Como se sabe, las cuentas del gobierno nacional presentan un déficit creciente, pese al récord de recaudación impositiva que Ricardo Echegaray anuncia todos los meses. Esto es así, obviamente, porque también es un récord la evolución del gasto público primario, al que hay que agregarle los compromisos de pago de deuda.
Este déficit fiscal se financió, durante 2014, en más del 80%, con pesos emitidos por el Banco Central (algo más de $ 160 mil millones).
Si todos estos pesos se hubieran volcado al mercado, habrían presionado aún más sobre el precio de los bienes y servicios, y sobre el precio del dólar en el mercado informal (e indirectamente sobre las reservas del Banco Central).
Para evitar esta consecuencia, el Banco Central colocó deuda de corto plazo (Letras del Banco Central, Lebacs), por el 80% de lo que emitió. En números redondos parece “la regla del 80”. Emitir por el 80% del déficit y absorber fondos colocando deuda, por el 80% de lo que se emitió.
Dicho de otra manera, el 65% del déficit fiscal del año pasado fue cubierto con endeudamiento local en pesos, por parte del Banco Central. El resto se financió con aumento del endeudamiento con la Anses, el Banco Nación y diversas emisiones de títulos por el 20% del déficit restante, otros $ 40 mil millones.
En la “jerga” del Gobierno, el “desen-deudamiento” fue endeudamiento.
Si bien para el equilibrio macroeconómico de corto plazo, y la distribución del ingreso de corto plazo resulta preferible el endeudamiento que cobrar más impuesto inflacionario, este mecanismo tiene consecuencias.
En términos de presente, “retirar” los pesos emitidos para financiar el gasto, colocando deuda del Banco Central, distorsiona la estructura del mercado financiero, en tasas y en asignación de crédito. Por ejemplo, durante 2014, el stock de préstamos al sector privado del sistema financiero creció menos del 20%. Es decir que, aun medido contra la tasa de inflación oficial, o contra la tasa de interés, el crédito al sector privado cayó en términos reales durante el año pasado. En el mismo período, el mencionado endeudamiento del Banco Central para financiar al gobierno, creció casi ¡140%!
Pero a estas distorsiones de corto plazo hay que agregarles consecuencias más complejas, mirando hacia delante. Por la deuda que coloca, el Banco Central paga intereses. Para pagar esos intereses, tiene que emitir más pesos, y para evitar que esos pesos se sumen a los pesos que ya tiene la economía, con las consecuencias ya comentadas, tiene que colocar más deuda.
Si hoy, mágicamente, desapareciera el déficit fiscal, o se obtuviera crédito para financiarlo, sólo para pagar los intereses, a una tasa del 25% anual, el Banco Central tendría que emitir más de $ 60 mil millones. Pero como el déficit continúa este año, y aumentará y no hay crédito externo disponible en las dosis necesarias, también se incrementará el uso del endeudamiento del Banco Central. Por lo tanto, de persistir esta dinámica, se están acumulando en el balance del Banco Central deudas de corto plazo cuya normalización no será sencilla. Dicha deuda equivale hoy a más del 50% del monto de los depósitos a plazo fijo depositados en los bancos, o que, al tipo de cambio oficial, estamos hablando del equivalente a US$ 29 mil millones, prácticamente, todas las reservas brutas del Banco Central, sin contabilizar, insisto, lo que habrá que colocar este año.
En conclusión, la aparente “calma” cambiaria y “moderación” inflacionaria se están logrando a costa de intervenir artificialmente el mercado de cambios para usar el precio del dólar como ancla antiinflacionaria. Y gracias al endeudamiento de corto plazo del Banco Central. Estos experimentos, en el pasado al menos, siempre terminaron mal.
O se “licuó” la deuda con un fogonazo devaluatorio/inflacionario.
O se “canjeó” la deuda de corto plazo, por deuda de largo plazo, con sus consecuencias en el sistema financiero. O se combinaron este tipo de
“soluciones”.
No digo que esto vaya a pasar, inexorablemente, existen alternativas de política, pero el Gobierno le está dejando a su sucesor un menudo problema, monetario y cambiario.
Es cierto que, al lado de la gravedad de los problemas institucionales que se heredarán del régimen K, éste puede resultar un tema menor. Pero no deja de ser un tema.