor Kirchner imaginó la transversalidad como una forma de absorber el vacío de representatividad que dejó vacante la crisis del radicalismo en 2001.
Ya en 2008, sus aspiraciones fueron más modestas y se concentró en liderar al peronismo. Para las elecciones de 2009, en parte anticipadas por la crisis del campo, se hace muy difícil imaginar un peronismo ampliamente controlado por Néstor Kirchner. En lugar de organizarse toda la política argentina en torno a un sistema polar y alrededor de dos grandes partidos que representen la centroizquierda y la centroderecha, existen muchas posibilidades de que sea el propio peronismo el que se divida alrededor de estos dos polos.
Si así fuese, la política argentina contaría con seis partidos con autoridades en varios distritos del país: los dos peronismos, el socialismo, el PRO, la Coalición Cívica y el radicalismo. El primer Big Bang fue en 2002; el segundo ocurriría si el peronismo se divide en serio y permanentemente. Quizá Kirchner lo logre.
Todo sería mejor que un sólo partido en condiciones de gobernar. En La función política de la mentira moderna, Alexandre Koyré sostiene que los totalitarismos están fundados sobre la primacía de la mentira: “Las filosofías oficiales de los regímenes totalitarios proclaman unánimemente que la concepción de la verdad objetiva, una para todos, no tiene ningún sentido, y que el criterio de ‘Verdad’ no remite a su valor universal... Para ellos no es una ilustración, sino un arma; su fin, su función, dicen ellos, no es revelarnos la realidad, es decir, lo que realmente es, sino que nos ayudan a modificarla, a transformarla, guiándonos hacia lo que no es. Por todo ello, como ha sido reconocido durante mucho tiempo, el mito a menudo es preferido a la ciencia, y la retórica que se dirige a las pasiones es preferida a la demostración dirigida a la inteligencia”.